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El 28 de mayo se cumplió el aniversario del asesinato en la sede de Correos del Paseo de Sarasate de Pamplona, de los guardias Antonio Conejo y Fidel Lázaro. Una escisión de la ETA, los Comandos Autónomos Anticapitalistas, los acribillaron en 1983. En 2008 una de las dos hijas de Antonio, Ana, declaró en Diario de Navarra “hay terroristas con placas de homenaje y mi padre no la tiene”. La viuda e hijas, entre las primeras lágrimas recibieron promesas de una placa en aquella oficina de Correos, apoyo y ayudas. El gubernamental “os prometo que no os vamos a dejar solas”, por supuesto, se incumplió. Y valium como todo apoyo psicológico. Era lo usual. Doy fe. Total, Mercedes y las niñas se buscaron la vida. Mientras, los cómplices batasunos cobraban puntualmente de las instituciones. España ha maltratado minuciosamente a sus víctimas. Antonio y Fidel, como tantos cientos, no fueron asesinados para robarles la cartera, sino para atacar a España, para que quienes formamos esta sociedad cediéramos a sus pretensiones. Fueron asesinatos públicos, contra nuestra organización pública, política, contra nuestra libertad. ¿Por qué hablo de la familia de Antonio? Hay tantas… Pero viendo el calendario recordé tus verdades, Ana. Las promesas incumplidas a las víctimas se resumen en cuanto contaba la niña Ana en 2008, que ya cría nietos de Antonio. Durante décadas, tras cada atentado, recuerdo la constante institucional, la reiterada promesa a la sociedad, muy especialmente a las víctimas: confianza en la derrota del terror y en el amparo del Estado de Derecho. Así más de ochocientas veces. Hoy la enésima marca maniobra de la ETA está, sigue, en las instituciones. Se ha apañado con quienes se suponía iban a ser derrotados implacablemente por los demócratas. Nunca pensamos, querida Ana, que implacable se refiriera a la no-placa de Correos, cuya verdadera gravedad radica en su simbolismo: el cruel engaño que supone la componenda con los asesinos, la renuncia a su lisa y llana derrota, la opción gubernamental de asimilarlos entre nosotros. Entre tú y yo. La justicia política debida a las víctimas de esos delitos públicos, como la placa, sencillamente no es. Nos engañaron. Ahora conviene, pues, recordar quiénes apoyaron, justificaron y/o miraron para otro lado en 1983. Y comprobar que hoy llaman al PSN para formar gobierno aludiendo a algo que llaman, falsamente, progresismo; que no es sino inquina separatista manchada en nuestra sangre y enraizada en el racista fanático Arana. Aquéllos, carcundia liberticida, disfrazados de demócratas progresistas sin siquiera mostrar arrepentimiento, pesar, ni deseo de reparación por su apoyo, cuando menos político, a la matanza. ¡Piden la libertad de los asesinos y los equiparan con las víctimas! Me atrevo a lanzar dos peticiones a quienes pueden cerrar un acuerdo de gobierno. La primera es que ese gobierno pueda mirar de frente al verdadero y profundo significado político y ciudadano que encierran las víctimas del terrorismo. La segunda. ¿Será posible de una… buena vez que Navarra declare un día en el año dedicado a la memoria de nuestras víctimas, con contenido cívico político, con acto institucional y participativo? ¿No será esa una pieza justa y necesaria en el imprescindible relato de lo ocurrido que debemos elaborar los demócratas? ¿O dejarán la memoria y el relato de la matanza a la propaganda tibia, equidistante o incluso pro etarra? ¿Hasta cuándo lavarán los políticos su cara en modestos actos promovidos por ciudadanos? De no existir tales ¿nada se haría? Bueno, siempre quedarán los conciertos pro etarras que se descojonan de nuestros muertos; los suyos, señores políticos. ¿No les da vergüenza?
2 respuestas
No puedo estar más de acuerdo con usted.
Y lo que es peor, Navarra camina hacia todo lo contrario.
¿Alguien puede explicarme por qué han desaparecido de las esquinas de la sede de la Delegación del Gobierno los Guardia Civiles (Patrol incluído) que la custodiaban?. Ah!, sí, porque uno de nuestros brillantes próceres dijo que le parecía muy duro ver «fuerzas represoras» en el mismo centro de Pamplona.
Con dos cojones.
¡Qué pena da este país!