Bueno, eso dicen. Yo no me lo creo, pero mi opinión importa poco así que aunque solo sea por precaución aconsejaría a nuestros honorables gobernantes que pusieran a remojar sus barbas. Lo que en teoría está provocando la ola tiranicida del Magreb es la rebelión popular en contra de una casta política que lleva demasiado tiempo concentrando todos los poderes, asfixiando cualquier iniciativa libre. Ignoro qué es lo que empuja por detrás y si hay en esas aguas revueltas ganancia de pescadores siniestros. Lo que está claro es que allá está reventando un status-quo y que, teniendo en cuenta la aceleración de la historia, podría mañana mismo estar pasando acá algo parecido.
En nuestra vieja Europa cristiana, el poder político estuvo durante muchos siglos limitado y contrapesado por el poder espiritual de forma que el rey podía hacer y deshacer, pero no podía declarar bueno lo malo o malo lo bueno. Podía cortar cabezas pero nunca dictar normas morales. Hace tiempo que esa barrera saltó por los aires. Primero en la Inglaterra anglicana y después en todas partes respaldada por el mito de la soberanía nacional. Ahora, nuestros gobiernos no se contentan con cobrar cada vez más impuestos: quieren voluntades. No les basta con ser temidos: desean ser amados. Ya no existe en un nivel socialmente reconocido, aquel contrapeso moral distinto al gubernamental que consiga frenar las ambiciones de una casta política cada vez más endiosada. Por eso la tiranía de lo políticamente correcto se parece cada vez más a la de los ayatolahs. En el Islam saben bien a qué me refiero porque en aquellos países la herejía islamista nació como un movimiento religioso-político en el que el rey o califa era al mismo tiempo el príncipe de los creyentes. Después, el paréntesis colonizador los «occidentalizó» a la fuerza posibilitando el nacimiento de regímenes laicos burocráticos y estatalistas. Y ahora lo que pasa es que se debaten entre dos teorías igualmente perniciosas: la del fundamentalismo islamista por un lado y la del estatalismo laicista por otro. La consolidación de cualquiera de esas dos tendencias será un desastre para su propia gente. El compromiso entre ambas, que es lo que en el fondo están alentando los cobardes gobiernos europeos, será un desastre para todos nosotros.
Un comentario
D. Jerónimo
Creo que olvida usted un matiz importante. A este lado del Estrecho, vivimos en casas con calefacción, colchones, televisiones e incluso DVDs, con coche, con más teléfonos móviles que habitantes… Y hemos conseguido una sociedad blandita, adocenada, que no se mueve por nada que no sea cambiar el canal de la televisión cuando se acaba un partido de fútbol en busca del siguiente.
Es lo que hay. Nos guste o no. Y ejemplos, a puñaos, que en este confidencial han salido unos cuantos.
Africa se termina en la frontera con Melilla y Ceuta. Se lo digo yo, que las he visto.