Las revueltas populares que se vienen sucediendo en Túnez, Egipto, Yemen, etc., nos han cogido en Occidente con el paso cambiado: ningún servicio secreto occidental se lo esperaba, ningún observador de prestigio lo anticipó. Europa, encerrada en sí misma. Estados Unidos, con una política exterior progresivamente indefinida y acobardada.
Pero lo que está sucediendo, y lo que vendrá después, es de suma importancia, pues pueden modificar el tablero actual del ajedrez mundial.
Hay que partir de unos hechos objetivos.
1) La extrema juventud de esas poblaciones de cultura árabe y confesión mayoritariamente musulmana.
2) La importancia de las redes sociales y las nuevas tecnologías en el desencadenamiento del estallido social.
3) La debilidad de las organizaciones allí presentes de carácter “liberal”, “laico”, e “izquierdista”.
4) La presencia activa y discreta, en la caridad, las obras sociales, las mezquitas y el tejido social, de importantes organizaciones islamistas; caso de los Hermanos Musulmanes.
5) La mínima simpatía hacia Occidente de las grandes masas musulmanas; si bien deseen su nivel de vida y tecnología.
6) La existencia de modelos islámicos, atractivos y próximos, para esas masas populares: Irán y Turquía.
Pero, ambos modelos musulmanes, ¿son democráticos?
Partamos de dos premisa.
1ª) Para el Islam, Estado, sociedad y religión son realidad única e inseparable. El Corán es copia exacta del libro que Alá guarda consigo y no admite revisión o enmienda alguna. Alá es uno. Todo debe tender a la unidad. El Islam -en definitiva y como afirman desde su fundación los Hermanos Musulmanes- es LA solución.
2ª) Los derechos humanos, nacidos en el seno del Occidente cristiano, son ajenos, en buena medida, a la teología y política islámicas. Lo relevante, para esas sociedades son los derechos y deberes derivados de su pertenencia individual y colectiva a la Umma, o comunidad de los creyentes.
En consecuencia de ambas premisas, la democracia es una técnica de origen occidental ajena a su teología política, que puede ser instrumental, pero nunca un fin en sí misma.
En el caso iraní la respuesta se impone: se trata de una “pseudodemocracia” tutelada por los Guardianes de la Revolución y el potente clero chiíta. No obstante, dadas las diferencias existentes entre el chiísmo y el sunismo (teológicas, estructuración del clero, expresiones políticas confesionales, tradiciones sociales y culturales, arraigo étnico), siendo el segundo mayoritario en los países de las recientes revueltas, no parece que el modelo iraní sea el referente de estas masas árabes descontentas; por mucho que trate el gobierno iraní de arrimar el ascua a su sardina. Además, su papel en Líbano desde hace décadas, apuntalando descaradamente a los implacables pseudoterroristas de Hizbulá, le ha generado el rechazo mayoritario del sunismo.
El modelo turco ya es otro factor mucho más sólido y a tener en cuenta.
Entre nosotros, un ejemplo entre otros muchos: Lluís Bassets se expresaba al respecto, en modo un tanto contradictorio, en el diario El País el pasado 13 de febrero de 2011 en su artículo titulado Desislamización: “Olivier Roy, uno de los mejores conocedores de la evolución del Islam político, ha explicado en este mismo periódico (5 de febrero) que estas señales se deben a la aparición de una nueva generación postislamista y a la evolución de muchos islamistas hacia la democracia, en la estela de la experiencia turca”.
Decimos que se nos antoja una argumentación contradictoria, pues esas supuestas señales de desislamización, que asegura percibir, ¿cómo van a ser coherentes con un modelo turco que, precisamente, está reislamizando su sociedad desde los poderes el Estado?
Pero no es el único que cree adivinar una futura evolución del mundo musulmán hacia el modelo de Recep Tayyip Erdogan.
En declaraciones efectuadas a RTVE desde Estambul el pasado 8 de febrero, uno de los dirigentes de los propios Hermanos Musulmanes, el doctor Ashraf Abdel Ghaffar, quien fue detenido en 2009 en Egipto y que actualmente vive en Turquía, afirmó entre otras cosas que “Las mejores condiciones y el mejor ejemplo se dan en Turquía. Cuando el AKP (Justicia y Desarrollo, el partido del primer ministro turco Recep Tayip Erdogan) comenzó a gobernar Occidente tenía miedo porque eran islamistas, pero después de ocho años tienen buenas relaciones internacionales y son respetables”. Un mero tacticismo, aparentemente, y no tanto una decisión estratégica.
Miran a Turquía: islamistas, blogeros juveniles, los coptos cristianos con miedo, algunos de los más prestigiosos analistas internacionales, no pocos intelectuales musulmanes de la diáspora musulmana en Europa…
Por su parte, Walid Phares, profesor de Estudios de Oriente Medio, experto en Islam político, la yihad, y asesor en terrorismo internacional del Congreso de Estados Unidos, aseguraba en una entrevista realizada por Miguel Ángel Benedicto el 12 de febrero para Atenea Digital en relación al peso real de los Hermanos Musulmanes que “Tienen poca base social y mucha representación política, justo al revés que los jóvenes que han liderado las revueltas con mucho apoyo social y poca representación a nivel político. Pero los Hermanos Musulmanes son disciplinados, cuentan con la financiación de los petrodólares del Golfo y el respaldo de televisiones como Al Jazeera. El movimiento podría pactar con el gobierno autoritario y así contendría a los jóvenes que iniciaron la revuelta. La Comunidad Internacional debe apoyar a la sociedad civil para evitar que la hermandad secuestre la revolución egipcia. La perestroika egipcia la harán los jóvenes no los Hermanos Musulmanes ni Mubarak”. Y, tras afirmar que la simulación y el engaño forman parte de su ideología, por lo que disponen de una “agenda oculta”, aseguraba finalmente que “El partido de Erdogan en 2002 era neutral pero ha ido dando pequeños pasos, poco a poco, hacia la islamización de la sociedad sin respetar el laicismo, la libertad de expresión o la Constitución secular. No es de extrañar que sea un modelo a seguir para los Hermanos Musulmanes. En política exterior, Erdogan apoyó a Ahmadineyah tras la revolución verde y dijo que el tribunal de la Haya no tenía derecho a juzgar al sudanés Al Bechir cuando le acusaban de genocidio”.
En coherencia con todo ello, y con notable perspicacia estratégica, Erdogan fue uno de los primeros dirigentes musulmanes en pedir la renuncia de Mubarak pocos días después del inicio de la revuelta.
De esta manera, los hechos parecen desmentir, poco a poco, las expectativas occidentales de una democracia de corte occidental, tintado de cierto islamismo superficial, en la Turquía de Erdogan.
Recordemos, por otra parte, la evolución estratégica exterior de Turquía hacia un panturquismo orientado hacia Asia central y las exrepúblicas soviéticas de habla turcómana, acaso en detrimento de su ansiada y tantas veces reclamada integración europea.
Otro termómetro de la verdadera naturaleza de la “democracia turca” es su trato de las minorías religiosas “toleradas” –reducidas en la actualidad a su mínima expresión- no musulmanas; persistiendo, cuando no imponiendo, mayores limitaciones a la presencia de las minorías cristianas y judía en su territorio. No podemos olvidar los no poco frecuentes asesinatos de cristianos allí, entre ellos, el del presidente de la Conferencia Episcopal católica turca, Luigi Padovese, el 3 de junio de 2010. O los atentados contra edificios y personalidades judías.
De hecho, acabamos de tener noticia de una gravísima noticia: el Estado turco ha expropiado terrenos decisivos para la supervivencia de uno de los monasterios más antiguos del mundo, el sirio-ortodoxo de Mor Gabriel, situado en la región de Turabdin, en el sureste de Anatolia. La fundación del monasterio, al sureste de la ciudad de Midyat, en la provincia de Mardin, cercano a la frontera con Siria, se remonta al año 397. Hoy día todavía acoge a una pequeña comunidad compuesta por tres monjes y 14 religiosas, siendo la sede del metropolita Mor Timotheus Samuel Aktas y el centro espiritual/cultural de la cada vez más reducida comunidad sirio-ortodoxa de Turquía y de su diáspora. De hecho, en ese territorio, allá hacia 1960, vivían unos 130.000 sirios, quedando apenas hoy unos pocos miles. Se ha señalado que el problema de fondo, de este nuevo contencioso, es que no existe ninguna comunidad religiosa para la ley turca, al no reconocer el Estado turco a ninguna de ellas personalidad jurídica; una situación totalmente incompatible con la Convención Europea de los Derechos del hombre y las Libertades fundamentales. Superar tales limitaciones exigiría cambios en la Constitución y Código Penal de Turquía; unos cambios que no se vislumbran en modo alguno.
Y traigamos a colación un último factor: la progresiva eliminación del ejército turco como garante del laicismo republicano fundacional, discretamente laminados por Erdogan.
En definitiva, no está nada claro que el modelo turco sea una “vía islámica hacia la democracia” o, por el contrario, una “vía democrática hacia el islamismo”.
Sin duda, Erdogan se está erigiendo en uno de los grandes adalides del mundo musulmán. Su modelo es atractivo; incluso para otros actores aparentemente más radicales, como son los Hermanos Musulmanes. Pero, desde nuestra perspectiva occidental, las dudas y los peores temores, poco a poco, se van confirmando. Y esa tendencia crecerá cuanta mayor sea la debilidad de Occidente, su olvido del pasado, el rechazo de su identidad, su suicidio demográfico. Y su incapacidad en la defensa de los cristianos perseguidos en el mundo musulmán; no pretendamos, aunque lo fuere en buena lógica, la aplicación del principio de reciprocidad.