Apareció la noticia en primera plana de DEIA. La senadora nacionalista se ha dirigido a sus compañeros en vascuence en el Senado. Y lo anuncian jubilosos. Como si ello sirviera para evitar la pérdida del vascuence a nivel popular.
Corría la primera mitad de la década de los cincuenta del pasado siglo. Entre clase y clase comenté con mi compañero José Luis Álvarez Enparantza, el futuro escritor en vascuence “Txillardegi”, la noticia que traía el periódico: en Salamanca se había creado la cátedra de vascuence Manuel de Larramendi. “¿Qué te parece?” “Me causa la misma impresión que si en Roma crean una cátedra de etrusco”.
A mi amigo lo que le preocupaba de verdad era que el vascuence estuviera perdiendo terreno en su uso como medio de comunicación. ¿Qué habrá pensado con esta otra noticia? Porque, al fin y al cabo, la creación de una cátedra en Salamanca tenía un interés científico. Servía para algo. La tontería que están haciendo en el Senado ¿para qué sirve?
En mi profesión me he visto obligado a tratar con técnicos extranjeros. Unos conocían el castellano y otros no. Y entre los primeros los había desde quienes lo hablaban perfectamente hasta quienes lo hacían con dificultad. Siempre salimos airosos de la prueba. Elegíamos el idioma en el que con más facilidad, o menos dificultad, nos entendiéramos y adelante.
Me viene a la memoria las conversaciones que teníamos con un ingeniero alemán que dirigía el montaje de una instalación. No hablaba nada de español. Le proponíamos modificaciones en el proyecto inicial que suponían mejoras notables. Algunas las aceptaba sin más por su sencillez. Pero otras veces nos advertía: “das kostet Geld” (esto cuesta dinero)
La tontería que están haciendo en el Senado, que no sirve para nada, cuesta dinero, como nos advertía el alemán. Un dinero que para los políticos es “el chocolate del loro”. Para ellos todos gastos son el “chocolate del loro”. A quienes hemos manejado caudales de la empresa en la ejecución de proyectos los compañeros mayores, que nos iniciaban en el ejercicio de la profesión, nos enseñaban que nada es el “chocolate del loro”. Porque si transigíamos con uno, terminábamos con un regimiento de loros comiendo chocolate. “Cuida de los peniques, que las libras se cuidan solas”, dicen los ingleses, que en economía siempre han sido maestros. Pero nuestros políticos no tienen en cuenta estos prudentes consejos. No les importa gastar en aras de una ideología estéril. Les pasa como a aquel “Trescojones” (con perdón) que, como decían en mi pueblo, se le murió un burro y no le importaba: no era de él.
El senador Anasagasti ha salido en defensa de lo indefendible. No creo que le sirva para nada el sistema de traducción simultánea porque no sabe vascuence. Pero de entre las flores que forman el ramillete de su intervención me he quedado con la que dice que “la democracia es cara, hay otra cosa más barata que es la dictadura”.
Estos nacionalistas vascos se contradicen constantemente. En los años de la República y de la Guerra Mundial, insistían en que nuestro sistema foral era un precedente de la democracia moderna. Que en Euzkadi la democracia era anterior a la Revolución francesa. Pretendían vestirse con el ropaje democrático de moda. Pero lo único que conseguían era vestir a la democracia revolucionaria con el ropaje de un sistema justo y popular.
Nuestro sistema foral era barato. A los vizcaínos nos salía prácticamente gratis. El Concierto Económico posterior, permitió una administración sencilla y eficaz. También barata. O es mentira que la democracia es cara. O mentían los propagandistas nacionalistas cuando pregonaban que el sistema foral era un precedente de la democracia.
Los carlistas rechazamos la moderna democracia por muchas otras razones. Pero también porque es muy cara para el ciudadano. Ha traído el enchufismo; la burocracia inflada de un estado que se mete en todo privándonos de libertad. Favorece el acceso a los cargos públicos de gentes que se aprovechan su paso por ellos para enriquecerse rápidamente.
No sabemos si la democracia podría ser más barata. Lo cierto es que quienes la administran ahora la han puesto, como admite Anasagasti, muy cara. Y algunos bien se están aprovechando de ello.