Le va a sonar a chiste, pero es absolutamente real. En la nueva y flamante terminal del aeropuerto de Pamplona se han olvidado de poner un reloj. No hay aeropuerto, estación de tren, de autobús o estación marítima que se precie que no tenga uno. O varios. Bien visible. Para que los viajeros puedan ver el tiempo que les falta para su partida.
Pues aquí, en nuestro aeropuerto, con la que ha caído aquí hace nada por unos relojes, se han olvidado de ponerlo. Profesionales los constructores. De primer nivel. ¿Cuantos aeropuertos habrán hecho en su vida para olvidar semejante detalle?. ¿Cuantos aeropuertos habrán visto?.
Y siguen sin ponerlo. Vamos para tres semanas desde su apertura y seguimos sin peluco. ¿De verdad que Sanz, Barcina, Jiménez o Miranda no lo echaron en falta el día de la inauguración?. A ver si va a ser verdad eso de que ellos a los relojes no le dan importancia.
4 respuestas
Bueno el jefe del negociado de aeropuertos se llama José Blanco así ¿qué vamos a esperar del inefable «Pepiño» sino una actuación de chiste?
Puestos a darle la vuelta, no es un ahorro injustificado. No conozco a nadie que no lleve encima su propio reloj.
No sé si son imaginaciones mías, pero me he fijado en que este mismo artículo aparece como carta al director en el Diario de Navarra. ¿El mismo artículo? No exactamente. En la versión del Diario de Navarra desaparecen por arte de magia las últimas dos líneas. Curioso.
Si alguien tiene derecho a hablar de aeropuertos ese soy yo. Y el Sr. Andreu tiene toda la razón. Los constructores del nuevo aeropuerto de Pamplona serán muy amigos de esos que no aprecian los relojes. Pero desde luego aeropuertos han visto pocos, muy pocos, si se les ha pasado por alto poner un reloj.
Aún así creo que el escrito del Sr. Andreu no va tanto por el reloj como por los individuos que Diario de Navarra omite en su publicación. Porque puestos a ponerle fallos a la nueva terminal, el más gordo sería que con unos techos de 15 metros de alto y unas salidas de aire a 4 metros del suelo, la temperatura en la superficie roza los 12 grados, osea un frí de muerte. Pregúntenles a las azafatas de tierra. Se ve que esos magníficos constructores de aeropuertos tampoco sabían que el aire caliente sube hacia arriba.