Llevo unos cuantos días veraneando en Navarra y confirmo que es tierra, o reino, o región, o provincia, o comunidad de diversidad. ¿Pero queda algo en el sustrato que sea común a todos los rincones diversos? Yo creo que sí. Lo se, porque basta con conocer un poquillo el proceso de acumulación diversa y unísona que nos ha hecho ser lo que somos. Quien se acerque sin prejuicios a nuestra historia y a nuestra geografía verá en nuestro mismo ser, a pesar del caos de todas las apariencias postmodernas sedimentos europeos, hispánicos, vascos, pirenaicos, atlánticos, mediterraneos y cristianos. Luego, además, ataviados con una hojarasca multicolor podrá fotografiar rincones y «pintas» de lo más dispar. Pero hay que saber que en el fondo transcurre un río subterráneo con un curso difícil de modificar. Perviven así entre nosotros inercias, tics, virtudes y vicios, espíritus misioneros y tendencias endogámicas que nos asemejan demasiado a un modelo imaginario de navarro típico. La historia de las comunidades humanas vivas es así: troncos centenarios producen brotes estacionales. Siempre cambiantes, siempre permanentes, como si Alguien hubiera querido subrayar que esta vida es buena, pero que no es perfecta. Que todo es siempre mejorable. Y ojalá que cualquier amejoramiento que se nos ocurra sea para crecer más en bienser que en bienestar.
Jerónimo Erro