El encuestismo es un síntoma grave de relativismo y los más creyentes en la estadística sociológica y electoral (disculpen que mezcle así los términos estadística y encuesta pero ya me entienden) son los partidos conservadores. Los progres también son partidarios del relativismo, pero para los demás, porque su propio dogmatismo ideológico no les permite dar volantazos en las líneas fundamentales de su programa. En cambio los representantes del orden y la ley, conservadores de los logros progresistas sean cuales sean, sólo saben medrar a la sombra del poder esté donde esté. Por eso se mueven y se adaptan a lo que haga falta con tal de no tener ni demasiada inmoralidad, ni demasiada corrupción, ni demasiada pobreza, ni demasiada inseguridad. ¿Por qué llamamos a esto oposición cuando es colaboración?
Dicen que hay dos formas de liderar: ponerse delante y que te sigan, o encabezar un grupo que ya está en marcha. Lo peor de los conservadores es que han optado por una tercera opción: llevar el farolillo rojo. En lugar de dirigir al pueblo en busca del bien común parecen tener vocación de coche escoba. En vez de tirar del carro se dedican a empujar en la dirección que otros marcan. Se erigen en jefes del pelotón de los torpes y se empeñan con ahinco para que nadie se quede rezagado de la marcha general. Marcha cuyo rumbo establecen, si o sí, los progres con toda la potencia de su runrun mediático y publicitario mientras los tristes líderes de la «derecha» se limitan a medir de vez en cuando la temperatura electoral para ver si conservan al menos el apoyo de la mitad más consciente o más cobarde, más escéptica y conservadora de la masa. He aquí una teoría que me convence más que la del quesito de Sanz.