Este domingo 23 de febrero han tenido lugar los comicios parlamentarios al Bundestag, que viene a ser el Parlamento Federal de Alemania. Recuérdese que el canciller en funciones Olaf Scholz, socialdemócrata y socio de Pedro Sánchez, perdió una cuestión de confianza tras ciertos desencuentros en política económica con el Partido Democrático Libre (FDP).
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Se ha dado un resultado electoral más o menos esperable. La tradicional locomotora de Europa estaba perdiendo mucho fuelle. Pese a tener unos niveles de precios más estables que los españoles y unos tramos salariales bastante más atractivos, la economía estaba experimentando un considerable desgaste (habiéndose entrado en recesión).
Una necesidad de corregir el déficit presupuestario (revisando cierto despilfarro sanitario) hizo estallar la coalición semáforo. Pero es que las directrices del ecosocialismo estaban comenzando a mermar el poder adquisitivo y económico. Los cierres de nucleares y la excesiva dependencia de la energía eólica estaban provocando un encarecimiento de la factura eléctrica.
Por otro lado, la batalla impuesta en cooperación con Bruselas en contra de los vehículos de diésel y gasolina estaba mermando la producción de las principales fábricas automovilísticas, entre las cuales se puede encontrar a entes como Audi, Wolkswagen, BMW y Mercedes-Benz. Mientras, la industria automovilística china se frota las manos con esperanza e ilusión, aspirando a competir en Europa con sus vehículos eléctricos.
Pero no todo es economía. Tradicionalmente, la urbanidad alemana destacaba por ser segura y civilizada. Se podía caminar a solas por la calle, sin temer por robos de objetos u otra clase de actos vandálicos. El teutón además, como el eslavo o el nórdico, tienen cierto sentido de respeto hacia lo público (por ejemplo, el cuidado de las calles y la limpieza de los espacios no privados).
Ahora bien, hace unos años, todo eso empezó a cambiar. Es más, aunque durante la campaña se hayan apreciado algunos atisbos de rectificación pretendida, la situación no ha hecho nada más que empeorar. El welcome rapefugees de 2016, de la mano de Angela Merkel, siguió su curso. La inmigración musulmana es cada vez más mayoritaria en Alemania.
Hay escuelas y jardines de infancia donde se evita hacer referencia a la Navidad, a fin de «no ofender a los no cristianos». La proliferación de opciones gastronómicas «jovenlandesas» es cada vez mayor (dürums y kebabs, por ejemplo). A su vez, la cifra de mezquitas no se ha visto disminuida (de hecho, apenas se sabe que la coalición semáforo destinó más de 8 millones de euros a la «eficiencia energética» de mezquitas marroquís).
El velo islámico y cierta variedad étnica son cada vez más comunes en grandes metrópolis como Berlín, Colonia, Frankfurt y Hamburgo. Las agresiones sexuales a mujeres y los «aleatorios» atropellos y apuñalamientos tienden a ser frecuentes. Es más, se está dando un incremento del antisemitismo y de la homofobia (violencia contra no heterosexuales), tal y como se advirtió recientemente en autoridades locales como las berlinesas.
Lo del antisemitismo no es precisamente una idea de «cuatro neonazis», sino de parte de esos «nuevos alemanes» que ni comen codillo ni tienen el fenotipo y acento habitual. De hecho, personalmente, en agosto de 2024, quiene escribe estas líneas pudo ver con sus propios ojos una especie de «comparsa automovilística a favor de Hamás» (evidentemente, la izquierda woke y la derecha turuleca celebran todo esto).
Nada de esto es pasajero. No es cuestión de cuatro guetos conflictivos de las principales urbes. Se trata de un problema que se va expandiendo en distinta medida por las distintas divisiones urbanas teutonas, que no entiende de clases sociales, aunque perjudica más a los supuestos «colectivos» defendidos por la izquierda, como son los homosexuales y las mujeres, aparte de los judíos y otros inmigrantes legales y respetuosos.
De ahí que se haya intentado buscar una respuesta por medio de las urnas, explorando alternativas, tras la inoperancia del consenso socialdemócrata-democristiano, el fiasco liberal-centrista y la nocividad disfrazada de verde. Entre esas opciones nuevas se ha encontrado la derechista Alternativa por Alemania (AfD), liderada por la patriota y hayekiana Alice Weidel, muy vinculada al mundo de la economía y las finanzas.
German election map according to exit poll data.
— Clash Report (@clashreport) February 23, 2025
A stark contrast between West Germany and former Communist East Germany. pic.twitter.com/5zWx6PHdjB
Con más de un veinte por ciento del voto escrutado según lo que se va reportando, se ha posicionado la AfD como la segunda fuerza política más votada en Alemania. Pero es que se consolida que la mitad oriental teutona, que otrora no solo fue prusiana sino parte del yugo comunista de la Unión Soviética, se ha cansado de coquetear con las opciones comunistas y neoizquierdistas que puedan ir emanando.
La extinta RDA es uno de los principales fortines electorales de la AfD, con diferencia de varias decenas de puntos en algunos casos. Mientras, en la Baviera menos urbanita, es fácil que estos sean segundos, tras una CDU fuerte, como arrastre electoral de la derecha sociológica (recuérdese que el territorio bávaro tiene una sociología conservadora algo equiparable a la del eje noroeste de Madrid).
La AfD ha duplicado a efectos prácticos sus votos, y su traspaso de votos no necesariamente ha venido de la abstención y de una proporción significativa del electorado de la CDU/CSU. Una porción relevante del electorado de partidos como el SPD y el FDP ha optado también por encontrar otra clase de alternativas a la catarsis social y de paz pública que sufre el país.
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Puede, eso sí, que la AfD no gobierne, como ocurrirá en Austria y quizá en España si por algún casual hubiese alguna cerrilidad genovesa. Pero en estrategia política no sería un fracaso largoplacista. Si la invasión musulmana siguiese sembrando el caos en Alemania y no hubiese una ruptura clara con las políticas ecologistas, el desgaste podría afectar también a la CDU, de modo que los derechistas se disparasen.
E insístase en que hoy la AfD no ha perdido nada. Más bien ha conseguido su éxito pronosticado y que su mensaje cale entre sectores más amplios de la sociedad alemana. Además, los mensajes y los formatos de comunicación del partido pueden servir de utilidad en un intercambio know-how con otros agentes políticos y sociales conscientes del peligro eurosoviético e islamista.
De hecho, se traslada un mensaje de cierto calado a la eurocracia soviética. Esto supone una enmienda a las políticas de open borders y green Europe. Pero también es algo más que una amenaza, ya que la AfD es crítica con la vía monetaria centralista, es decir, con la moneda única. Con lo cual, el Euro podría explotar por el Norte, y se podría favorecer la criptoeconomía, impulsada por los vientos de Elon Musk.
De igual modo, puede servir como aviso o inspiración para ámbitos como el español, donde lamentablemente el equivalente al SPD está muy lejos de desplomarse. Mientras, la oposición pepera, que gobierna algunas de las plazas municipales y autonómicas más importantes, está empeñada en seguir las recetas económicas y «progres» del PSOE, aparte de contribuir a la destrucción causada por la invasión migratoria.
Una vez dicho todo esto, guste o no, se abre la puerta, aunque sea a largo plazo, a eine neue Zeit für Deutschland.