Hay algo peor que un mal educador: varios educadores discrepantes. El mal educador puede ser tal vez neutralizado con un buen antídoto. Pero el cacao mental que provoca en los críos el relativismo llevado a las aulas ¿quién lo cura? El caso es que este es el sistema que tenemos. Los alumnos hacen una especie de zapping para pasar de una a otra asignatura y raro es el colegio en el que todos los programas responden con coherencia a un mismo ideario de centro. La homogeneidad necesaria para la educación, prolongación en la escuela de la seguridad paterna, ha quedado reservada como un objeto de lujo para aquellos centros, raros, en los que el Ideario es considerado el eje principal sobre el que se ajustan todos los medios. ¿Por qué no pueden tener de verdad los colegios públicos un ideario de centro de la misma forma que tienen, para todos los miembros de la comunidad educativa, la misma calefacción? ¿Es que por el hecho de ser público debe un colegio renunciar a dar una enseñanza coherente, recta, armoniosa, equilibrada, buena? Las crisis que más nos alteran se miden por meses o semanas, lo se, pero esa crisis profunda que padece nuestra patria (¡oh! ha dicho «patria») es cuestión de décadas de buena o de mala educación.