El pendulazo

Hoy es el día. Trump toma posesión del cargo de presidente de los Estados Unidos y se espera desde el primer momento el anuncio de importantes decisiones ya sea en lo tocante a economía, inmigración o geopolítica. En este contexto y con el control mayoritario del Congreso y del Senado no falta quien habla de “pendulazo”, de un cambio de paradigma a escala global e incluso de la muerte de la ideología woke. ¿Pero es así en realidad?

Desde luego la llegada de Trump a la Casa Blanca puede significar un golpe de timón decisivo en la deriva de todo el mundo occidental. Sin la victoria de Trump el cambio era imposible. No sólo eso, es que sin la victoria de Trump estábamos abocados sin remedio a la implantación de una agenda delirante y ruinosa empeñada en el establecimiento de una dictadura global. Porque la gente ha comprendido eso ha ganado Trump. Pero corremos ahora el riesgo de pensar que el pendulazo ha llegado, que lo woke ha muerto y que todo está solucionado por la mera victoria de Trump. En absoluto, la victoria de Trump es condición necesaria para cambiar las cosas, pero en absoluto suficiente si no viene acompañada de una amplia y profunda batería de cambios y medidas. Bien sabemos en España lo inútil que puede resultar un cambio de gobierno cuando el nuevo gobierno se convierte en un mero paréntesis entre dos gobiernos socialistas. La ideología woke no se va morir sola si no la matamos y la enterramos, igual que el comunismo no murió por la sola caída del Muro y la evidencia de su fracaso. Había además que explicar ese fracaso. Tenía que haberse continuado la batalla ideológica después del colapso del comunismo. El precio que hemos pagado por no rematar al comunismo ha sido su resurgimiento en pocos años con nuevas cepas y mutaciones, como cualquier tipo de virus.

En este sentido, no demos por hecho que el camino va a ser sencillo. Recordemos que la violencia política fue una de las notas que caracterizaron la anterior etapa trumpista en la Casa Blanca. La izquierda utilizó el Black Lives Matter para desatar una salvaje oleada de violencia durante meses a lo largo y ancho de las principales ciudades de los Estados Unidos. Han intentado matar a Trump varias veces para evitar que ganara las elecciones. No cabe pensar por tanto que el camino va a ser fácil, que el wokismo se va a dejar enterrar sin lucha, o que el wokismo no puede volver con fuerzas redobladas si el cambio de gobierno en la Casa Blanca se convierte en una meta en vez de en el punto de partida para desarrollar sin complejos una agenda alternativa.

Que el wokismo haya perdido el monopolio de la información tampoco significa que haya perdido su hegemonía mediática. Una cosa es que ya no se pueda acallar por completo el discurso antiwoke y otra muy distinta que el discurso woke no siga siendo potentísimo. No cabe infravalorar el poderío mediático de todos los millonarios woke y los agendistas davosianos. Una cosa es que ya no tengan el poder absoluto, y otra muy distinta que no tengan poder en absoluto.

El mensaje que va llegando desde el ámbito woke, en ese sentido, es que las fuerzas antiwoke ya se han pasado de frenada y ya hay que volver a desalojarlas. Trump aún no ha asumido la presidencia, todavía no ha cambiado nada y ya nos empiezan a vender que ha ido intolerablemente lejos con sus medidas y que se necesita un retorno inmediato al sentido común y la prudencia, como si por otro lado lo woke hubiera representado alguna vez el sentido común y la prudencia. El hecho es que el mínimo cambio que pretenda introducir Trump probablemente va a ser contestado desde la orilla woke con una intensidad inusitada. Lo esencial es por tanto la determinación para llevar a cabo los cambios necesarios y para no dejarse intimidar por la violencia verbal y presumiblemente no verbal (basta ver los antecedentes) que va a desplegar todo el mundo woke.

Corremos el riesgo si nos conformamos con sacar al wokismo del poder sin implantar nuestra propia agenda de que el pendulazo no sea tal, sino sólo una mera corrección. Un pendulazo implica un cambio de dirección, una corrección significa por el contrario un mero ajuste o una pequeña rectificación del rumbo manteniendo la dirección. Estamos ante una gran oportunidad. La presidencia de Trump es un fenónemo absolutamente conectado con lo que sucede en Europa con la Italia de Meloni o en Hispanoamérica con la Argentina de Milei. No podemos dejar de tener en cuenta sin embargo lo milagroso de esta oportunidad. Hemos estado a punto de sucumbir ante el wokismo de una forma casi definitiva. Los propios wokes no se pueden creer todavía que hayan perdido de esta manera el poder. Si no aprovechamos la ocasión, puede que no haya otra futura ocasión, o que haya que pagar un precio inconmensurable para conseguir tener una segunda ocasión. No podemos por tanto desaprovechar esta ocasión ni perder de vista la misión histórica de cara a cambiar las cosas que representa esta oportunidad. Que tras décadas de hegemonía cultural suya no nos convenzan de que ya nos hemos pasado cuando todavía siquiera hemos empezado. Llegar al poder no es la meta, es por el contrario sólo el punto de salida. Hoy Trump, Musk y compañía no deben entender este fecha como su último día de trabajo sino como el primero.

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