Fieles a nuestro lema de criticar a la izquierda, a la derecha y al centro tenemos la obligación de criticar lo que todos los políticos de estas etiquetas comparten. Todos ellos afirman de hecho y de palabra que el Estado es anterior, superior, más importante y más digno de sacrificios que la Sociedad. Por encima de algunos matices acerca del tamaño que debe alcanzar todos ellos conciben a la Administración (sea municipal, autonómica, estatal o europea) como un monstruo racionalista al que los individuos tienen la obligación de alimentar con el sudor de su frente. Un monstruo que pase lo que pase tiene el derecho de regular todos y cada uno de los detalles de nuestra vida. Esta forma de pensar, aunque se denomine revolucionaria es tan vieja como los imperios paganos de la antigüedad. Hasta la llegada del cristianismo no pudieron comenzar a articularse sistemas que hicieran compatible la existencia de un Estado ordenador con la de una sociedad de gente libre. Y uno de esos ejemplos, tal vez el menor de ellos aunque uno de los más longevos, es precisamente el sistema foral de nuestra tierra. No se trata de reducir el Estado, de limitarlo, de mantenerlo en la jaula como si fuera un tigre hambriento. Lo que el cristianismo hizo fue poner al Estado al servicio de la Sociedad. Lo que los cristianos hicieron -allí en donde fueron mayoria- fue aplicarse esta máxima evangélica: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros». (Mc 10, 42-43).
Lo que el viejo reino de Navarra, como la mayoría de los países de la Cristiandad medieval, entendió es que también la familia, y la sociedad y también la religión -la Iglesia- habían de ser protagonistas autónomos, realidades nunca sometidas al capricho del poderoso del momento. Así es como se fue forjando Navarra, con su religiosidad y su espíritu cooperativo, su sentido de tradición y de libertad tan arraigado, sus aventureros-misioneros y sus guerras contrarrevolucionarias, su vida social no planificada por consejero alguno. Si ahora queda poco de todo esto la culpa es de los que se han empeñado en volver al paganismo. Es posible que así consigan durante un tiempo un mundo más ordenado y confortable. Pero también seguramente más aburrido.