Tenemos un gobierno que es mera ideología. No es que la ideología sea mala, de hecho es necesaria, el problema es que de entrada la ideología puede ser buena o mala, acertada o desacertada, apropiada para conducir al éxito o condenada al fracaso. Pero es que además la ideología tiene que ser un acompañante del conocimiento técnico y la experiencia. Si pones a una cajera del Saturn que tiene mucha ideología pero no sabe nada de derecho a redactar leyes de género, lo que acabas haciendo es sacar a los violadores a la calle o expulsar a las mujeres del deporte femenino. En este gobierno salta a la vista que sobran ideólogos e ideólogas y faltan personas preparadas. El sectarismo sustituye a la formación y la eficacia en la gestión es sustituida por las marcianadas y magufadas, la última de las cuales es ver a la secretaria de Transporte culpando a las series infantiles de la falta de mujeres trabajando en la reparación de las carreteras.
Podríamos zanjar el asunto dejándolo ahí y en que gozamos de un gobierno lleno de personajes ineptos y estrafalarios, pero existe un peligro real e importante debajo de este discurso.
Hemos pasado del objetivo de que las mujeres sean libres para elegir a la conclusión de que las mujeres eligen mal. Por lo visto de lo que se trataba no era de que las mujeres eligieran hacer con su vida lo que quisieran y trabajar en lo que quisieran, sino que quisieran exactamente lo mismo que los hombres. Las mujeres son libres de elegir lo que quieren hacer, siempre que elijan lo que la izquierda quiere que elijan. No es aceptable que haya más mujeres que hombres que quieran ser jueces, periodistas, médicas, enfermeras o profesoras. Tampoco es aceptable que haya menos mujeres que hombres echando brea en la carrretera o poniendo ladrillos. ¿Pero y si lo que quieren la mayoría de las mujeres es ser antes cuidadoras o maestras que peonas de obra? Pues tendrán que querer lo que quiere la izquierda.
De esta forma, pasamos de dejar que las mujeres elijan lo que quieren hacer a tratar de entender por qué las mujeres eligen lo que quieren y a tratar de provocar que elijan otra cosa. Así es como llegamos a la cabeza de la secretaria de Transporte y a su idea de que las mujeres no quieren reparar el asfalto de las carreteras porque en las series infantiles los que arreglan las carreteras son hombres grandes y musculosos cubiertos de sudor. Si esto pasa en las series infantiles o sólo en la cabeza de la secretaria tampoco nos atrevemos a asegurarlo, pero en todo caso no se trata del fondo de la cuestión.
La cuestión de fondo es que quien no cree en la libertad cree en el determinismo social. Si no crees en la libertad, no ya en la libertad política sino en la libertad como una facultad humana para actuar de forma no determinista, entonces lo único que te queda es organizar la dictadura a tu gusto, no vivir en libertad.
Si crees que el uso de tales o cuales palabras inclusivas, o las series infantiles, o los más pequeños estímulos determinan la voluntad de la gente para llegar a tal o cual destino, entonces tienes que intentar controlar todo lo que la gente ve, todo lo que la gente escucha y todo lo que la gente hace para intentar que la gente llegue al destino que quieres. No puedes dejar nada fuera de tu control porque donde no hay libertad todo es determinante. Todo es un enorme conjunto de engranajes relacionados unos con otros. Por eso la izquierda vive obsesionada por dictar no sólo lo que tenemos que decir, sino las palabras que tenemos que usar para decir las cosas, la información que podemos recibir en las redes sociales, o las series que podemos ver siendo niños. Su objetivo no es dejarnos elegir en libertad entre todas las opciones posibles, sino determinarnos a elegir tal o cual opción, porque no creen en la libertad, sino en el determinismo social, y o lo que piensa la gente lo determinas tú, o lo determina el enemigo. Y puesto que un engranaje todo tiene que ver con todo, nada se puede dejar sin control. ¿Alguien cree que es poco peligroso que este tipo de gente con este tipo de ideas esté en el poder?