¿Y si Aldama aprovecha su puesta en libertad para fugarse a la par que salva a Sánchez?

La montaña parió un ratón. Tras el escándalo de las acusaciones de Aldama, Pedro Sánchez convocaba con cierto misterio y sin anticipar el contenido una rueda de prensa para las 9 de esta mañana. Conociendo al presidente era posible desde que adelantara la Navidad hasta que se tomara 15 días para meditar, lo que fuera menos dimitir o convocar elecciones, como habría hecho un socialista portugués. Al final la comparecencia, por supuesto sin preguntas como ahora ya es norma, no tenía otro objeto que comunicar el nombramiento de Sara Aagesen como nueva vicepresidenta de Transición Ecológica, en relevo de Teresa Ribera. Ni a El País le resulta posible otorgar mayor interés a este asunto. Lo que no se puede negar es la capacidad de Moncloa para crear expectación… y defraudar después esa expectación. El problema de esta estrategia es que cada vez sube más el listón de la pantomima necesaria para generar expectación.

Todo el escándalo Aldama y la expectativa de que Sánchez pueda caer por un asunto de corrupción, sin embargo, nos coloca ante una situación hipotética por un lado y un asunto de fondo por otro. ¿Cómo puede caer Sánchez y cómo debería hacerlo en un mundo ideal? ¿Cuál es la batalla importante? ¿La de las ideas o la de las denuncias? ¿Cuál es para ganar la vía ideal?

No es que no se deba dar la batalla mediática y legal contra la corrupción del gobierno. Es evidente que esta batalla hay que librarla, tanto por una cuestión moral como de interés político. Si Sánchez cae por esta vía, bien estará. No puede haber un corrupto en el vértice de la pirámide del poder. Cabe no obstante el peligro de que la derecha se acostumbre a sustituir la batalla de las ideas por esta batalla por la denuncia de la corrupción. A fin de cuentas la gente ya está convencida de que la corrupción es mala, sólo que hay encontrarla y endosársela al gobernante al que queremos sustituir. Lo malo es que elegir esta vía tiene sus efectos secundarios y problemas que no debemos desconocer.

Para empezar, a menudo nos preguntamos cómo es que tal partido o tal figura es tan resistente en las encuestas, o en las propias elecciones, frente a tales o cuales escándalos, tales o cuales mentiras, o tales o cuales contradicciones. ¿Cómo pueden seguir teniendo tantos votos pese a tantos escándalos? Nos preguntamos, perplejos. Pues porque los sostiene la ideología. Aunque se pongan de manifiesto las mentiras o los escándalos de tales o cuales personas del gobierno, sus simpatizantes tenderán a minimizar las consecuencias, a negar los hechos o incluso perdonarlos porque todavía comparten la ideología de los señalados. Esas mismas acusaciones contra personas de ideología opuesta a la suya tendrían un efecto muchísimo más acusado. Esta es ya una primera razón por tanto para no descuidar la batalla de las ideas en favor de una batalla por la denuncia de la corrupción o el escándalo.

En segundo lugar, ganar la batalla de los escándalos sin ganar la batalla de las ideas nos conduce más a un mero cambio de caras que a un verdadero cambio de paradigma. Si todo lo que te lleva a gozar del favor mayoritario es cambiar a un líder o a un partido corrupto, una vez producido ese cambio decae a la vez ese apoyo mayoritario del que estabas gozando. Todo lo que intentes hacer una vez cambiada la persona o el partido tendrá enfrente a la mayoría social y electoral porque lo único que te permitía tener a esa mayoría de tu lado era cambiar el gobierno.

De lo que se trata por tanto es de cambiar las ideas, las mentes y la visión del mundo de la mayoría. Sólo esto puede desencadenar un cambio profundo y duradero. Sólo esto puede permitir que lo apoyado no sea sólo el cambio, sino las políticas que vengan con ese cambio. Es más, un cambio de este tipo no depende de que el rival sea un corrupto. La gente apoyará el cambio aunque el presidente sea un santo, si la convences de que su recetario está equivocado. ¿Qué hacemos si Aldama no presenta pruebas contra Sánchez o si, como alternativamente sugiere ese riesgo Julio Ariza, se fuga de la Justicia a gozar en el extranjero de su fortuna dejando incólume a Sánchez y ridiculizada a la oposición? ¿O qué hacemos si, a pesar de todo, la mayoría sigue apoyando al sanchismo? ¿Y qué hacemos al día siguiente de llegar al poder si después de todo el sanchismo cae sólo por culpa de la corrupción? Para un cambio real, duradero y de fondo hay que conformar una mayoría sólida con una visión del mundo alternativa, y para eso hay que librar y ganar la batalla de las ideas. Evidentemente no por ello dejaremos de denunciar ningún caso de corrupción.

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