Irene Montero es la encarnación del sectarismo político extremo. ¿Es tonta Irene Montero? Seguramente no. O sea, a lo mejor es capaz de hacer sumas muy rápidamente, ¿pero es capaz de analizar con inteligencia la realidad? La mujer de Pablo Iglesias es en este sentido una de esas personas que da igual que sean tontas o inteligentes, puesto que su discurso partidista es inmune a los datos o a la percepción de la realidad. De este modo Maduro es un demócrata, Errejón es un facha y la ley sueltavioladores funciona de maravilla. ¿Se puede ser inteligente y sostener todas estas sandeces? Probablemente sí, siempre que el nivel de fanatismo supera al de inteligencia. Si Irene Montero es una mujer inteligente, esto quiere decir que su nivel de sectarismo tiene que ser mayor todavía que su inteligencia para cegarle ante la evidencia. Es decir, que cuanto más inteligente presumamos que sea más tenemos que asumir en paralelo que su nivel de sectarismo tenga que ser apoteósico.
La penúltima noticia reveladora sobre el nivel de incompetencia de Irene Montero es que con toda probabilidad acudió contagiada a la famosa manifestación del 8M en 2020, el Día de la Plaga, el infestódromo fest de las feministas. ¿Fue ajena la fuerza de la primera ola del COVD en Madrid a esta celebración? Nunca lo sabremos. Lo que sabemos es que nada se previno para no estorbar esta celebración. Montero confiesa en su libro que dio positivo en un test el día 10, sólo 48 horas después de la celebración del 8M, donde en alguna grabación ya se le ve estornudando. O sea, que el 8M ya con toda probabilidad se encontraba contagiada y en pena actividad incubadora y contagiadora. El problema con lo que cuenta en el libro es que revela sin querer que mintió al publicar el día 12 de marzo un tuit diciendo que había dado positivo ese mismo día tras notar síntomas el día anterior. Si en el libro reconoce que dio positivo ya el día 10, parece que trató de meter días entre la manifestación y su positivo, para aparecer como contagiada en vez de como contagiadora y para tratar de desvincular su contagio del 8M, cuya celebración ya casi todo el mundo a aquellas alturas le reprochaba. Por cierto, está la izquierda que no vio venir la pandemia con semanas de antelación como para decirle nada a Mazón por no ver venir la DANA por una cuestión de avisos difusos y horas.
¿Por qué Irene Montero no vio venir la pandemia, como el gobierno de Pedro Sánchez o tantos otros izquierdistas? Quizá por ese extraño balance entre sectarismo e inteligencia. Si el activismo que exige celebrar el 8M es lo bastante fanático, la inteligencia no puede hacer pasar los datos de los contagios y lo que pasa en Italia por encima del muro. Ese mismo activismo fanático impide a la inteligencia reconocer el error de la ley sueltavioladores, o que Maduro es un dictador, o que los okupas existen, o que el comunismo no funciona. Puede que ese mismo activismo fanático hasta impida a los ojos reconocer lo feo a muchos niveles que es Pablo Iglesias.
Podría parece que todo esto es un ataque personal contra Irene Montero, en cuyo caso todo lo escrito tendría un alcance relativo. El problema es que el virus del sectarismo no es un problema personal de Írene Montero. La ahora eurodiputada no es más que el síntoma de uno de los signos de nuestro tiempo, y es el de que la sobre-excitación política resulte incompatible con una visión objetiva y honesta de la realidad. El resultado no es sólo poder aprobar cualquier medida catastrófica, sino el ser después completamente incapaz de apreciar las desastrosas consecuencias y reconocer el error. Además de Irene Montero, ¿qué porcentaje de nuestra sociedad padece, por sectarismo político, esta misma desconexión entre su ideología y la realidad?