El liberalismo (y su hijo el socialismo) empiezan por decir que todas las creencias, todas las fes, todas las trascendencias y todo el ámbito de lo sobrenatural tienen su sitio en un rincón oscuro y cerrado que se llama conciencia individual. Y la consecuencia lógica de esta forma de pensar es que cuando los creyentes se dedican a las cosas materiales, con sus presupuestos, sus edificios y sus dineros son denunciados por atreverse a invadir -se supone que fanáticamente- el ámbito aséptico y puro de lo natural, de lo racional y de los negocios. Como si solamente los medio-ateos y materialistas estuvieran legitimados para ser empresarios, o propietarios, o gestores económicos.
Esta es la herejía de base, el error de dividir las realidades humanas en dos como si el espíritu y la materia no fueran caras inseparables de una misma moneda.
Este error fundamental es el que ha pretendido justificar todos los ataques materiales a la Iglesia ya sean desamortizaciones, quemas de iglesias o robos directos. El capítulo de Caja Sur se ha convertido -aun contando con el ingrediente de gestores que se han metido en camisa de once varas- en una excusa más para el ataque de los que no toleran que la Iglesia pueda tener propiedades. Los que quisieran, como han querido todos los grandes tiranos, una Iglesia de brujos-funcionarios sumisos.
En estos términos está planteada la batalla actual. Así que sería un error replegar velas y ponerse en plan espiritualista para darles la razón a los nuevos comecuras afirmando que claro, que al fin y al cabo la Iglesia no tiene por qué mancharse con el barro pecaminoso del dinero, que para eso ya están los políticos y los empresarios. Por el contrario creo que ha llegado el momento de dejar algunas cosas claras y decir, por ejemplo, que los cristianos queremos ser buenos pero no idiotas. Que la Iglesia tiene todo el derecho del mundo a gestionar sus bienes -junto con el deber de poner a cristianos capaces al frente de los mismos-. Que sobrenaturalizar las cosas no consiste en olvidarse de las cosas sino llevar las cosas de este mundo como Dios manda. Y que si, en fin, nos quieren robar, que lo hagan a mano armada, pero que no tengan encima la jeta de decir que lo hacen por nuestro bien.