Es el sino de los tiempos en la España sanchista. No es posible centrar la atención. Lo apocalíptico tapa lo catastrófico. Lo catastrófico tapa lo gravísimo. Lo gravísimo tapa lo solamente muy grave. Para lo sólo grave ya no nos queda tiempo ni ánimo. De hecho ni nos enteramos. Y eso todo en el mismo día. El menor de los escándalos del día, sin embargo, haría caer al gobierno en un estado de nuestro entorno.
Así, ayer mismo, mientras la tragedia del Levante centraba -lógicamente- toda nuestra atención, el gobierno y sus socios continuaban inalterables imponiendo su agenda política. Pero no respecto a pequeños asuntillos, sino respecto a cuestiones escandalosas dignas de la mayor atención, como el asalto a RTVE.
Naturalmente habrá que pagar los sueldos fidelizadores de todos los esbirros sectarios introducidos en RTVE. No hay problema, subimos los impuestos a los ahorradores e igualamos con más impuestos los precios del diésel y de la gasolina. Hay que perseguir a todos esos malditos ricos que van por ahí con un Ibiza diésel para poder pagar el sueldazo de las Solanas, las Intxaurrondos y los Broncanos. Si no es por RTVE la gente se te distrae con cualquier DANA en vez de centrarse en cómo la gente aclama a Pedro Sánchez y a su imputada esposa por las lejanas y exóticas calles de la India.
¿Algo más y acaso más grave que se nos haya escapado con lo de la DANA? Pues claro, la orden del Supremo a la policía de registrar el despacho del Fiscal General del PSOE y de incautarse de sus dispositivos electrónicos y de su teléfono. En un país normal el Fiscal General persigue el delito, en la España sanchista es el Fiscal General el investigado por sus posibles delitos. Pero no pasa nada. Mañana todo quedará tapado por algo todavía más gordo. De todo esto no nos acordaremos en absoluto dentro de un par de meses, abrumados por el número de recuerdos. El día que lleguen las elecciones, cuando sea, tendremos la vaga impresión de que el gobierno ha estado haciendo algunas cosillas mal, pero a la hora de intentar concretarlas nos quedaremos perplejos, dudando y balbuceando, no teniendo claro si la papeleta que al final había que echar en la urna era la de nuestro amado maharajá.