La realidad que primero quiso negar o, mejor dicho, negó y que ha disfrazado después se ha impuesto implacablemente ante el Presidente del Gobierno español, además se ha impuesto sin atenuación de ninguna clase. El hecho mismo de que su Gobierno no haya sido capaz de llevar al últimos Consejo de Ministros las medidas anunciadas dos días antes en el Parlamento revela, por un lado, la temeraria improvisación con la que se gestó el giro absoluto en política económica -sin duda forzado por agentes externos-, y por otro, la ausencia de equipos técnicos bien dirigidos para hacer los esfuerzos suplementarios que requiere la situación actual. Los mercados, conspiradores contra las esencias socialistas, no han visto motivos para esperanzarse con el ajuste antisocial de Zapatero. Por otra parte, los ciudadanos hemos sido sorprendidos en nuestra buena fe por el mismo Gobierno que sistemáticamente rechazaba recortar pensiones, ayudas y salarios. Y es que sin duda, ante la inseguridad, España ha entrado a estar bajo la tutoría de Bruselas y el control a distancia de Washington, y nuestro crédito político ante socios y aliados es nulo. En una situación así cabe preguntarse ¿Debemos los ciudadanos fiarnos de quien nos ha metido en tal situación o hemos de pedir un cambio?