Prohibido merecerse ser rico

Este pasado miércoles, con motivo del inicio del curso político, se convocó a varios medios de comunicación a una rueda de prensa política y presidencial. Durante un acto de presentación en el Instituto Cervantes, Pedro Sánchez anunció una serie de medidas que, en palabras suyas, tienen los siguientes objetivos: “competitividad económica, dignidad laboral, estado del bienestar, vivienda, paz e igualdad“.

Lamentablemente, no hay ninguna sorpresa para bien. Ahora bien, eso no quita que convenga hacer considerable hincapié en su supuesta apuesta por una “fiscalidad más progresiva”. Llegó a afirmar, para justificarlo, que convenía priorizar el uso del transporte público frente a automóviles lujosos como los del fabricante italiano Lamborghini (cuyo alto y exclusivo coste dificulta que estén entre los vehículos más demandados en España). Habló también de quienes podían “vivir 100 vidas”.

Bajo el prisma de la ingenuidad, uno podría llegar a pensar que se trataba todo de un llamado para que los multimillonarios pagasen más impuestos. Esto sería igualmente injusto por cuanto y en tanto se basase en una estrategia redistributiva e igualitarista. Pero, en verdad, se trata de una trampa eufemística que nos recuerda que el socialismo (en cualquiera de sus modalidades, en mayor o en menor medida) persigue la igualdad de miseria.

Las estadísticas de los medios y organismos funcionales a la propaganda del socialismo pretenden alterar las categorías de clase entre la población, de modo que ya se entra en clase alta si se cobra un modesto salario que aún no siendo pírrico formase parte de lo que pudiésemos conocer como clase media. Pretenden que creamos que hay más gente de alta capacidad económica con respecto a las cifras reales.

En parte, esto puede servir para vender “éxitos en política económica” cuando nos encontramos ante una destrucción de empleo bastante notoria incluso en “temporada estival” y una progresiva pérdida de poder adquisitivo propulsada por la inflación, el estrangulamiento laboral y la subida desproporcionada de los impuestos a la renta. Pero no solo se trata de disimular en esa medida. Hay algo más.

Bajo la trampa de que “los que más tienen han de pagar más” se pretende justificar que las rentas de niveles más normales se sometan a un atraco fiscal mucho más elevado. Ese es el concepto del bienestar que tiene el socialismo, de modo que uno pueda disfrutar en menor medida del fruto de su trabajo y de su buena administración de la propiedad dineraria. Eso sí, no pensemos solo en los impuestos a la renta.

Recordemos que unas dos terceras partes de la factura eléctrica son sobrecostes políticos e ideológicos (no necesariamente relacionados con la “religión climática”) y que los impuestos indirectos como el IVA generan un sobrecoste artificial, ajeno a la ley natural del mercado, sobre muchos bienes y servicios, algunos tan esenciales como los alimentos, los productos de higiene, la ropa, el material escolar y la vivienda.

De esta forma, el socialismo contribuye a que muchos productos sean más costosos, pese a que el oferente no lo estipula así. Es más, la reprochable especulación que hemos de demonizar es la que hacen tanto las agencias fiscales y tributarias como los bancos centrales, ya sea pensando en nuevos conceptos de atraco o en masas artificiales de dinero bajo un sistema de reserva fraccionaria que no respeta la integridad de lo que uno deposita en la banca tradicional.

Es más, se corrobora que la limosna no es el verdadero mecanismo de ayuda. El socialismo no quiere aliviar la carga artificial contra la propiedad dineraria de la persona, sino endeudar a las sociedades mediante mecanismos que aseguren la nulidad creativa de la persona y la férrea dependencia del poder político. El endeudicidio, los subsidios y las trabas al emprendimiento y la creación de riqueza forman parte de la esclavitud de los tiempos presentes.

No obstante, si formas parte de los aparatos políticos y estatales de corte mafioso, clientelar y prebendario que contribuyen a nuestro latrocinio moral, cultural, económico, financiero y social, o si formas parte de algún grupo funcional a la causa destructiva y colectivista, entonces tienes muchas oportunidades para recibir un dinero que no resulta de tu esfuerzo así como tampoco de otros sanos mecanismos de democracia económica.

El socialismo no quiere que la gente se esfuerce con tesón para prosperar y servir, sino que la gente sea esclava del satánico proyecto de subversión del orden natural divino. Además, por cuanto y en tanto esta ideología es una férrea compilación de los distintos pecados capitales, hay muchos colaboradores que, de no regirse por la ira ignorante, se comportan en base a los preceptos más básicos del ser envidioso.

Hay muchos tipos de socialismo en cualquier caso. Pero el PSOE es uno de los mayores enemigos de la libertad en España, con la complicidad entreguista del PP. Hay bastante gente comprada o abducida por uno de los partidos con mayor historia maliciosa y siniestra. Además, no hay nada extraño si hablamos de una dictadura posmoderna que reniega tanto de la libertad de expresión como del sano florecimiento de la sociedad.

Ergo, el socialismo no cree en la cultura del mérito y del esfuerzo, sino en la igualdad forzada de miseria y de necedad. Sí, con el fin de tener individuos atomizados, desarraigados y angustiados que no obstaculicen la progresiva expansión de los artificios de trasfondo demoníaco. El socialismo es malvado, destructivo, sádico y pecaminoso. Pensar, rezar y ganarse las cosas por legitimidad moral está prohibido. El socialismo es enemigo del Bien y del sano y próspero orden moral.

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