La detención del dueño de Telegram, el reverso totalitario de todos los mamarrachos de la ceremonia olímpica

La justicia francesa ha detenido a Pavel Durov aprovechando una escala aérea en Francia del dueño de Instagram. Los cargos contra él son prácticamente todos los delitos del Código Penal: pedofilia, evasión fiscal, narcotráfico, terrorismo, delitos de odio… Ahora veremos por qué.

Para empezar, narcotráfico y pornografía ha habido siempre, a menudo alentados por los mismos que ahora quieren encerrar al dueño de Telegram. Pero en nombre de la lucha contra el narcotráfico, en vez de mandar fragatas a volatilizar narcolanchas, detienen a Durov y mandan a la Guardia Civil al estrecho en barcas hinchables. Es porque el narcotráfico o la pornografía les importa menos que el pañal de un leproso, lo que no pueden tolerar es una canal por el que la información y las críticas al sistema puedan fluir fuera de control. Un medio puede cometer todos los delitos de odio o difundir todos los bulos que quiera, pero siempre que sea sirviendo sumisamente al discurso dominante. Naturalmente esto no se puede vender de este modo, así que hay que decir que se persigue a las plataformas que amparan la libertad de expresión en nombre de la lucha contra el narco, el terrorismo y la pederastia global. Aunque como decíamos buena parte de todo ello está bendecido, como en la ceremonia olímpica, cuando el canal de distribución es la sumisión a la agenda globalista.

Lo actuado contra el dueño de Telegram es como detener al dueño de un bloque de pisos porque en un apartamento un tipo ha pegado a su mujer, o como detener al dueño de una autopista porque ha pasado por ella un camión con droga, o como procesar al creador de internet por las cosas que se dicen o se publican en internet. Si todo lo que se dice por teléfono es responsabilidad de Telefónica, el dueño de Telefónica debería estar en la cárcel con Durov. Claro que el dueño de Telefónica es en un importante porcentaje el gobierno español.

Si hay un piso en el que se produce una agresión, o hay un camión circulando con droga, o hay dos terroristas hablando por teléfono, naturalmente es la policía o la justicia la que tiene que actuar, pero contra los delincuentes, no contra el dueño del bloque, la autopista o la empresa telefónica. Tampoco se puede espiar o censurar a todo el mundo a ver si es un terrorista o un pederasta. Para espiar a alguien hacen falta motivos fundados. Ni siquiera la policía puede espiar a la gente arbitrariamente ni intervenir o censurar sus comunicaciones, al menos en un estado democrático de derecho: eso ha de determinarlo la justicia, mucho menos entonces una plataforma digital va a tener que espiar o censurar a sus usuarios. Tampoco se le puede exigir a Instagram o a Google, que tienen miles de millones de usuarios (Instagram tiene 2.000 millones), que controlen todo lo que hacen sus usuarios, para eso harían falta tantos empleados de Instagram haciendo de vigilantes como usuarios. ¿Y cuáles serían además los criterios de Instagram para vigilar o censurar al personal? ¿Los del gobierno global? ¿Quién es Instagram o cualquier otra plataforma, o incluso el propio gobierno, para determinar sin juicio y sin defensa lo que es legal y lo que no y reprimir contenidos a discreción? ¿Para qué sirve la policía o la justicia si quienes tienen que vigilar a la gente son las plataformas? ¿Para detener a los dueños de las plataformas?

Lo que subyace en el fondo de todo este asunto es que la federación de gobiernos quiere que los dueños de los medios hagan de censores del sistema, tal como Musk denunciaba hace unos días. La detención de Durov es un aviso a navegantes, una indicación a todos los propietarios de medios para que se sometan a las directrices de los gobiernos. Se trata de que no sea el gobierno de turno el que tenga que censurar lo que se publica, y tener que cargar con esa mala imagen, sino que sean los propios medios quienes asuman una censura previa de forma que no se publique nadie que disguste al cochambroso gobierno global davosiano, uno de cuyos máximos exponentes es precisamente Macrón. Todas las mamarrachadas de la ceremonia olímpica, por poner un ejemplo, no son más que la máscara ridícula de una dictadura atroz.

Al final resulta bastante irónico que quien haya detenido a Durov, que escapó de Rusia huyendo del totalitarismo, no haya sido Putin sino Macrón. Macrón por otro lado no es nadie, como tampoco lo son von der Leyen, Kamala, Sánchez o Trudeau. Todos ellos no son más que marionetas replicantes de un discurso global. ¿Puede el orden mundial davosiano llegar a mandar tartas de polonio a los disidentes? Sin duda a la vista del encarcelamiento de Durov no estamos muy lejos de ello. Si de momento no prolifera el polonio no es que los davosioanos sean mejores que Putin, sino que ejercitan un totalitarismo más melindroso, al menos como primera opción.

Hemos de ser conscientes de que nos encontramos ante una batalla importantísima. No se trata de defender a Durov o a Musk, sino la libertad. O si no la libertad, evitar un escenario de todavía mucha menos libertad que la actual. Musk o Durov son sujetos imperfectos defendiendo un escenario mejor que el alternativo. Lo que no podemos dejar que pase es que para cuando queramos darnos cuenta de lo que sucede la guerra ya se haya librado y ya la hayamos perdido. Porque si cuando la masa se de cuenta de lo que está pasando la batalla por la libertad ya se ha perdido, la lucha se tendrá que librar con las manos encadenadas y la boca tapada. O sea que será una lucha de mierda contra un poder absoluto.

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