¿Y si la igualdad no está en la naturaleza? La pregunta es inquietante porque choca con las pretensiones igualitaristas del pensamiento indiscutible dominante. La Olimpiada Internacional de Matemática que ha tenido lugar este verano en Londres, mientras nos distraíamos con París, invita a poner en cuestión esta premisa de que la igualdad es un hecho natural y que las desigualdades son fruto de la cultura y de la acción humana, y que por tanto hay que acabar con la desigualdad. La diferencia entre que la desigualdad sea natural o cultural es tanto como que el enemigo a batir sea la educación o la realidad.
¿Son los chinos más inteligentes? ¿Son muchos más? ¿Qué cultura hay en sus casas? Equipo ganador de la olimpiada internacional de matemáticas, EEUU. #imo2024 @Recuenco @ROBERTO_COLOM @GregorioLuri pic.twitter.com/ouHIPBzTLi
— Berta G. de Vega/🐝 (@BertaGDeVega) July 22, 2024
Como puede apreciarse en la foto de los ganadores, el equipo es cualquier cosa menos paritario. No ´solo es que las mujeres sean minoría, sino que también lo son los blancos o los negros. Los asiáticos, por lo que sea, se encuentran totalmente sobre representados en el equipo de los EEUU. Lo mismo sucede con los asiáticos en todo el conjunto de resultados.
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Frente a otras realidades en las que si defendiéramos la existencia de tal o cual desigualdad podríamos ser considerados sospechosos por ser blancos, o por ser guapos, en este caso no se nos puede acusar de ser parte interesada porque en la redacción de Navarra Confidencial no proliferan los asiáticos. No tenemos por tanto ningún interés personal en abrir un debate sobre la superioridad de los asiáticos en asuntos matemáticos. El hecho sin embargo es que la idea de igualdad, no digamos la obsesión con la igualdad, es algo que choca frontalmente con lo que de forma constante nos ofrece de forma abrumadora la naturaleza, que es la variedad. Variedad de especies, variedad de colores, variedad de habilidades, variedad de tamaños, variedad de fortalezas y debilidades. Y menos mal. Una naturaleza uniforme sería aburrida, deprimente y estática. La variedad natural es de hecho una consecuencia de la evolución, la adaptación al entorno y el darwinismo. Irónicamente, la misma izquierda que arremetía contra la religión en otro tiempo por cuestionar el darwinismo es la que ahora niega el darwinismo con su continua apelación a una igualdad natural tan ideológicamente deseable como desmentida por la realidad.
La izquierda sueña con un mundo en el que, sometida toda la población humana a una educación uniforme, con unos condicionamientos sociales iguales para todos, por supuesto establecidos por la izquierda con sus criterios, todos seríamos y iguales y no habría diferencias de género o raciales. Habría el mismo número de niños que de niñas que quisieran jugar con muñecas. Todos seríamos igual de altos, de gordos, de listos y de guapos. Habría el mismo número de albañilos que de albañilas. Los hombres y las mujeres harían todos el mismo tiempo en los 100 metros lisos. Por supuesto los combates de boxeo entre hombres y mujeres serían paritarios y en realidad no podría hablarse ya en ese futuro idílico de hombres y mujeres. Todos los miembros del equipo ganador de la Olimpiada Matemática podrían ser negros y la mayoría de los jugadores de la NBA podrían ser asiáticos. Decir otra cosa además sería discurso de odio.
La pregunta no obstante es, ¿y si las cosas no son así? ¿Y si la desigualdad es un hecho natural? ¿Cómo hacemos compatible entonces el igualitarismo con la realidad? Y si somos desiguales, ¿hay un problema real con la desigualdad? Porque al final en el fondo de toda la argumentación igualitarista el pensamiento que subyace es el de que el respeto o el valor sólo pueden depender de la igualdad. Por el contrario, el respeto es algo necesario precisamente cuando existe la desigualdad. En cualquier caso una ideología puede enfrentarse a otra ideología y en ese enfrentamiento puede ganar o perder, pero si a lo que se enfrenta una ideología es a la realidad sólo puede perder.