Gracias tendría que dar la monarquia a gente como Rufián o Puigdemont

Sí, claro, gente como Rufián y Puigdemont son enemigos absolutos de la monarquía. Como Otegui. Pero por otro lado tiene sentido pensar que, de algún modo, la existencia y actos de sujetos como Rufián y Puigdemont justifican la existencia de la monarquía. ¿Para qué sirve la monarquía? O sea, ni siquiera esta monarquía o este rey en particular, sino la monarquía en general. Pues a lo mejor los mejor cualificados para contestar a esta pregunta podrían ser Rufián y Puigdemont. Cuando los golpistas celebraron su pucherazo y dieron los primeros pasos ya evidentes y fuera de la ley para su declaración de la independencia unilateral de la república catalana, el gobierno se quedó como un ciervo en la carretera mirando inmovilizado los faros del camión que le iba a arrollar. Fue entonces cuando el rey apareció en televisión viniendo a denunciar la situación y diciéndole a Rajoy, aunque no lo dijo con estas palabras literales: haz algo que viene un camión y nos atropella, desgraciao. El plan de los golpistas era una política de hechos consumados, avalada por una multitud agresiva en las calles, frente a la que el estado quedara paralizado o no se atreviera a actuar.

Seguramente el mensaje del jefe del estado no era ajeno ni desconocido para el gobierno, pero el hecho es que el gobierno parecía paralizado hasta que compareció el jefe del estado. En este sentido la fobia de personajes como Rufián y Puigdemont da cuenta de la importancia que la figura del jefe del estado tuvo en aquel momento, como en aquel otro 23 de febrero. Puede que con sólo esos dos momentos se justifique ya la institución de la monarquía. Si en esos dos momentos no hubiera aparecido la figura de un rey, no sabemos qué hubiera pasado. Habrá desde luego quien piense que el jefe del estado tenía que haber hecho acto de presencia más veces, como con la amnistía, pero ya las dos veces que la jefatura del estado ha intervenido en dos momentos cruciales justifica su existencia.

La frecuencia, extensión u oportunidad de las intervenciones del jefe del estado puede ser objeto de debate, pero parece claro que para España ha sido una ventaja ser una monarquía y no una república. ¿Qué hubiera pasado si, ante desafíos como los citados, quien hubiera tenido que responderlos hubiera sido el presidente del gobierno? ¿Qué papel hubiera podido desempeñar una figura partidista, nombrada y colonizada por los políticos, si hubiera tenido que ser ella la encargada de unir a los españoles y hacer frente a los desafíos? ¿Cómo hubiera podido tomar la iniciativa ante un gobierno paralizado una figura dependiente y seguidista del gobierno?

En los últimos tiempos asistimos a sucesos y circunstancias que evidencian todos los días el valor de tener una monarquía. Los políticos colonizan sin piedad todas las instituciones poniendo a su frente personajes absolutamente dependientes de la mayoría que los designa. El valor más apreciado en un candidato por la mayoría que le nombra es su absoluta disposición a seguir ciegamente las instrucciones del que le nombra. No es que nuestra Constitución le otorgue al jefe del estado muchos poderes para actuar como contrapeso, pero en un momento en que casi han desaparecido todos los contrapesos al poder ejecutivo, y que a su vez el poder ejecutivo se encuentra totalmente condicionado por los enemigos de la libertad y de España, ese pequeño contrapeso que es la monarquía constitucional se vuelve importante no tanto por ser un gran contrapeso como por ser uno de los poquísimos que todavía pueden quedar.

A su vez, la colonización de todas las instituciones por parte del gobierno pone en valor la existencia de una institución que sea apartidista, que no dependa del gobierno para ser elegida o reelegida, que tampoco tenga que contentar a la oposición, o que de cara a la calibración de sus intereses no tenga un horizonte temporal de sólo 4 años. Todo aquello que se le reprocha a la monarquía en realidad puede ser una virtud. La existencia de una institución permanente y apartidista ofrece ante la zozobra una cierta estabilidad.

Personajes como Otegui, Puigdemon o Rufián dividen todo entre aquello que les puede facilitar sus propósitos y aquello que se los puede estorbar. Todo lo que perciben como perteneciente a esta segunda categoría lo intentan destruir. Así pues, o mucho se equivocan Otegui y Puigdemont o la monarquía de algún modo estorba sus plantes de destrucción. Personajes como Otegui, Puigdemont o Rufián son la prueba con barriga de que la monarquía no es un capricho, sino una institución conveniente. No obstante al final no les vamos a dar las gracias por ello porque, aunque si necesitamos los antibióticos es por las bacterias, sería como dar las gracias a las bacterias por justificar la necesidad de los antibióticos.

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