¿Qué nos dicen los nombres que ponemos a los niños que nacen en Navarra?

Hace unas semanas se publicaba, como todos los años, el dato de los nombres más frecuentes en Navarra para los niños nacidos el año pasado. En el caso de las niñas, los nombres más frecuentes fueron Lucía, Irati, June, Laia, Noa, Nahia, Sara, Martina y Olivia. En el caso de lo niños, los nombres más populares fueron Aimar, Martín, Mateo, Izan, Lucas, Oihan, Hugo, Javier, Leo y Oier.

Curiosamente, los nombres de los niños nacidos el año pasado no parecen reflejar demasiado el hecho de que un tercio de ellos son hijos de madre inmigrante. Es probable por tanto que en muchos casos los nombres den paso a unos apellidos que ni se podrían sospechar.

El tema de los nombres y apellidos es un asunto curioso porque en cuántos casos el más ferviente aberchale no se apellidará Pérez, García. Ramírez, González o Sánchez. O no tendrá un apellido extranjero y peculiar. Sin embargo, para su hijo elije lo que se piensa que es el nombre más genuino y local. ¿Complejo? ¿Deseo de integración? Sea lo que sea, el hecho es que a veces el nombre elegido resulta que tampoco es en el fondo ni genuino ni local. A veces es sólo el resultado del complejo o del deseo de integración (o desintegración) del nombrador anterior. De este modo, los nombres que muchas personas ostentan como si fuera un árbol genealógico o una herencia milenaria (aunque se apelliden Pérez, Ramírez, Ruiz o Aznárez), resulta que proceden del Deun-ixendegi Euzkotarra (Santoral) publicado en 1910 por Sabino Arana y Koldo Elizalde. Literalmente entre Arana y Elizalde se inventaron o euskerizaron casi todos los nombres vascos.

Evidentemente no todos los nombres vascos proceden de esta adaptación al euskera que tuvieron que hacer Sabina y Elizalde de los nombres que se usaban, pero sí gran parte de ellos. Por tanto es muy probable que el nombre que unos padres que se apellidan Sánchez y Gutiérrez le ponen a su hijo para euskerizarlo y atarlo a la tierra navarra con ligaduras que se remontan, creen ellos, a la noche de los tiempos, en realidad son tan recientes como 1910, en un rato que tuvo Arana entre la invención de Euskadi y la de la ikurriña. Conviene saber estas cosas porque uno le acaba poniendo a su hijo un nombre como si el nombre sólo fuera una raíz, y una raíz que no coincide además con la verdadera raíz del niño, y encima lo que no tiene raíz es el nombre elegido, que resulta que puede estar inventado anteayer. El nomenclator sabiniano, para poner algunos ejemplos, incluye nombres tan populares como Joseba, Iker, Ane, Kepa, Josu, Josune, Jon, June, Gorka, Gaizka, Iñaki, Koldo, Imanol…

El caso es que si hubo que inventarse los nombres y euskerizar los que se usaban no fue porque se hubiera reprimido el euskera, en cuyo caso hubiera bastado con recuperarlos sin hacer falta inventarlos, sino que realmente no se usaban históricamente nombres vascos. Había muy pocos nombres de origen vasco. Prueba de ello es la lista de nombres de los reyes navarros, que se remonta en su inicio al año 800. Si quieren un nombre genuinamente navarro a lo mejor debería por tanto ser el de un rey o reina de Navarra: Iñigo, García, Fortún, Sancho, Pedro, Alfonso, Teobaldo, Enrique, Juana, Felipe, Luis, Juan, Carlos, Blanca, Leonor, Francisco o Catalina. Ya sólo la lista de nombres de reyes navarros desmonta mucho mito nacionalista. Desde luego no serán los citados, pese a su peso histórico, los nombres predominantes entre los chavales de la ikastola más perdida de Navarra, o los de las listas que encabecen los partidos más nacionalistas. Porque una cosa es la historia y otra el nacionalismo.

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