Es muy difícil ganar a la izquierda

Estamos en un escenario distinto que el de hace unos años. Un escenario en el que es más difícil ganarle a la izquierda que hace unos años. Para evitar expectativas desorbitadas o desalientos injustificados primero hemos de ser conscientes del porqué de este nuevo escenario, y después analizar los pros y los contras de este escenario.

Hasta hace unos años toda la derecha se encontraba unificada en las elecciones generales en torno al Partido Popular. Dado el número de circunscripciones, el reparto de escaños, los porcentajes mínimos de entrada y la Ley D´Hondt, esto significaba una ventaja competitiva frente a la izquierda, que prácticamente siempre concurría a las urnas en varia siglas, típicamente el PSOE e Izquierda Unida, después PSOE y Podemos, PSOE y Sumar, etc.

La traducción práctica de lo anterior es que, por ejemplo en 2011, cuando llegó al poder Rajoy tras la caída del infausto gobierno de Zapatero, el PP obtuvo 186 diputados, una mayoría absoluta amplísima, con sólo el 44,63% de los votos.

Si retrocedemos hasta el año 2000, Aznar obtuvo una mayoría absoluta de 183 diputados con el 44,52% de los votos. Es decir, vemos que en aquellos años, con menos del 45% de los votos y una candidatura unitaria, la derecha conseguía mayorías absoluta. Cierto es que ahora el PP lamenta la división de la derecha y llama constantemente al voto útil, pero cuando gozaba de la unidad despreció a buena parte de sus votantes hasta que rompió esa unidad.

¿Qué pasó en las generales de julio del año pasado? ¿Por qué no se consiguió desalojar del poder a Pedro Sánchez? ¿Por qué estamos como estamos? ¿Por qué la derecha sociológica sufrió una comprensible desolación? Pues porque el PP y VOX no sumaron más que 170 diputados, insuficientes para conseguir el poder, pero sin embargo cosecharon un 45,44% de los votos, el mejor resultado de la derecha hace muchos años. No era falsa la sensación de movilización de la derecha o el hartazgo de los votantes, fue que estamos en un nuevo escenario en el que, al estar dividida, la derecha ya no suma mayoría absoluta con un 45,44% de los votos, cuando antes superaba los 180 diputados con un 44,52% de los votos.

Aparte de todo lo demás, interesa ser conscientes de este escenario porque en el mundo real, durante muchísimos años, la derecha pudo gobernar pese a tener la izquierda una mayoría social y electoral que, no obstante, al concurrir dividida a las urnas, no se traducía muchas veces en una mayoría electoral. En un sistema electoral perfectamente proporcional, la derecha no hubiera gobernado nunca en España. Al concurrir ahora la derecha dividida, simplemente se enfrenta a esta dura realidad de la que no fue consciente en el pasado. La frustración ante la resistencia del PSOE, o del conglomerado Frankenstein, proviene en buena medida del espejismo de que la derecha era mucho más fuerte de lo que realmente era.

Dicho todo lo anterior, podría parecer que la derecha se enfrenta a un panorama desolador, que el sanchismo nunca podrá ser vencido, o que la división sólo puede traer a la derecha derrota y devastación. Pues bien, esto tampoco es del todo así. Hemos visto todo lo malo de que la derecha ahora concurra dividida a las urnas, pero esa división también tiene aspectos positivos y también esto tiene una explicación.

Antes, al concurrir unida, la derecha ganaba más fácil, pero era como si no ganara. Puede que no fuera así para todos los votantes de la derecha, pero era así para muchos de ellos. Las cosas no cambiaban cuando gobernaba la derecha. No se producía una verdadera alternativa. Había una pausa o una deceleración en las políticas izquierdistas, pero ni se desmantelaban aquellas políticas, ni se aplicaba un programa alternativo. ¿De qué servía ganar más fácil si se acababa haciendo casi lo mismo?

El surgimiento de VOX, o en su momento el de Ciudadanos, pero sobre todo el de VOX, responde a esta sensación de orfandad de buena parte de los votantes de derechas. Tras muchos años de ser ignorados y despreciados, de ver que votar al PP no servía para un verdadero cambio, de que a quien se intentaba complacer, en vez de al fiel votante de derechas, era al hipotético votante de centro-izquierda que sin embargo nunca terminaba de pasar su voto a la derecha, de ser incluso invitados por Rajoy a abandonar el partido, una parte importante del electorado del PP vio en VOX una oportunidad de forzar al PP para ser escuchados. O incluso de convertirse en la alternativa. Desde entonces estamos en ese otro escenario en el que el PP ya no concurre sólo a las elecciones y en el que es más difícil para la derecha conseguir la mayoría absoluta, pero es un escenario que ha venido para quedarse, como prueban los buenos resultados de VOX o la irrupción de alguien como Alvise. El votante de derechas no vuelve al PP, busca otras cosas. Y más con un líder como Feijóo, que no da la impresión de querer hacer una política diferente de la que haría Page, si Page dirigiera el PSOE.

La mala noticia por tanto para la derecha es que ahora es más difícil ganar, pero hay un par de buenas noticias a cambio.

La primera es que ahora es más difícil ganar, pero es más fácil que cuando se gane haya una cambio real y se note la diferencia, porque el PP va a tener que escuchar a toda esa gente que despreciaba cuando era votante del PP. No le va a quedar otro remedio si quiere sumar. Salvo que el PP, para sumar excluyendo a VOX, quiera inmolarse a medio plazo pactando con el PSOE, con el PNV o con Junts.

La segunda buena noticia es que poco a poco la derecha cada vez suma más. Vamos asistiendo no a un vuelco electoral, sino a un vuelco social. De hecho es que hace falta un vuelco social antes de que haya un vuelvo electoral. Durante décadas la derecha española ha estado estancada frente a un muro del 45%. Tal vez porque no le hacía falta más para ganar cuando con eso ganaba. No te esfuerzas por conseguir lo que no necesitas y te atocinas. El pasado domingo, sin embargo, la derecha o como queramos llamar a los partidos alternativos al sanchismo superaron el 49%. Eso, aparte de un resultado nunca visto para la derecha en términos porcentuales, sí sería una mayoría absoluta en unas elecciones generales, aunque la derecha concurriera dividida. Pero además implicaría un cambio real, porque el PP tendría que sumar con formaciones que le exigen un cambio real para sumar.

Naturalmente podemos lamentarnos de que, con todas sus tropelías, todavía la derecha no tenga un 80% de los votos, que sería lo que efectivamente Sánchez merecería, y llorar amargamente cualquier resultado que sea inferior. Pero para llegar al 80% normalmente hay que pasar antes por el 79%, y antes por el 78%, y antes por el 60%, y antes por el 49%. Saltar del 45% al 80% sin pasar por el 49% no es real. Habría que sumar a esto la dificultad de limarle votos a la izquierda cuando la izquierda, además de tener el poder, controla ferozmente el mundo de la cultura, la educación y la mayoría de los medios de comunicación. A los sitios se llega paso a paso y trabajando mucho durante mucho tiempo. No existe la teletransportación. Estamos en un nuevo escenario y en este nuevo escenario ganar cuesta más. Pero vamos avanzando y cuando se consiga ganar el cambio será real.

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