El antisemitismo español posmoderno

Hoy, 28 de mayo, el Consejo de Ministros del régimen dictatorial posmoderno del Palacio de la Moncloa aprobará, al unísono, sin ninguna clase de meditación o apertura a la rectificación, el reconocimiento del Estado de Palestina más allá de las Naciones Unidas.

La decisión, como sabemos, no busca alcanzar la pacífica solución de los dos Estados, sino que tiene lugar en unos momentos en los que el grupo terrorista islamista Hamas no cesa en sus ataques al territorio israelí así como tampoco en su empleo de escudos humanos.

La decisión viene tras un otoño en el que España se granjeó, para con el presidente Pedro Sánchez, el aplauso de Hamas. El grupo terrorista, que cuenta con el apoyo de la mayor parte de la población palestina, celebraba su apoyo a la financiación cuasi colaboracionista de la UNRWA y sus viajes de intención ad hominem a Oriente Próximo.

La cuestión es que esta decisión no ha provenido de un deseo de conciliación y paz entre hebreos y árabes, de modo que haya una distribución territorial que por fin pudieran aceptar los palestinos. Todo forma parte de esa misma agenda contraria a los valores del Occidente judeocristiano.

Ahora bien, todos estos que, junto a sus correspondientes terminales mediáticas y empleados del proyecto multiorgánico de ingeniería social, nos advierten diariamente sobre “un incremento del odio y de la xenofobia” por parte de la “fascista extrema derecha”, están alentando, sin piedad alguna, el fenómeno del antisemitismo.

El antisemitismo “antifa”

Los nazis del III Reich pangermánico clamaban, a viva voz, por el Judenfrei. Era habitual señalar propiedades y establecimientos comerciales regentados por judíos. De hecho, territorios como Berlín, Viena, Gelnhausen y Luxemburgo llegaron a ser declarados, en su integridad, como “zonas limpias de judíos”.

En los campos de concentración y exterminio germánicos y nazis se asesinó a alrededor de un millón de judíos (de hecho, se trató del primer grupo de víctimas, seguido de los católicos polacos). Y no, los soviéticos no quisieron reconocer a quienes desvelaban las atrocidades del nazismo (de ahí que cobre sentido hablar del lamentable destino que corrió, finalmente, el soldado polaco Witold Pilecki).

La cuestión es, en cualquier caso, que quienes se erigen como férreos enemigos del nazismo y del fascismo (sin reconocer públicamente que son ideologías igualmente favorables al camino de servidumbre), vienen a cumplir de una manera muy sugestiva con su idea de tolerancia (la misma que esgrimen cuando advertimos sobre la islamización de Europa o el problema de las bandas latinas).

Que las principales universidades estatales de España hayan sido centros de acogida de acampadas y algaradas a favor del terrorismo de Hamas y de la inconsciencia ante la persecución de las mujeres y los homosexuales en los países árabes, ha ido mucho más lejos.

Las cúpulas orgánicas de estas universidades han optado por cortar cualquier proyecto conjunto o de investigación con centros académicos, universitarios y científicos que radiquen en el territorio del Estado de Israel. Es decir, que por una mera causa política se ha cortado un nexo con uno de los países de mayor innovación tecnomilitar y nanotecnológica (mientras que nada se dice acerca de China).

La estrategia del “mitin izquierdista” del profesor de turno ha ido a más en estas universidades. Lo mismo que, cuando procede, pueden hablarte sobre “lo malo que es el capitalismo” o acerca de “ciertos recortes”, se está optando por favorecer el sesgo pro-Hamas al abordar la cuestión de la agresión terrorista contra los israelís.

Pero es que esto está teniendo ciertas consecuencias silenciadas por los grandes grupos de comunicación. Esto es que los estudiantes judíos españoles están sufriendo intimidaciones, agresiones y acoso (en la misma línea que en otros países de Europa Occidental con mucha mayor tasa de riesgo de islamización, como Suecia y los Países Bajos).

Hay algún caso de acoso escolar en el que se ha llegado a insultar y escupir a algún compañero de clase por tan solo profesar el judaísmo. A su vez, hay quienes se encuentran, en ciertos tablones y paneles unos mensajes que llaman a la expulsión judía, que no necesariamente tienen que proceder de la minoría neonazi y la derecha turuleca, totalmente funcional al marxismo cultural, al proceso revolucionario.

Es más, aunque sea evidente el sesgo de funcionalidad progre de ciertos think-tanks, cuyos nombres lo hacen inesperado, no se puede negar que hay una parte de la sociedad española que ha sido manipulada o que tiene ciertos complejos al reconocer ciertas verdades, ya que, pese al buen mensaje del televoto de Eurovisión, hay mucha incapacidad para entender que Israel se defiende ante las vulneraciones del principio de agresión.

Todo esto también facilita el miedo silente ante el señalamiento hacia los judíos (totalmente integrados en nuestra sociedad) y hacia los negocios que desarrollen su actividad económica en el Estado de Israel. Se está llamando aislar al único sistema político de Oriente Medio que es respetuoso con la dignidad de la persona y las libertades concretas.

Ergo, es plenamente evidente que los judíos son víctimas de los supuestos activistas de la democracia y la tolerancia (además, lo mezclan con el sionismo). Su persecución posmoderna es tan silenciada como la persecución a los cristianos en distintos puntos del orbe. Pero hay un porqué bastante evidente, guste o no guste reconocerlo.

El antisemitismo posmoderno, no necesariamente español, es el desprecio absoluto al Occidente judeocristiano. Es el monstruo alentado por ciertas gestiones geopolíticas y por ciertos mensajes ministeriales sobre los ríos con desembocadura marítima.

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