Triste España ¿sin ventura?

Triste España ¿sin ventura?

 Siete de marzo. Me llegan varios mensajes al whats,  «triste día para España», «pobre España sin futuro»a los que respondo que nuestra Esperanza no están en las leyes, mientras leo el atinado y provocativo análisis de Navarra Confidencial: Pobre España.
    Y como un deja vú imposible, suena en mi cabeza la bella melodía del sacerdote Juan de la Enzina, fénix de los ingenios musicales del momento, TRISTE ESPAÑA SIN VENTURA. Compuesta en 1497 en medio de una crisis institucional. En aquel momento todas las esperanzas estaban puestas en el príncipe Juan, segundo hijo de los reyes católicos, pero según la ley semi sálica, el heredero al trono.  Para una España casi completa en su unidad,  que había tejido instituciones y alianzas que le hacían presagiar que llegaría a ser un imperio donde no se pusiera el sol, la desaparición del último varón de la autóctona casa de los trastámara fue un «golpe de estado» emocional. Y el destinos de los sucesivos príncipes de asturias del momento, trágicos aunque con final feliz.
Juan muere repentinamente con 19 años a  los pocos meses de su alegre boda con la sabia Margarita de Austria. Su viuda encinta,  da a luz a una niña que no cumplió el mes. El derecho al trono vuelve a la hija mayor de los reyes, Isabel, que a su vez muere muere con 27 años en 1498 dejando como heredero a su hijo Miguel de la Paz, que pasa a mejor vida en 1500 a la tierna edad de dos años. ¿Y quien se convierte en heredera? Juana, quizá injustamente llamada la «loca», que no llega a reinar de hecho. La crisis sigue con un largo periodo de regencias, guerra civil incluída, para recaer la corona en su hijo, el famoso Carlos I, el rey emperador.
Lo que empezó con un trágico golpe a la España sin ventura, acabó en un imperio donde no se ponía el sol.
  Las letras del Juan de la Encina de hace más de quinientos años son quizá más reales ahora que entonces.

Triste España sin ventura,
todos te deven llorar.
Despoblada de alegría,
para nunca en ti tornar.

Tormentos, penas, dolores,
te vinieron a poblar.
Sembrote Dios de plazer
porque naciesse pesar.

Hízote la más dichosa
para más te lastimar.
Tus vitorias y triunfos
ya se hovieron de pagar.

Pues que tal pérdida pierdes,
dime en qué podrás ganar.
Pierdes la luz de tu gloria
y el gozo de tu gozar

Pierdes toda tu esperança,
no te queda qué esperar.
Pierdes Príncipe tan alto,
hijo de reyes sin par.

Llora, llora, pues perdiste
quien te havía de ensalçar.
En su tierna juventud
te lo quiso Dios llevar.

Llevote todo tu bien,
dexote su desear,
porque mueras, porque penes,
sin dar fin a tu penar.

De tan penosa tristura
no te esperes consolar.

 

 

¿Volverá como entonces a la salir el sol en una España venturosa?, ¿hay esperanza en estas horas oscuras?.

Usando palabras de Tolkien, palabras de aliento cristiano:

Pippin: ─ No creí que el final fuera así.
Gandalf: ─ ¿Final? No, este no es el final de la jornada. La muerte sólo es otro camino que todos recorren. La cortina de lluvia gris del mundo se abre y se transforma en plata y cristal. Después, lo ves.
Pippin: ─ ¿Qué, Gandalf? ¿Qué ves?
Gandalf: ─ Blancas costas y más allá… un país lejano y verde, a la luz de un amanecer.
Pippin: ─ Oye, no es tan malo.
Gandalf: ─ No… No lo es.

 

 

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