En estos días conocemos la detención de Koldo García, mano derecha de José Luis Ábalos, ministro de transportes en el 2020, por cobros de comisiones en las compras millonarias de mascarillas. Y todo apunta a que la trama llega al exministro, que en su condición de aforado no ha sido imputado porque si no el juez tendría que dejar el caso en manos del Tribunal Supremo, y no lo hará hasta que deje el caso bien atado.
Dejando a un lado la mera actualidad, me ha parecido que este es el momento de recordar algunos puntos esenciales del relato de lo que fue la pandemia del año en que se produjeron estos delitos. Mutatis mutandis traigo aquí un artículo que tenía preparado desde hace más de un año y que había guardado por la intuición de que el tema de la pandemia cansaba a los lectores.
La pandemia en España constituyó el relato más vergonzoso de los que van a pasar a la historia de este gobierno. Si hubiera gobernado un partido de derechas en una pandemia como esa, cualquiera de los medios subvencionados habría dado voz e imagen a la indignación de la izquierda, como lo hizo cuando en España hubo que sacrificar al perro Skalibur por un virus altamente letal que produjo sólo una víctima mortal. Muy al contrario, en España se consiguió enervar, en el sentido clásico de la palabra (‘quitar el nervio’) todo intento de protesta aun pacífica, con dos estados de alarma inconstitucionales, mientras se hacían ovaciones en los balcones y una cacerolada al rey.
El nombre de China salió indemne de todo esto. Ya fuera una accidente o algo premeditado, lo lógico es que al menos Europa o siquiera la opinión pública hubiera respondido a China de manera severa. La negligencia de China causó una catástrofe de magnitud similar a la de una gran guerra: el primero, el del número de víctimas; el segundo, el destrozo económico. Piensen por un momento si el escape del virus le hubiera ocurrido al entonces presidente de Estados Unidos. Donald Trump, que ya era el diablo, habría sido el presidente genocida, responsable de una hecatombe mundial. De este virus apenas nadie se atrevía a decir siquiera que es un virus chino. Y quién se acuerda de los médicos asiáticos que dieron la voz de alarma y que desaparecieron del mapa. Ventajas de ser comunistas.
La falta de mascarillas, la previsión “de algún caso aislado”, las manifestaciones del 8 de marzo, la inexistencia de comité de expertos alguno; cualquiera de esos escándalos habrían sido motivo de dimisión en caso de que hubiera gobernado la derecha. En la compra de test, mascarillas, etc, se infló el precio y se adjudicó contratos a dedo a amigos que ni siquiera tenían licencia de importación (se les concedió en 24 horas), ni experiencia (en ocasiones empresas unipersonales sin estructura aparente); esta semana pasada nos enteramos de que Koldo García y veinte personas más han sido detenidas por cobro de comisiones millonarias. Las cifras de fallecidos siempre se dieron muy por debajo de las reales. La misma vicepresidenta Yolanda Díaz reconoció que había avisado a la ejecutiva de la gravedad del virus y no se le hizo caso; la oposición (Ciudadanos, PP y VOX) presentó preguntas ya en enero de ese año de 2020 sobre la postura preventiva del gobierno, a lo que se le contestó con la habitual frivolidad. Ninguno de estos delitos han prescrito y todos deberían ser investigados y juzgados con arreglo a la ley.
Otro aspecto llamativo del discurso desarrollado en la pandemia del 2020 fue y es la aceptación, sin apenas resistencia, de los dictados de la OMS. La Organización Mundial de la Salud está en manos de un tipo que encubrió una pandemia en Etiopía, siendo ministro de Sanidad de un dictador deleznable. Publicaba Libertad Digital ya hace cuatro años (el 25 de abril del 2020) que «Organizaciones no gubernamentales como Human Rights Watch (HRW) han acusado a Tedros Adhanom de provocar centenares de muertos en su país de origen, Etiopía, por no haber informado de las tres epidemias de cólera cuando fue ministro de Sanidad, en 2006, 2009 y 2011.” ¿Es la OMS, que tiene en su cabeza a un colaborador de una dictadura en África, un órgano de confianza? ¿Cómo puede ser que Europa lo acepte? ¿Cómo puede ser que hayamos firmado una delegación de las funciones de las autoridades sanitarias en caso de pandemia en una entidad que está en manos de farmaceúticas y particulares como Bill Gates?
El relato que ganó la calle es que hubo un virus que a todos los países nos cogió desprevenidos, pero la realidad contrastada, si uno quiere buscar información, es que no tuvo nada que ver la gestión de España (la peor del mundo junto con Italia, Argentina o Perú) con la de otros países donde, para empezar, no emplearon el confinamiento estricto. Y aquí citaré mi fuente, que es el Doctor en Farmacia y funcionario del Gobierno de Navarra don Juan Erviti, en un trabajo que hizo de manera altruista para aquellas personas que le preguntaban por datos objetivos. Démonos un paseo por Europa: si en España, para el 17 de mayo de 2020 había 589 muertes por millón de habitantes, en Francia había 465; en Gran Bretaña, 436; en Suecia hubo 378; en Dinamarca, 97; en Alemania, 95; en Austria, 70; en Finlandia, 53; en Noruega 42; en Grecia, 16. Dejo Portugal para el final, por lo relevante de su posición respecto de España: en Portugal murieron 119, frente a las 589 de España.
La generalización de que se cometieron errores en todos los países porque nos cogió desprevenidos es una falsedad para tapar una verdad incómoda para los nostálgicos: la pésima gestión socialista, que en estos días, asomando las fiestas privadas, la prostitución, la cocaína, los pisos comprados a nombres de parientes, las ayudas a compañías de vuelo amigas, las ayudas europeas desviadas… se revela más que nefasta. Tal vez el principio del fin del virus del socialismo.
Un comentario
En aquella angustiosa situación de pandemia hay que agradecer al Padresito Sánchez sus animosos panegíricos sabatinos, que aportaron fortaleza y esperanza a nuestras desesperadas vidas. Y sin pedirnos siquiera que nos arrodillásemos ante él…