Entre los llamados Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las llamadas Naciones Unidas, uno puede encontrar puntos relacionados con la salud y bienestar y con el hambre cero, los cuales pueden resultar muy biensonantes.
Refiérase uno a esos mismos puntos que algunos están tratando como una tabla de mandamientos que, en vez de proceder de la Ley de Dios (tablas de Moisés), son un instrumento de la falsa «religión» estatalista, progre y socialista que fija la actual fase del proceso revolucionario.
Esos mismos «pseudomandamientos» también llaman a la «acción por el clima» y a la «producción y consumo responsables». Pero no es solo que exista como tal el texto, sino que existe una férrea motivación para su cumplimiento en el actual sistema político.
El consenso socialdemócrata y progre, del mismo modo que da por sentada la propaganda del 8 de marzo o del «Orgullo LGTBI», también luce, con orgullo, como si de una crucecita se tratase, el llamado aro de la Agenda 2030.
Pero ese mismo consenso también ha llegado a poner en pie de guerra a los agricultores de casi toda Europa, incluso en España, donde el apoyo general a la izquierda es muy alto en zonas rurales mientras que la derecha ha sido mucho más urbana (a diferencia de lo que puede ocurrir en el Grupo del Visegrado).
La creciente presión en regulaciones medioambientales (exceso de fitosanitarios que no se exigen a países tercermundistas o compromiso de reducción de emisiones de nitrógeno) no solo reduce como tal ciertos beneficios económicos, sino que pretende acabar con las explotaciones agrícolas como las conocemos.
Dese por sentado que nada de esto se trata de un avance espontáneamente ordenado, a diferencia del teletrabajo o del empleo de asistentes de conversación virtual con faceta generativa (por ejemplo, el llamado ChatGPT). Nadie ha hallado una manera más productiva, como tal, a la hora de producir en el menor tiempo posible, con una calidad mucho mayor.
Todo forma parte de una estrategia de planificación centralizada que obedece a nuevos pretextos, con la excusa de la «emergencia climática», para acabar con la propiedad privada y con el mercado (tampoco obedece a criterios científicos acabar con la cadena trófica o promover masivamente la ingesta de insectos en Europa y la llamada «carne sintética»).
Pero con este artículo, se quiere, más bien, recordar otros precedentes de la planificación masiva en lo concerniente a la producción agrícola. Sí, en otros momentos en los que, en términos hoppeanos, podría considerarse como una aplicación de grados de socialismo mucho más feroces (más comunismo).
Holodomor
Entre los años 1932 y 1933, el régimen de la Unión Soviética, bajo el mando del dictador Stalin, impuso una política agraria sobre Ucrania, país que en su momento estuvo pisoteado por el comunismo moscovita.
Se pretendía colectivizar las granjas ucranianas, de modo que estas no pudieran ser propiedad de las distintas familias y empresas que daban dinamismo a uno de los principales sectores económicos que entonces tenían los ucranianos.
De manera simultánea, se prohibió la posesión privada de alimentos, que pudieran resultar de vías paralelas o de concesiones de otras personas. Es más, en esas granjas estatales, la producción no podía ser libre, sino estar sujeta a fuertes restricciones.
Todo esto, sujeto a una esperable ausencia de libertad de intercambios comerciales, dio lugar al asesinato político y planificado de alrededor de 3’9 millones de personas en Ucrania (pudiendo ser la cifra de más unidades de millones si se añaden otros territorios bajo dominio soviético). 1’7 millones de estos fueron niños (algunos fueron víctimas de un canibalismo colateral).
Gran Hambruna China
Bajo el pretexto del «Gran Salto Adelante», el dictador chino Mao Zedong pretendía acabar con la agricultura privada en China, del mismo modo que se impusieron comunas con subunidades de regulación que vulneraban la división del trabajo y distorsionaban la vulneración de bienes escasos.
Una justificación adicional era la «necesidad de industrializar la agricultura china». Ahora bien, ¿cuál fue el resultado? La producción agrícola disminuyó, por no poder seguir su curso, de manera productiva y eficiente.
Igual que en Ucrania, millones de personas murieron por desnutrición e inanición, sufriendo también enfermedades derivadas de la mala alimentación. El canibalismo también era la norma. Eso sí, como resultado final, entre 15 y 45 millones de personas habrían sido asesinadas.
Comunismo verde
Estos precedentes han de ser tomados en serio, en gran medida, por cuanto y en tanto, el actual ecologismo no es sino un set de medidas de planificación centralizada (de hecho, hablamos de «comunismo verde» en ocasiones).
Nada de esto se debe a hallazgos científicos y médicos, sino al racionalismo cientifista. Es ese mismo racionalismo que cuestiona la dignidad humana en otros aspectos o que dice que hay que cuidar una salud mental cuyas políticas de ingeniería social y colectiva no dejan de dañar.
Con lo cual, si queremos defender la agricultura, por nuestro bien, lo que toca es pedir que el Estado y la casta política aparten sus manos y dejen de ahogar al sector con políticas proteccionistas, cláusulas verdes e impuestos confiscatorios.
Un comentario
el otro día había un artículo aquí que hablaba del Holodomor… y ahora los relaciono. Es la agenda 2030 de hace 100 años que generó hambruna y muerte. Bien tirado y mejor traído.