La comida más ecológica es la caza

Comer es un problema. Sin comer nos morimos. Tenemos que alimentarnos. Y la alimentación de uno se produce siempre a costa de otro, porque la energía que nos alimenta ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Esto no lo hemos inventado nosotros. La naturaleza es una gigantesca picadora de carne. Podemos elegir comer vegetales, y entonces nosotros los humanos seremos una enorme picadora y trituradora de vegetales. Los veganos son la clase de gente que no se conmueve al talar o quemar un bosque. Son sólo vegetales. No son tan adorables como los animales. Tampoco todos los animales son adorables. Las hormigas en la cocina, las avispas asiáticas, los mosquitos o las cucarachas no son adorables. No está claro el criterio para ser adorable, por tanto para merecer no ser comido, para no ser sacrificable. El criterio es lo que hace una influencer o un artículo de El País, hasta que El País o la influencer cambian de criterio.

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Tú puedes elegir no comer carne y ser un debilucho. En vez de carne comerás hojas y pastillas. Pero en todo caso al margen de ti, alrededor de ti, aunque tú dejes de comer carne la naturaleza seguirá siendo un fabuloso espectáculo de seres de carne comiendo seres de carne. Contigo o sin ti la naturaleza es una enorme picadora de carne, pero si alguien no debiera escandalizarse de esto es precisamente un amante de la naturaleza. Si te da asco que un ser vivo coma a otro o un animal devore a otro para alimentarse entonces no eres un amante de la naturaleza, en realidad te horroriza la naturaleza, odias la naturaleza, quieres cambiar la naturaleza. En el fondo eres como el que quiere pavimentar la naturaleza, pero después pintar el pavimento de rosa.

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A lo mejor comes pollo, pero sólo pollo para ricos que quieren que los pollos que se comen sean felices hasta el momento en que se los envasan en filetes. A fin de cuentas nos comemos el pollo, la vaca, el cerdo o lo que sea, pero procurando que viva mejor que un coreano del norte, un venezolano o un niño somalí. Eso hay que pagarlo, pero si hay que pagar para sentirse buena persona se paga y punto. Naturalmente pagamos antes por sentirnos buenas personas que para dar de comer al niño somalí.

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Irónicamente todo esto nos lleva a la caza. La caza es precisamente el contacto con la naturaleza primordial. La alimentación no mercantilizada. Un animal que vive libre y feliz hasta que muere para convertirse en alimento no es un pollo que está en una granja en la que un inmigrante marroquí le saca a pasear, le pone un ventilador o le echa pienso bueno en un cubo, para que después su carne pueda ir a una bandeja al triple de precio que el resto. Un animal que vive libre y feliz hasta que se convierte en comida es un animal que abate un cazador. La auténtica comida ecológica es la caza. El pollo o cerdo de la granja ecológica es mucho menos libre y menos feliz que el animal que vive libre en el campo hasta que lo abate un cazador. Sin embargo los amantes de la naturaleza odian la caza. Prefieren la granja ecológica de la señorita Pepis. Y prefieren la granja ecológica de la señorita Pepis a no comer carne. Y prefieren comer seres vivos que han decidido que son de segunda, como los vegetales, antes que morirse. Pero son unas personas maravillosas, como confirma su odio a las personas que no son maravillosas porque comen carne sin sentir un estremecimiento moral, primero porque el chuletón está bueno, y segundo porque ven que la naturaleza es una picadora de seres vivos, que lo antinatural es no comer carne. Hacer como que la naturaleza no es una trituradora es una farsa. Un autoengaño. Una excusa para colocarse moralmente por encima de los demás. Hay gente que disfruta comiéndose un langóstino, probablemente toda la UGT, y hay gente que disfruta sintiéndose moralmente por encima de las demás, aunque para paladear esa exquisita sensación tenga que dejar de comer carne.

¿Qué idea extraña de la naturaleza tienen los amantes de la naturaleza?

Sería cobarde concluir este artículo sin una pequeña referencia a los toros. Los toros nos pueden gustar o no gustar, pero en realidad un toro es una animal mucho mejor cuidado hasta que llega a la plaza que un pollo de la granja ecológica de la señorita Pepis, y un torero es alguien que afronta un riesgo mortal y se toma unas molestias increíbles para matar a un animal. Nadie se toma esos riesgos a la hora de retorcer el cuello a los pollos de las bandejas de pechugas de la granja ecológica de la señorita Pepis. Nos pueden no gustar los toros pero lo cruel no son los toros sino la naturaleza y las personas a las que espanta la violencia taurina suelen redirigir su agresividad hacia los taurinos. A lo mejor es que la agresividad, como la energía, tampoco se crea ni se destruye, sino sólo se redirige. Se percibe mucha ira de fondo en todos los animalistas, sólo que no la dirigen hacia los animales. De todos modos, ¿por qué no habría de ser violento el ser humano si sólo fuera naturaleza? En realidad esta es la cuestión. O controlamos la violencia porque somos más que naturaleza o somos los seres más patéticos de la naturaleza. Por eso nos encontramos tan a menudo con la paradoja de que los supuestos mayores amantes de la naturaleza suelen ser personas con una imagen totalmente idealizada y distorsionada de lo que es la naturaleza. No aman la naturaleza, sino la imagen de la naturaleza que se han ido conformando en su cabeza a través de los vídeos de gatitos en  las redes sociales y las películas de Disney. Pues buen provecho pero la naturaleza no es eso.

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Un comentario

  1. Me muero de ganas por el comentario-artículo de Navarra Confidencial sobre el cartel de la Semana Santa de Sevilla 2024, me comentan me dicen que en Sevilla el tema se les ha ido de las manos jo jo jo

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