Los últimos datos que se conocen en torno al informe PISA, que mide el rendimiento del alumnado de una multitud de países del planeta en áreas de destreza como la lectura y la habilidad matemática, han agudizado las alarmas sobre el progresivo deterioro educativo que se da, desde hace muchísimos lustros, en nuestro país.
Hay honrosas excepciones, aunque sea cierto que es fácil que más de uno pague los platos rotos, metafóricamente hablando, dado que los centros no tienen, prácticamente, autonomía para confeccionar sus planes curriculares, con lo que casi todo queda a merced del buen hacer de los distintos maestros y profesores.
La cuestión es que la política ha tenido su parte de culpa. La llamada LOGSE fue el punto de comienzo de una progresiva degeneración de la calidad educativa, al erosionarse la meritocracia y el sentido del deber por medio de un recalcitrante igualitarismo e irresponsable en el que «todo vale».
Lo que hemos divisado con fuera no ha sido una apuesta fuerte por métodos educativos que, por ejemplo, pudieran reforzar la comprensión de la teoría, apostando por una conexión con casos reales (aparte de que, en más de una ocasión, se ha dado una clara desincronización entre la Academia y la empresa).
Si acaso, al compás de ciertas leyes educativas, hemos visto que la Academia, en su sentido más amplio, salvo honrosas excepciones, es todo un campo de dominación progresista y favorable al intervencionismo económico, donde fácilmente van penetrando los nuevos avances del proceso revolucionario (la fase actual, el llamado wokeismo).
La cosa es que, cada vez, menos escuelas dedican el necesario tiempo a la lectura, el cálculo, la comprensión natural y geográfica del medio, la historia y, de manera adecuada, la formación en lenguas extranjeras. Pero no es que se pierda tiempo en las llamadas «marías», relacionadas con la expresión artística y musical.
Mientras que ante los conflictos graves (el bullying) se mira, con diferencia, hacia otro lado, se invierte mucho tiempo, de mala manera, en pretextos muy biensonantes. Sí, hablando de «paz», «amor», «igualdad» y «lucha contra la pobreza», sin necesidad de que se llegase a tener conocimiento de los llamados Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Se va colando mucha propaganda ideológica relacionada con la ideología de género, el pacifismo bobo, la multiculturalidad destructiva y el flagrante desprecio hacia la propiedad privada y la libre iniciativa. Incluso molestan ya esas asignaturas que supuestamente gustaban a la izquierda, como es el caso de la Filosofía.
Se tiene conocimiento, igualmente, de la omisión progresiva y sutil de clásicos literarios como El Quijote y El Lazarillo de Tormes. En su lugar, si se lee algo, es algo demasiado ligero, con más carga ideológica que cultural. Sí, igual que se puede llegar a entrar en la absurdez del juego no sexista.
La cosa es que la comprensión lectora básica brilla, muchas veces, por su ausencia. Del mismo modo, el cálculo mental ante situaciones cotidianos es cada vez algo bastante complejo. No se hace hincapié tampoco en una buena reacción auditiva y lectoescritora, ni se preocupa uno, adecuadamente, por la ortografía y la calidad de la redacción.
Con lo cual, no es de extrañar que los informes PISA vayan alineados a algún que otro escenario cuasi cotidiano. Algunos le echarán la culpa a la hiperconectividad que nos han brindado los teléfonos y relojes inteligentes así como a las tabletas digitales y el progresivamente extenso abanico de opciones de la Web 2.0 y la Web 3.0.
Pero no, la culpa no la tienen ni los ordenadores, ni los móviles, ni las redes sociales ni las aplicaciones de mensajería. De hecho, a la red de redes hay que agradecerle enormemente sus contribuciones por la expansión sin límites del conocimiento, sin entender de muchas barreras físicas, económicas y geográficas.
Tampoco hay que echarle la culpa a recientes desarrollos generativos de la Inteligencia Artificial (el llamado ChatGPT), pues precisamente, la clave de su uso exitoso está en saber muy bien qué se pregunta o dicta como instrucción. No hay ninguna motivación de inspiración apocalíptica que esté justificada en este campo.
Échenle la culpa a la corrupción intrínseca a la crisis de valores, a ese progresivo desprecio al pensamiento crítico, la innovación, la responsabilidad y la autonomía. Y sí, a algunos, dentro del proceso revolucionario, les interesa que seamos incapaces de rezar y de pensar, porque así seremos más manipulables, y por ende, menos proclives a prosperar.
Dicho esto, no se crean si algún partido político responsable de este desastre habla en alguna convención de partido sobre la preocupación por el bajo nivel en Lengua y Matemáticas. No ha habido un replanteamiento didáctico o curricular. Nadie reconoce el fracaso de la inspiración progresista del sistema educativo.
Lo único que pueden hacer estos partidos es vender votos para ingenuos y crear más puestos de «empleo público» que no respondan a ninguna necesidad de calidad o excelencia educativa. Recordemos, además, que en España, hay más interés por ser funcionario que por emprender. Y sí, hay mucha fe en el monopolio de servicios pésimos del Bienestar del Estado.