Lo que voy a exponer a continuación no voy a hacerlo en base al esquema clásico del espectro político, heredado de la organización de los bloques jacobino y girondino en la Asamblea Francesa. Más bien, voy a jugar con lo que, a medida que se va avanzando en una dirección cuasi predeterminada, es la antítesis de un término italiano relacionado con la siniestralidad.
Lo haré además de una manera algo amplia, más centrada en lo sociológico que en los encasillamientos asociativos y, sobre todo, partitocráticos. Así pues, haré referencia a lo que, en mayor o en menor medida, tiende a respetar la vida, la familia, la tradición, la propiedad privada, la libertad de mercado, el orden natural y el sentir patriótico.
Partiendo, por ende, de esta leyenda informativa, hablaré sobre un fenómeno social de contrastes (no utilizo el término en el sentido del estudio de la imagen visual o de otras cuestiones artísticas) que tuvo lugar, prácticamente, en el ecuador del otoño del presente año 2023, en distintos puntos de la geografía española.
La cosa es que, habitual y tradicionalmente, la derecha española ha sido incapaz de dominar el debate público en condiciones. De igual modo, no ha tenido entre sus puntos fuertes el legítimo empleo de la calle, del espacio público, para defender las correspondientes causas justas.
Aún a día de hoy, pese a que religiosamente se enseña la noción del sacrificio martirial, es más de una persona de derechas la que incurre en una postura excesivamente acomodada. Ahora bien, no es una cuestión estrictamente materialista o relacionada con determinadas maneras de organizar el tiempo libre.
En un exceso de diplomacia o de ingenuidad, según el caso, es habitual que el derechista sociológico incurra en una actitud basada en el «no quiero líos». En otras ocasiones, parece que hay un complejo que aparenta que se quiere pedir perdón por existir y por no poder estar de acuerdo con la izquierda.
Pero parece ser que, una vez que se celebró la Festividad de Todos los Santos, la espontaneidad y la descentralización que favorecen las redes sociales permitieron que, desde abajo, muchos españoles comenzaran a reaccionar de una manera que ni la propia izquierda se esperaría.
El hecho de que Pedro Sánchez pactase, con el fin de perpetuarse en Moncloa, la amnistía de los nacional-catalanistas partícipes de un secuestro político o de ciertos actos de corrupción, dio lugar a una impresionante cadena reactiva.
Todo empezó con protestas en las inmediaciones de la mismísima sede nacional del PSOE, en Ferraz. Recuerdo que, de manera relativa, para ser una cadena de whatsapps generada en menos de 24 horas, hubo una mayor afluencia de lo esperado (el domingo anterior hubo otra en la Plaza de Colón, organizada por varias asociaciones con mayor antelación).
Ese momento no solo motivó que de una manera pseudo exponencial acudiese más gente a protestar (el punto álgido fue la manifestación de Cibeles, el día 18, que finalizó con un reparto de manifestantes entre la calle Ferraz y las inmediaciones de la Moncloa).
De hecho, las manifestaciones no solo se extendieron a las capitales de provincia o a sitios donde generalmente se suele votar a «la derecha». También se pudieron presenciar sugestivas concentraciones ante las sedes socialistas de municipios generalmente socialistas como San Fernando (Cádiz) o Don Benito (Badajoz). Incluso en Barcelona y Bilbao hubo acciones interesantes.
Pese a que la mayoría de manifestantes acudía de manera estrictamente pacífica y respetuosa, hubo lugares como el matritense barrio de Argüelles, en los que la presencia y gestión policial fue exclusivamente desproporcionada (de igual modo, ciertas cargas).
Había un claro objetivo, con la correspondiente intoxicación mediática de la progrez y otros social-comunistas (y los tropiezos del maricomplejinismo laico-político y clerical), de debilitar las protestas, de apagar una legítima reacción ciudadana. Se buscaba a su vez que alguno dudase antes de salir a protestar por «temor a ser detenido».
Pero no consiguió nada el miedo. De hecho, a medida que avanzaban las espontáneas manifestaciones en Madrid, se organizaron acciones adicionales que tenían en cuenta el necesario y realista factor espiritual. Me refiero a los llamados «rosarios por España», que también fueron objeto de amenaza y obstaculización por parte de la Delegación del Gobierno.
Diría que precisamente la intercesión espiritual es de ayuda y necesidad. Cabe recordar que el proceso revolucionario que estamos viviendo es una tensión constante entre Dios y Satán, entre el Bien y el Mal, entre la sociedad orgánica natural y el desorden uniforme centralizado del socialismo.
Incluso me adheriría, personalmente, a la tesis que establece ciertos paralelismos observados entre el contexto del Tercer Secreto de Fátima y la realidad actual. Son la Santísima Trinidad, la libertad natural cristiana y su concepción de sociedad orgánica lo que más molesta al maligno, con sus correspondientes siervos.
Ahora bien, alguno podría decir que no se ha conseguido nada puesto que, al final, el Frente Popular del siglo XXI se mantiene en las instituciones. Pero, más allá de la conveniencia de mantener la esperanza, no es que el Bien haya ganado, sino que poco a poco irá debilitándose el enemigo.
Uno de los grandes logros, a deberse apreciar por parte de cualquier contrarrevolucionario, ha sido demostrar que la calle y otros espacios públicos no son patrimonio exclusivo de la izquierda, que necesita imponer su «verdad oficial» por medio del caos, el miedo y la coacción.
Hay mucho que hacer aún. Más allá de tuitear desde el sofá o depositar una papeleta con cierta periodicidad, hay que seguir valorando, de manera estratégica e inteligente, según convenga, la calle, como espacio de pacífica pero potente reacción. Y no, no olvidemos la batalla de largo plazo, la que se libra en la Academia, en la empresa y en la comunidad.
Uno ha de tratar de hacer lo que pueda, según su tiempo, sus circunstancias y sus capacidades, para que el mal sea derrotado. En eso se ha mantenido un individuo como el que escribe estas líneas, que ha tenido su conciencia tranquila, por haber podido sacar algo de tiempo para sumarse a las necesarias reacciones cívicas y abiertas contra el socialismo opresor.