Cuando pensamos que estamos peor informados que nunca, ¿estamos bien informados?

Cada vez estamos más manipulados y tenemos peor información. Esta parece ser la idea dominante de buena parte de la población. En realidad, ¿esa sería la idea dominante si realmente estuviéramos más manipulados que nunca? O sea, ¿lo peligroso no es pensar que nadie nos intenta manipular y que los medios nos transmiten la verdad como la luz un cristal? ¿Tenemos buena o tenemos mala información?

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Una de la razones para que pensemos que estamos muy manipulados y tenemos muy mala información es que es una idea que la transmiten en primer lugar los gobiernos y los aparatos mediáticos de los gobiernos y de los partidos que están en los gobiernos, lo que constituye un nuevo motivo de sospecha. ¿Desde cuándo es el que está en el poder el que nos avisa  que nos tiene que proteger de la manipulación? ¿Quién es el manipulador más temible? ¿Quién nos protege del que manipula desde el poder? La idea de que el gobierno es el que nos tiene que salvar de la manipulación, ¿no es ya intentar manipularnos?

Más que buena o mala información tenemos mucha información. Buena y mala, claro está. Y por supuesto muchísima opinión mezclada con la buena y la mala información. La pregunta es si este escenario es más preocupante que el contrario. Cualquier información es buena si nadie la puede cuestionar y si se limita la capacidad de responderla. Desde este punto de vista quizá atravesemos uno de los períodos de la historia con mayor capacidad para estar bien informados. El problema es que tanto la buena información como la mala están disponibles. Es nuestra decisión buscar y contrastar la información nosotros mismos o delegar esa búsqueda en el gobierno o en tal o cual medio. Pero quizá entonces si tenemos mala información la culpa es nuestra por no haber buscado mejor información o por haber delegado en otros la decisión de qué información es veraz.

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Respecto al bombardeo del hospital de Gaza, por ejemplo, probablemente nunca en la historia frente a un bombardeo similar todo el mundo, el que ha querido, ha podido tener a su disposición en tan poco tiempo vídeos, fotos, análisis contradictorios, comentarios… El problema es si queremos que nos den hecha la conclusión.

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Cada vídeo, cada imagen, cada comentario que se publica, particularmente en las redes sociales, normalmente va acompañado de una infinidad de comentarios aportando otras fotos, otros vídeos, que tratan se ratificar o desmentir la publicación inicial. El hilo de cualquier publicación en las redes sociales crece y se actualiza constantemente y suele contener más información y más puntos de vista que la propia información. Todo se discute, todo se contraprograma, ¿a qué nos referimos entonces al decir que estamos desinformados? ¿A que echamos de menos que nos den ya masticada una oferta cerrada de conclusiones? 

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A lo mejor debemos decidir si para nosotros estar informados es o no es importante. Si lo que pasa en nuestra región, en nuestro país o en el mundo nos afecta, y si por tanto queremos dedicar un tiempo a buscar y contrastar información así como a pensar sobre toda esa información que vamos recopilando para elaborar nuestro propio juicio. El mejor escenario para ser manipulados lo generamos nosotros mismos, delegando en quien sea la decisión de qué información es la buena. Buscando sólo un punto de vista sobre las cosas. Mirando la realidad con unas gafas de escayola. Esto no significa ser relativista. Una cosa es conocer todos los argumentos para llegar a la verdad y otra pensar que todos los argumentos valen lo mismo.

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Obviamente lo ideal sería tener sólo la información justa y veraz. Pero eso no existe en el mundo real. La conclusión va después de la reflexión. Lo que es buena información es el resultado de un proceso de criba y contraste. Para un juez sería más fácil dictar sentencia escuchando a sólo una de las partes. Para poder dictar sentencia, un juez tiene que someterse a un desconcertante baño de informaciones y argumentos contradictorios, ¿pero serían mejores las sentencias sin ese proceso de contradicción? La convicción y la facilidad con la que se dictarían esas sentencias, ¿sería sinónimo de justicia? Que el juez tenga que escuchar a las dos o tres o seis partes del proceso le complica la vida, pero aunque en el proceso pueda haber mucha desinformación, escuchar a todas las partes le ayuda a informarse mejor. ¿Estaría menos desinformado escuchando a sólo una de las partes? Saber la parte que dice la verdad y a la que hay que escuchar, ¿pretendemos acaso que sea el punto de partida del proceso en vez de su conclusión?

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Cuando nos quejamos de que tenemos demasiada información, o demasiado embarullada, o que por cada gramo de información correcta hay diez gramos de desinformación, de lo que a lo mejor queremos quejarnos de verdad no es de que sea imposible estar informados, sino que cuesta un esfuerzo importante estar informados. En vez de actuar como un juez que tiene que escuchar lo que le cuentan de una y otra parte y separar el grano de la paja, queremos directamente la conclusión. Queremos que otro decida por nosotros cuál es la información buena. Naturalmente cuando nos colocamos en semejante disposición inmediatamente aparecen los voluntarios que se ofrecen a ser los únicos a los que escuchemos, empezando por el gobierno. El gobierno, en ese afán por tenernos bien informados, puede llegar a ofrecernos amordazar a todo el resto de voces, para facilitarnos el proceso de llegar a a alguna conclusión sin fatigarnos. Cabría añadir que la información que más le interesa monopolizar al gobierno es la que se refiere al gobierno, pero como cada vez los gobiernos son más omnicomprensivos eso suele abarcar ya toda la información sobre todo.

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Podría pensarse que hay dos formas de llegar a la verdad, o lo más parecido a la verdad. Una es esperar que la verdad nos caiga a la cabeza por ciencia infusa, o si no por ciencia infusa porque alguien supuestamente nos la proporciona sin que nosotros tengamos que esforzarnos por buscarla. La otra es precisamente tratar de buscar la verdad entre la maraña de información y opinión que nos desborda todos los días. ¿Qué es lo que mejor nos garantiza el acceso a la verdad? ¿Que alguien nos proporcione ya precocinado lo que supuestamente es verdad o que podamos escuchar todas las versiones antes de tomar una conclusión? Tener más de una versión de los hechos, ¿es más peligroso que tener sólo una versión? Desde luego es más fatigoso pero, ¿quién dice que la verdad está antes de la fatiga de tener que pensar y no después? Si alguna vez nos hemos dado cuenta de que estábamos equivocados, ¿no fue porque alguien nos dio otra explicación? La verdad es la verdad porque resiste la contradicción, lo que debería temer la contradicción es la mentira. Si hay que prohibir cuestionar algo a lo mejor es porque no se sostiene más que sobre la prohibición de cuestionarlo. La pluralidad de opiniones, aunque genere una confusión inicial y exija un esfuerzo reflexivo para encontrar claridad, garantiza mejor el acceso a la verdad que un pensamiento único avalado e impuesto por el poder.

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No llegaremos al punto de decir que bendita sea la confusión y la dificultad para llegar a encontrar la verdad, pero el hecho es que quizá lo realmente peligroso sería el momento en que no hubiera confusión, en que toda la información fuera monocorde, en que no hubiera contradicción, en que todo estuviera filtrado por los supuestos encargados de combatir la desinformación, en que bajáramos las defensas pensando en que estamos mejor informados que nunca y que todo lo que se publica es verdad y que la prueba de que es verdad es que todo lo que se publica es igual. Mientras pensemos sanamente que nos intentan engañar y que es difícil saber la verdad en realidad la cosa va bien. La maraña informativa puede ser un problema, pero la falsa claridad sería peor y la verdadera claridad es el resultado de despejar la maraña, no una ausencia de maraña propiciada por la censura o una papilla informativa avalada por un sello oficial. Si pensamos que pelearnos con la maraña es duro, no digamos pelearnos con un gobierno local o global en el que hayamos delgado totalmente, por pereza, la capacidad de informarnos y de determinar por nosotros mismos lo que es la verdad.

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