¿Seguirá siendo orgullosa LGBT la Telefónica de los saudíes?

Como quien no quiere la cosa, pese a que cierto revuelo sí ha despertado en las esferas económicas, los saudíes han entrado con una posición importante en el accionariado de Telefónica. En este caso es correcto hablar de los saudíes y no de fulano de tal o de cual, porque con los saudíes pasa como con los rusos o los chinos. El que entra en el fondo es el mandarín. Al que le lleva la contraria al mandarín o se le indigesta la sopa de polonio, o le explota en el aire el avión, o se cae por un balcón. El fulano de tal a través del cual se concreta nominalmente la operación, no obstante, tampoco está mal. Se trata de Mohamed bin Salman, delfín del mandarinato y cabeza visible del STC Group (Saudi Telecom Company), el nuevo mayor accionista de Telefónica S.A.

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Realizar una semblanza de Mohamed bin Salman ayuda mucho a entender el tipo de gente que entra a ostentar una posición decisiva en Telefónica así como el tipo de régimen que es la monarquía saudí. De hecho con contar un sólo episodio de bin Salman basta para hacerse una idea de con quién nos la tenemos que jugar. Bin Salman ha sido vinculado al asesinato de Jamal Khashoggi, un periodista saudí crítico con el régimen. Obviamente para ser crítico con el régimen saudí hay que vivir fuera de Arabia Saudí, pero la amable monarquía petrolera encontró la forma de secuestrar y descuartizar al periodista bocazas en el consulado saudí de Estambul.

Más allá de esta falta de deportividad con la crítica sana, lo cierto es que la entrada de los saudíes en Telefónica nos vuelve a colocar una vez más frente a la cuestión del control de las empresas y servicios esenciales de cada nación. Pensemos por ejemplo en la pandemia, el confinamiento, el cierre de fronteras y el desabastecimiento que se vivió. En ese momento vimos hasta qué punto es un riesgo para un país depender para sus suministros esenciales totalmente del exterior. ¿Qué hemos hecho sin embargo desde entonces? Acelerar el desmantelamiento del sector alimentario, agrícola y ganadero español.

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O pensemos por ejemplo en el ataque ruso a Ucrania, el modelo energético al que habíamos apostado casi todas nuestras fichas y la consecuente dependencia energética del gas ruso. Literalmente lo estamos pagando caro. ¿Pero estamos aprendiendo algo? ¿Por qué estamos eligiendo no preocuparnos por el control de Telefónica? ¿Porque Telefónica no nos parece una empresa estratégica o porque seguimos sin aprender nada?

Desde luego estamos en principio a favor del libre mercado y la circulación de capitales, ¿pero hasta qué punto lo de los saudíes u otros son libre mercado? O sea, cuando los saudíes o los cataríes convierten los clubes de fútbol en clubes-estado y ponen al servicio de los fichajes todo el dinero de su pretóleo, ¿eso es libre mercado o reventar el libre mercado? ¿Puedo yo invertir en Arabia Saudí con las mismas reglas? Porque si no podemos jugar todos con las mismas reglas a lo mejor a eso ya no lo podemos llamar libre mercado.

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Por lo demás a nadie se le escapa que Arabia Saudí es una real dictadura medieval que, aparte de todo lo demás como descuartizar a los críticos, limita (de verdad) los derechos de las mujeres o condena a muerte a los homosexuales. Es por ello que Podemos cargó furibundamente contra el “emérito´” o contra la venta de fragatas al reino saudí. Por eso y porque Podemos trabajaba en la misma sintonía que Irán. El caso es que ahora Podemos se sienta en el consejo de Ministros y donde era una vergüenza tener tratos con los saudíes ahora se bendice la entrada de los saudíes en una empresa española estratégica. Puede que protesten un poco de boquilla, pero no va a haber una crisis de gobierno por esto. Como tampoco la hay por soltar violadores, por traicionar a los saharauis o por subcontratar a la policía marroquí para masacrar a los inmigrantes en el lado no español de la valla. Los demás son incoherentes, cobardes e indignos, pero la izquierda simplemente cabalga contradicciones.

La pregunta no obstante es si ahora por ejemplo los contenidos multimedia e informativos de Telefónica van a tener que contar con el beneplácito de su accionista mayoritario. ¿Cómo puede afectar eso al tratamiento de cuestiones que tienen que ver con la religión católica, la inmigración, el terrorismo islámico o la conservación de los valores occidentales? Y cuando llegue el día, el mes o el año del orgullo gay, ¿seguirá adoptando Telefónica la bandera arcoiris en su logotipo?

Pues eso seguro que sí. En países como China, Rusia, o Arabia Saudí, la homosexualidad o la ideología de género están prohibidas y perseguidas de puertas para adentro, pero se promocionan de puertas para afuera. Piensan que para destruir a Occidente son mejores la ideología de género y los colectivos lgtbi que los misiles intercontinentales, y además si lanzas un misil te pueden devolver el misil. ¿Y en qué dirección va la entrada de los saudíes en Telefónica? ¿En la de revertir o en la de reforzar esa estrategia? ¿Y qué hacemos nosotros respecto a nuestra autodestrucción? ¿O pensamos que los rusos, los chinos y los saudíes toman sus decisiones pensando antes la manera de reforzar a Occidente? Tampoco echemos por otro lado la culpa de todos nuestros males a los rusos, los chinos y los saudíes. Si decidimos suicidarnos como civilización, ellos sólo tratan de ayudarnos un poco. Pero cuidado que no marque la diferencia ese poco.

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