Releo estos días el ensayo biográfico y literario Jardiel. La risa inteligente (Ed. Doce Robles, 2014), escrito por Enrique Gallud Jardiel, nieto del comediógrafo. Para quien no conozca alguna obra del eximio humorista, aparte de recomendarlas vivamente, quisiera apuntar aquí que era el humor de Jardiel a veces un tanto ácido e incluso irreverente. En sus novelas, por ejemplo, su erotismo alcanza tonos sorprendentes si las comparamos con el teatro ponía en escena con tanto éxito. Dejando a una lado valoraciones estéticas quiero decir con esto que Enrique Jardiel Poncela (1901-1952) no fue un hombre de perfil tradicionalista o conservador, en el sentido en que habitualmente los medios de comunicación tratan estas cosas.
Entre la abundante producción de Jardiel hay pocos textos no humorísticos. En estos tiempos en que se desentierra a Francisco Franco, a Queipo de Llano, a José Antonio Primo de Rivera y se hacen homenajes a la ETA, quisiera entresacar de una edición de sus Obras selectas, una extensa «CARTA SOBRE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA DIRIGIDA AL PERIODISTA MEXICANO DE MARÍA Y CAMPOS» (setenta páginas en la edición Carroggio, Barcelona, 1973, págs. 740-811). Porque resulta curioso que su nieto nombra sólo de pasada este documento, para concluir que, si bien Jardiel se puso de parte del bando nacional por el caos que se estaba viviendo, lo cierto es que el régimen no le ayudó e incluso le puso trabas, por su falta de adhesión.
Si la editorial Carroggio no editó un texto espurio (lo cual, suponemos, hubiera sido advertido por Gallud), Gallud no sólo no dice toda la verdad sino que falta a ella: según él su abuelo apoyó temporalmente al régimen de Franco por la incautación de su coche, su detención y la profanación de la tumba de su madre:
Durante un breve periodo de tiempo Jardiel dice sentirse a gusto en la España nacional. Sus manifestaciones en este sentido no van más allá de 1940-1941 y parecen meramente una expresión de júbilo por el final del conflicto armado.
Después de ese momento no existe ninguna defensa de Jardiel al régimen de Franco.
Puestos sobre la mesa los textos de nieto y abuelo, uno tiene la certeza de que Gallud ha abusado de la corrección política, porque esa imagen ideológica de Jardiel casa muy mal con la carta que su abuelo escribe en el año 1947, ocho años después de terminar la guerra y cinco años antes de su muerte. Su contenido es claro como el agua y podemos decir que Jardiel Poncela, a pesar de escribir casi siempre con una cierta gracia, en este caso se toma la escritura sin gana alguna de provocar la risa.
Jardiel Poncela se define como persona incapaz de ser un hombre de partido. De ideas políticas eclécticas, deja meridianamente desmenuzada la idea de que la Segunda República fue un caos que degeneró en absoluto fanatismo, y no de todos los lados: o eras de esa república que quería fabricar la izquierda o eras un fascista que merecía la muerte. Sólo el retrato que hace de Azaña sorprendería a más de uno:
Era Azaña un hombre mediocre (…) autor de tres libros que no se habían leído; provisto de una cultura lo bastante superficial para creerse él mismo un hombre culto y para impresionar a las masas (…); su mecánica oratoria no era complicada: (…) al admitir como artículo de fe lo malo y al burlarse incrédulamente de lo bueno, [resultaba] que España había sido siempre un país despreciable y los españoles los seres más miserables de la creación.
La guerra, en resumen sucinto y siempre según Jardiel, fue inevitable y lo fue para salvar la vida, la propiedad y la fe; y el régimen fue, al menos hasta ese año 1947 en que escribe Jardiel, indulgente y constructivo, aunque nos rechinen estas ideas en autor que se caracterizó por poner en literatura una continua distancia irónica con casi todo.
Invito al lector a leer el texto íntegro, por lo insólito. Jardiel no era historiador y es evidente que hay errores en su escrito (sería interesante una edición crítica-histórica del texto), como la cifra de sacerdotes muertos en la guerra pero, como digo, no parecen ser fruto de una exageración premeditada. En el tono de la carta no se percibe en Jardiel una intención propagandística, sino justiciera: frente a los exiliados que le critican en México quiere contar la versión que él conoce y que justifica su adhesión al franquismo. Paso a resumir las ideas principales en que se detiene el escritor:
-Los refugiados españoles en México son vistos como «embajadores eternos de la discordia y la escisión» sobornados por el marxismo; ve en estos un «miedo pueril y petulante» más que repugnancia por Franco.
-Resalta el valor humanizador de la Patria; denuncia la Leyenda Negra.
-Recibió con agrado el golpe del 23, por el caos reinante desde la Semana trágica de Barcelona en 1909.
-España cayó en la República, pues ya le había ido mal la experiencia; denuncia la llegada de la República como un antimonarquismo apoyado decisivamente por el socialismo obrero; el republicanismo era exiguo.
-Denuncia en la Acción Popular de Gil Robles males que podrían aplicarse al Partido Popular actual, como su timidez y los prejuicios para la acción y lo que llama vaticanismo, que viene a ser internacionalismo.
-Critica al Vaticano por que recibiera al representante del Gobierno rojo, a pesar de la persecución religiosa que se desató.
-Alaba el ejército de África; aunque Azaña había dejado al ejército, en general, en pésimas condiciones.
-Denuncia la falta de libertad de prensa de facto; recuerda la quema de periódicos, como La Nación, cuyo director, Delgado Barreto, al que considera el mejor periodista de su momento, sería fusilado en 1936.
-Denuncia la práctica de la represión en la España republicana «como no había habido ejemplo en España ni los ha vuelto a haber después».
-Denuncia la impunidad de la izquierda justificada en su supuesta causa social.
-Retrata la República como una revolución que desembocó en anarquía y trajo la guerra; denuncia la destrucción de cultivos, infraestructuras, los ataques al patrimonio eclesial y los primeros asesinatos de curas ya en la República; las continuas calumnias de la izquierda sobre la derecha; critica la utilización de la idea de fascismo como justificante para aplastar a la derecha por «un deseo de venganza sin ofensa ni daño previos que la justificasen»; el mal gusto y la falta de decoro de los izquierdistas («hombres que se quedaban en mangas de camisa en los cafés y en los teatros»); tilda de mentira que aquella anarquía pudiera estar justificada por años de opresión derechista; el fanatismo de la izquierda fue el peor, pues perdió el sentido de lo humano y el sentido del humor; la situación en que quedaban los que no se consideraban marxistas era la de una encrucijada: o eras marxista o un «fascista asqueroso».
Tal vez Pedro Sánchez debería retirar toda referencia a Jardiel Poncela del mapa hispánico si leyera que, según el cómico, Franco no se cebó con el bando rojo: «Franco ni castigaba ni ha castigado sólo por tener ideas contrarias a las suyas como hizo el marxismo; pues de haber sido así, Franco no gobernaría España desde hace ya tiempo, pues entonces su régimen sería opresión y no lo hubieran tolerado los españoles». Alaba Jardiel el espíritu de reconstrucción de su momento. Y apunta que en el bando franquista nunca se perdió el sentido del humor.
No menos sorprendente es el relato del año 36: las elecciones de ese año llevaron a la cárcel a gentes de derechas por haber sofocado el golpe del 34 de anarquistas y comunistas, y trajeron el caos en las calles y en el campo. Según Jardiel, Franco se adelantó a la revolución comunista que estaba planeada para ese mismo año. El de Calvo Sotelo fue un crimen de estado, anunciado por Dolores Ibárruri.
Jardiel da las razones por las que el bando nacional ganó la guerra: el Gobierno entregó las armas al pueblo, entre ellos, a delincuentes. Los comunistas malgastaron sus fuerzas haciendo la revolución antes que la guerra; Madrid fue un baño de sangre injustificado. Las derechas se unieron; las izquierdas se odiaban (comunistas-socialistas frente a anarquistas) y no tenían disciplina militar. Los nacionales tenían altos ideales y los rojos ideas, y, para colmo, extranjeras. Los nacionales se fiaban de los partes de guerra, que eran verídicos, mientras que los rojos sabían que sus partes eran pura propaganda, y recurrían a los partes de los nacionales para saber la verdad del frente. Franco procuró que incluso en el Madrid de los rojos no se pasara hambre; «unos supieron renunciar a todo, menos a vencer; y los otros renunciaban a vencer con tal de tenerlo todo». Los nacionales se endurecieron por el escaso apoyo exterior, mientras que los rojos, confiados a la ayuda exterior, se debilitaron. Los nacionales no odiaban a los rojos; Jardiel incluso se atreve a pensar en la represión marxista, que de ganar la guerra habría sido apocalíptica; la vida en España luego ha sido posible, afirma, por la «conmiseración simpática». Los españoles selectos [sic] se pusieron a favor del bando nacional; si él mismo tuvo que disimular en Madrid (relata cómo estuvo a punto de morir en una checa) fue porque no podía huir y cualquier sospecha significaba una condena a muerte.
Jardiel se hace eco doloroso del asesinato de García Lorca: hace un hermosísimo y nada alambicado recuerdo del poeta granadino, pero este asesinato lo considera el del único escritor famoso muerto en la zona nacional, mientras él cuenta a diez en el bando contrario: «Jamás en zona nacional se ha representado una obra de Muñoz Seca o de Honorio Maura diciendo en los programas que fueron «asesinados por los secuaces de la República» y sin embargo, fue bien verdad».
La carta, como decía la gran Paca de Carmona (Millán, de Martes y Trece), «e’ ma’ larga». El artículo sigue con otros pormenores sobre los errores de las izquierdas en el campo militar, pero no es cuestión de hacer aquí todo el resumen.
Me ha parecido interesante detenerme en este escrito, porque es absurdo esconder la verdad y esta ha sido la tendencia dominante en la democracia, sólo denunciada por cuatro historiadores valientes. Se opinará lo que se quiera de Jardiel Poncela, pero si este texto no miente, no fue el equidistante que su nieto nos presenta, ni mucho menos. Y si eso ocurre con una figura como la de Jardiel Poncela, qué no se ha tergiversado a través del cine, novela, teatro, libros de historia o de los documentales sobre el bombardeo de Guernica; todo generosamente laureado o subvencionado por el poder político. Manipulando la historia se quita a Franco el mérito de haber eludido la Segunda Guerra Mundial. Y de ahí saltamos a que la democracia no la trajo el franquismo: las cortes franquistas no se autodisolvieron por voluntad propia; Franco no habría designado a Juan Carlos I como sucesor suyo si hubiera sabido que no continuaría la dictadura, ni la transición fue de la Ley a la Ley. No: la transición fue un acto franquista cuyas consecuencias tiránicas, siempre según la Ley de Memoria Democrática de Pedro Sánchez y la bilduetarra Maite Aizpurúa, llegó hasta la década de los 80. La ETA se justifica porque luchaba contra el franquismo (cuando en realidad la ETA fue el mayor peligro para la transición hacia la democracia); por eso Rodríguez Zapatero, aprovechando el 11M, la legalizó con un Tribunal Constitución a su medida. Y asistimos a que más de cuarenta terroristas se presentarán a las próximas elecciones y seguramente obtendrán escaños.e
Algunos amigos me dicen que tengo que valorar que la ETA ya no mata. Supongo que quienes así piensan irán muy tranquilos a defender la democracia a cualquier pueblo, porque como todo el mundo sabe, en el País Vasco y Navarra puedes ir tan tranquilo defendiendo la democracia, la libertad de expresión y la españolidad; igual de tranquilo que sacas una bandera española en el Sadar o en Sevilla para ver a Osasuna. Y más ahora, sabiendo que unas cuantos asesinos se sentarán cómodamente en los sillones municipales.
Si Jardiel levantara la cabeza.
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Javier Horno Gracia