Nos equivocamos. Hace un año primero nos equivocamos pensando que Rusia no iba a invadir Ucrania, que la acumulación de tropas en la frontera era una forma de presión y de ostentación, que había bastante de propaganda en las acusaciones contra Putin y que en el primer cuarto del siglo XXI ya no había chalados que se dedicaban a invadir a los países vecinos por deporte. Y por supuesto nos equivocamos al infravalorar la capacidad de resistencia de los ucranianos frente a Rusia. Aunque no tanto como Putin.
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Hace un año creímos que Rusia ocuparía Ucrania sin grandes dificultades, pero sin embargo e incluso así no pensábamos que el éxito militar ruso a largo plazo estaba garantizado. Ucrania es un país similar a España en tamaño y población. Desde luego no pensábamos que los ucranianos iban a poder mantener un frente ante el ejército ruso, pero sí que el conflicto podría derivar en una guerra de guerrillas con un goteo constante de muertos, y que la ocupación le podría pasar una fuerte factura a Rusia e incluso que se volviera insostenible con el tiempo como Afganistán. Obviamente nos quedamos muy cortos y de hecho un año después tenemos al ejército ruso estancado después de meses de retrocesos, tras unas pérdidas humanas y materiales brutales y abocado a una movilización masiva de civiles para enviarlos al frente.
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En un primer momento fue mérito exclusivo de los ucranianos y demérito de los rusos la contención del ataque. Por un lado los problemas logísticos de los rusos con sus largas filas de convoyes parados, y por otro el ingenio de los ucranianos con sus novedosos ataques con drones, evidenciaron a Occidente que el ataque ruso tenía los pies de barro.
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En aquel momento se hizo patente que si los ucranianos recibían un poco de ayuda occidental los rusos tendrían gravísimos problemas no ya para seguir avanzando, sino para mantener lo avanzado. Evidentemente Occidente no desaprovechó la oportunidad. El envío masivo de misiles antiaéreos Stinger y misiles anticarro Javelin puso en tablas el tablero de operaciones. Más tarde llegaría el apoyo artillero, los misiles HIMARS y siempre la inteligencia e información sobre la localización de los objetivos a batir.
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Podría concluirse que si Putin fuera un agente infiltrado de la OTAN no lo habría hecho mejor. En realidad resulta un tanto sorprendente que quienes detestan a la OTAN y a Occidente apoyen a Putin.
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En primer lugar Rusia a arrojado a todos sus vecinos en brazos de la OTAN, empezando por Suecia y Finlandia, justo lo que se supone que con su ataque a Ucrania pretendía evitar.
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En segundo lugar Rusia ha llevado a cabo una impresionante demostración de debilidad. Si todo el mundo pensaba que Rusia podría tomar Ucrania en dos semanas, temía que los carros de combate rusos pudieran llegar a Polonia en un mes, a Francia en dos y a Lisboa en tres. Por el contrario, todas las carencias del ejército ruso han quedado al descubierto. Ahora nadie imagina más fácilmente a los rusos en Varsovia que a los polacos en Moscú.
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En tercer lugar Putin ha regalado el negocio del siglo a las empresas armametísticas occidentales, cuya superioridad y eficacia está multiplicando la demanda de pedidos no ya para el frente ucraniano, sino para los ejércitos de todo el mundo que vuelven a contemplar el material ruso como equipo subprime.
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En cuarto lugar los EEUU están sacando gran provecho de la crisis energética con sus recursos de crudo y sus buques metaneros, que vienen a sustituir en alguna medida el suministro de gas ruso.
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En quinto lugar, y tampoco se trata de ser exhaustivos, seguramente lo más importante de la guerra de Ucrania es que está permitiendo a Occidente aniquilar al ejército ruso por delegación y eliminarlo como amenaza convencional sin tener que aportar una sola baja propia. La situación es tan ventajosa para la OTAN que casi podría decirse que, cuanto más dure la guerra, mejor para ella. Más material ruso destruido, más rusos muertos, más desgaste para Putin, más economía rusa gripada por el esfuerzo de guerra.
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El apartado económico de la guerra se ha revelado, por otro lado, mucho menos importante de lo esperado. Aquí en parte hay que tener en cuenta el juego de las expectativas. Casi pensábamos que íbamos a tener que pasar el invierno sin luz y quemando los muebles para calentarnos. Estamos teniendo algunos problemas, muchos no achacables a la guerra de Putin por más que se empeñe el gobierno para excusarse, pero mucho menores de los que llegamos a temer en algún momento. A estas alturas vamos puenteando toda nuestra dependencia de Rusia y buscando proveedores alternativos. Cada invierno adicional que tuviéramos que pasar con la guerra en marcha tendría menos repercusión económica para nosotros. Eso no quiere decir que no tengamos problemas, pero no son problemas en su mayor parte estrictamente relacionados con Rusia, aunque la guerra obviamente no nos haya ayudado.
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La situación estratégica, no obstante, no deja de ser delicada debido al carácter de potencia nuclear de Rusia. Esto no necesariamente quiere decir que haya que dejar hacer a Putin a su antojo. En realidad puede que justo lo contrario. O sea, a un personaje medio sensato del que no se temiera que pudiera usar armas nucleares quizá se le podría dejar más correa, pero a un sujeto al que se presupone capaz de usarlas no se le pude dejar suelto. Otra cosa es la manera más inteligente de hacerlo.
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El fin de la guerra lo tiene ahora mismo Occidente en la mano. Si Occidente deja de entregar armas a Ucrania, Ucrania no podrá resistir a los rusos y continuar al guerra por sí sola aunque no quiera un acuerdo. Si es Rusia la que no quiere un acuerdo, Occidente puede entregar armas a Ucrania hasta que sea capaz de expulsar por completo a Rusia de su territorio. El estancamiento tampoco le va mal a Occidente, el único problema es que cuesta muchas vidas también a los ucranianos.
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