Todo el que muestra alguna duda respecto a las leyes ideológicas de los gobiernos de progresos, como la Ley Trans, es silenciado o difamado. O las voces disidentes no encuentran altavoces, o son calificadas como transfóbicas. No debata usted. No piense. Calla y traga, transfóbico. Es por ello que no resulta extraño que la mayoría de los españoles nunca haya oído hablar de una asociación como AMANDA, la Agrupación de Madres de Adolescentes y Niñas con Disforia Acelerada. El caso es que, aunque se nos dice que los cambios de género sólo dejan clientes satisfechos en el 98% de los casos, esta asociación ya agrupa en España a más de 400 familias de adolescentes que, con la llegada de la pubertad, manifiestan de forma sorpresiva que son personas trans sin haber manifestado previamente ninguna disconformidad con su sexo. ¿Por qué no hemos oído hablar de esta asociación? Seguramente tiene algo que ver su postura crítica hacia la Ley Trans del gobierno y sus socios.
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En la web de AMANDA se puede encontrar una sección de testimonios en la que proliferan las experiencias del siguiente tenor:
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He dudado en decir esto porque no quiero que los jóvenes que han destransicionado se sientan desanimados, pero como he prometido ser completamente abierta y honesta aquí, siento que debo decirlo: Todavía no he superado del todo mi transición.
Comencé la destransición hace más de 2 años. ¿Me acepto más? Sí. ¿Soy más feliz? Sí. Pero todavía hay días en los que me derrumbo por lo que me he hecho a mí misma. Ahora son pocos y ocurren mucho menos que hace dos años, pero siguen ocurriendo.
No sé si alguna vez superaré por completo lo que me hizo la transición, pero tengo esperanzas. A veces siento que lo he hecho, pero es muy difícil ignorar los efectos permanentes. Viviré con ellos hasta el día de mi muerte y nunca aceptaré del todo que los médicos me ayudaran a hacer esto.
La destransición fue la mejor decisión que tomé. Ahora soy mucho más feliz y saludable, pero no quiero engañar a nadie haciéndole creer que el dolor de la transición desaparecerá definitivamente. No sé si lo hará. Para ti, o para mí.
Aunque no quiero restar importancia a lo mucho que me ha ayudado la destransición, porque *realmente* lo hizo, no quiero dar la impresión de que el arrepentimiento de la transición es algo que se puede superar sin más. No sé si se puede, a mí todavía no me ha pasado. Esperemos que el tiempo nos cure.
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Este otro testimonio también resulta interesante porque subraya otra cuestión silenciada: el calvario al que la ligereza de las leyes trans puede condenar a los padres de los afectados. El gobierno sólo se preocupa de las personas que encajan en sus esquemas, a las demás las machaca e ignora su sufrimiento.
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Mi madre apoyó mi transición a regañadientes. Sabía que no estaba bien mentalmente cuando empecé a hacerlo. Sabía que probablemente estaba cometiendo un error. Sin embargo, no dijo nada. ¿Por qué? Por miedo. El miedo de una madre, de que su vulnerable hija corte su relación si se opone.
Hace poco me reveló algo que nunca me había contado. Acudió a terapia para tratar su dolor por la pérdida de una hija cuando empecé a hacer la transición. Sentía que su hija había muerto y que en su lugar había un hombre que exigía ser su hijo.
Era una madre afligida sin nadie ni lugar a donde acudir, porque su dolor era pintado como transfóbico y odioso, cuando en realidad era todo lo contrario. Fue el amor incondicional por su hija lo que la obligó a apoyarme y a permanecer a mi lado aunque le doliera.
Nadie le preguntó nunca cómo estaba. Nunca nadie le preguntó cómo estaba llevando la pérdida de su hija menor. La gente se limitaba a decir «bien por ella», mientras ella lloraba hasta quedarse dormida después de ver las fotos de mí de bebé.
Mi madre no me cuestionó ni desafió porque no quería perderme. La clínica de género no tenía esa presión. Su trabajo era cuestionar y desafiarme, evaluar mi (claramente) mala salud mental y tratarme en consecuencia. En lugar de eso, me dieron terapia de reemplazo hormonal y cirugía.
Nunca olvidaré la cara de mi madre cuando le mostré el resultado de mi doble mastectomía. Se echó atrás físicamente, pero luego se recompuso para apoyarme. Pero nunca olvidaré el horror en su cara cuando vio a su hija físicamente sana y con el pecho sangrante vendado.
Hoy en día, mi maravillosa madre sigue a mi lado, y me ha apoyado igualmente en mi detransición. Pero nunca olvidaré el dolor que le hice pasar, las expectativas que tenía: que olvidara a su querida hija y acogiera a su nuevo hijo sin rechistar.
Los padres de las personas trans reciben tan poco apoyo o compasión. No es transfóbico que hagas el duelo, y no dejes que nadie te diga lo contrario. Yo solía decir «¡sigo siendo yo!», pero no lo era. La transición te cambia, y tus seres queridos serán los primeros en notarlo.
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Más allá de la cuestión emocional de estos testimonios, que por supuesto no es un asunto despreciable, uno de los datos que se pueden encontrar en la web de la asociación resulta revelador.
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Con la llegada de la pubertad y la adolescencia (11 a 17 años), se produce un llamativo el incremento de chicas adolescentes que, sin haber tenido previamente disconformidad con su sexo, se autodefinen como hombres “trans”. El número de chicas llega a cuadriplicar en esa etapa al de chicos que se idealizan como “trans”. Pasada la pubertad y la adolescencia, las cifras vuelven a equilibrarse. Es decir, con la llegada la regla aumenta dramáticamente el porcentaje de chicas que experimentan una situación traumática de rechazo a su propio cuerpo. Cuando pasa ese momento de novedades y cambios para algunas chicas traumático, las cifras vuelven a caer en picado. Otra forma de ver esto es que la Ley Trans, lejos de ser feminista, consagra el rechazo a la regla, la menstruación y la particular biología de la mujer. En vez de ayudar a las chicas con problemas para normalizar y asumir con perspectiva los cambios en su cuerpo, el gobierno promueve el rechazo de las chicas en esa situación al propio género y les ofrece un cambio de género. Un cambio de género que además no es tal sino una serie de mutilaciones. Y el que se oponga al disparate es un transfobo, que es una palabra novedosa con mucha menos épica que crítico o antigubernamental.
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