No recordamos una semana en el que el Animalario de San Jerónimo estuviera tan lleno de contenido propio como el de esta semana. Al fin y al cabo, la discusión estrella se centraba sobre los derechos y el bienestar de los animales y nadie mejor que los habitantes del animalario para conocer de ello.
Los temas del martes, aburridos, sólo sirvieron para hablar reiteradamente, nunca a cuento, del viejo profesor comunista que amenaza con desembarcar en el púlpito y atizar con su historia y conocimiento la juventud y la ignorancia de los residentes. Esperemos que cuando esto acontezca y el profesor suba al púlpito, tras de sí aparezcan dos triunfos romanos que le susurren, como a los generales romanos en sus desfiles, aquello de: memento mori y que un tercero añada: quae iam prope est, porque no tiene fecha para subir y ya no está para retrasarlo mucho.
Las preguntas del miércoles fueron, como siempre, relleno para la sesión de control o circense donde prima el espectáculo y la cámara, la respuesta rápida y contundente y el cuerpo a tierra que viene la contrarréplica. Ni siquiera el asunto RaboCup, por el que se preguntó a los gerentes del circo y que bien podría haber provocado risas y sonrisas maledicentes (producto del machismo que nos asola, por supuesto) puso emoción a la jornada circense. El charnego interrogante protegió el honor asaltado de sus conmilitonas asumiendo, con la entereza y dignidad propia de un caudillo germano, la penetración policial. Desgracias de la guerra. Tal y como cuando las legiones romanas pasaban por los poblados bárbaros. Un sacrificio más en el altar de la nación. Así que ni una risita. Más eso sí, hizo una interesante disgresión sobre el derecho a la privacidad y los límites de la actuación policial casi digna de Lord Acton o Edmund Burke que sorprendió, especialmente viniendo de un partido revolucionario, tan dado a olvidarlo todo en aras de la democracia que todo lo justifica. Amen.
Pero el jueves todo cambió. Las dos jóvenes viudas negras, viudas ya antes de conocer varón, se asentaron en sus tronos azules, contiguos como ellas, y en los espacios que ocupaban tejieron su red de sororidad. Una red impenetrable en la que habitan sólo ellas dos y donde no entra ni el macho ni la razón, que son uno.
La más joven, de mirada inquietante, subió al púlpito y defendió en un rasgo claro de supremacismo especista feminista los derechos de los animales, pero no de todos… sólo de los vertebrados. El derecho del vertebrado a la altura del hombre nacido, pero no de la mujer nacida que está más alta en la cadena trófica. Los invertebrados, o invertebradas, quedaron desprotegidos, o desprotegidas. Supremacismo especista que olvida a los invertebrados, o invertebradas, y a las especies vegetales. Supremacismo que olvida las especies no animales y los otros cuatro reinos de la Naturaleza… y al hombre. Y a la mujer.