Este pasado fin de semana, del 27 al 29 de enero, comenzó a circular por las redes sociales una noticia sobre el contenido de una de las clases presenciales que, en la actualidad, imparte Pablo Iglesias en la Universidad Complutense de Madrid (UCM).
De acuerdo con una noticia de OKDIARIO, el ex vicepresidente del Gobierno de España habría aprovechado una de sus lecciones para la asignatura de Gobernanza Global, en el grado en Relaciones Internacionales, para vender las «bondades de China».
Dijo Iglesias:
Hay una cosa que es ciertamente una ventaja de China y es que no hay elecciones. Entonces, aunque puede haber luchas internas en el Partido Comunista Chino, es un país que puede hacer planificaciones de 30, 40 ó 50 años.
Si no ha habido opiniones en sentido no afirmativo, entonces puede afirmarse, sin rubor, que se considera el modelo político del Partido Comunista Chino como algo ventajoso que los alumnos del sóviet universitario madrileño deban de conocer.
Es cierto, igualmente, que algunas personas contrarias al comunismo han entendido que hay parte de razón en esas declaraciones por eso del largoplacismo frente a la periodicidad electoral que puede darse en un entorno de democracia.
Ahora bien, conviene hacer una serie de precisiones, que se irán desarrollando a continuación.
El problema no es de falta de planificación política
Es cierto que muchas medidas políticas son prácticamente imposibles de garantizar en un plazo superior a diez años. Los cambios de gobierno pueden revertirlas en una proporción no necesariamente total, en función de la inclinación de quienes detenten el poder.
Por ejemplo, no hay ninguna especie de garantía vitalicia sobre las rebajas de impuestos aplicadas actualmente por la Junta de Andalucía o las medidas de protección del no nacido que se han ido implementando en Hungría. Siempre hay que velar por la no llegada de quien pueda revertir esto.
Pero «poder planificar» no ha de ser visto como algo ventajoso. La planificación es lo que día a día nos afecta. Ese control centralizado, de arriba a abajo, que se ejerce sobre una sociedad de individuos a los que se quiere atomizar constantemente.
La democracia es cortoplacista, pero a su vez, una garantía de relativismo y de opresión, más allá de abrir la puerta a los enemigos de la libertad, a aquellos que son como Hugo Chávez, Fidel Castro, Iósif Stalin y Adolf Hitler.
El comunismo chino destaca no solo por su peso geopolítico, sino también por sus férreas labores de monitorización de los ciudadanos, haciendo uso de aplicaciones varias de la Inteligencia Artificial y de estrategias de ingeniería social como el «carné del bien ciudadano».
Más sociedad, menos Estado
Está claro que Pablo Iglesias hizo apología de un régimen intervencionista e inhumano. Pero no hemos de confundirnos en criticar el largoplacismo de verdad ni en endiosar a la democracia liberal como tal.
Las monarquías tradicionales pueden y han podido tener una visión más largoplacista y responsable sobre un territorio sin necesidad de oprimir a los ciudadanos ni de mitigar cualquier iniciativa privada. Un buen ejemplo de ello es el Principado de Liechtenstein, paradigma paleolibertario.
Pero no es necesario entrar a fondo, en el presente análisis, en cuestiones monárquicas. Uno de los principales problemas es que los individuos, con nuestro fuero interno natural, hemos ido delegando un montón de competencias a una entidad centralizada o a bloques mayoritarios relativistas.
Ergo, la mejor manera de contraponer las ideas sobre China que defienden tanto Pablo Iglesias como otros enemigos de la libertad pasa por defender las libertades concretas, la propiedad privada y el fortalecimiento de la sociedad frente al trasfondo demoníaco del Estado.