Lo que Benedicto XVI escribió sobre los Reyes Magos

Aparte de la última oportunidad para ser buenos y merecer mañana algún regalo, hoy es un día oportuno para detenerse a reflexionar un momento sobre la figura de los Reyes Magos. ¿Quiénes eran? ¿De dónde venían? ¿Qué sabemos acerca de ellos y de dónde sacamos ese conocimiento?

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Hablando de oportunidades, resulta que Benedicto XVI escribió un libro titulado “La infancia de Jesús”, en el que precisamente incluye un apartado sobre lo que sabemos acerca de la figura de los tres Reyes Magos.

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En ese libro, Benedicto XVI señala en primer lugar el Evangelio de San Mateo. A este respecto cabe señalar que sólo el Evangelio de San Mateo recoge la visita de estos personajes al portal de Belén. Este Evangelio describe la visita de los “unos magos de Oriente” (sin especificar su número, su raza o sus nombres), guiados por una estrella, e interrogados por un escamado Herodes que, ante la llegada de unos notables de Oriente preguntando por el Rey de los Judíos, teme la sombra a su poder que en el futuro le pueda hacer ese niño por el que preguntan los extranjeros.

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Benedicto XVI señala que el concepto de “magos” resulta un tanto confuso, que existen varias acepciones posibles para este término en aquella época y que seguramente lo más coherente con el relato es pensar que eran algo así como unos sabios, que conjugaban inquietudes filosóficas, religiosas y astronómicas. A este respecto Ratzinger considera posible la interpretación ya apuntada por Kepler y confirmada por la astronomía moderna de que la Estrella de Belén que guió a los Magos, hablando de astronomía, pudiera ser el resultado de la conjunción planetaria de Júpiter, Saturno y Marte, que se produjo hacia los años en que se data el nacimiento de Cristo. Por supuesto en el caso de que busquemos en el origen del relato un hecho astronómico real sin recurrir directamente a lo milagroso. El hecho es que en aquella época había realmente en el firmamento un suceso astronómico extraordinario. Obviamente no podemos saber el modo en qué la observación e interpretación de este suceso, si es que estuvo en la base del viaje de los Magos, los llevó justo -preguntando antes en el palacio de Herodes- hasta el portal en que había nacido el Niño.

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Si bien sólo Mateo relata la visita de los Reyes Magos, San Lucas aporta otros detalles complementarios del Nacimiento como que “mientras estaban allí (en Belén) le llego el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada”. San Lucas también señala la razón de que María y José anduvieran en tránsito a causa de un edicto de César Augusto, ordenando que se empadronase todo el mundo, siendo gobernador de Siria Cirino. Todos estos detalles, frente a las teorías míticas, ayudan a ubicar con bastante precisión temporal el Nacimiento.

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Por supuesto el texto de Benedicto XVI abunda mucho más extensamente en todos estos asuntos para aquel que esté interesado, pero omite en cambio cuestiones como el origen de los nombres de los Magos. A este respecto poco sabemos, más que desde los primeros siglos del cristianismo se les empezó a nombrar de este modo. En el Evangelio Armenio de la Infancia del siglo IV aparecen ya los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar, que la tradición ha traído hasta nuestros tiempos. A veces se nos ha vendido la imagen de que los evangelios apócrifos son textos que dicen lo contrario de los evangelios canónicos, y que son textos secretos, prohibidos, perseguidos y malditos. Como suele suceder esto no es totalmente cierto. Lo que sucede con los evangelios apócrifos es básicamente que no son canónicos. O sea, no es tanto que lo que dicen sea falso como que no llegan al nivel exigido de fiabilidad para poder ser considerados canónicos, no aportan desde el punto de vista religioso y de la fe nada a lo ya contenido en los canónicos y desde el punto de vista del rigor histórico y la fiabilidad de los relatos resultan más dudosos o más lejanos a los hechos. Desde el punto de vista de la fe lo mismo hubiera dado que los Reyes Magos se hubieran llamado Iker, Gorka y Aingeru , pero el hecho de que los nombres de los Magos se hayan incorporado a la tradición evidencia que la leyenda maldita de los evangelios apócrifos, que por otro lado casi nadie ha leído, ha sido novelescamente exagerada por los enemigos de la Iglesia.

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Tampoco indican los Evangelios que los Reyes Magos fueran tres, aunque entre otras cosas parece una deducción lógica de atribuir cada regalo al Niño (oro, incienso y mirra) a un rey o mago distinto. Por lo que se refiere a sus razas, también parece una plasmación de las tres regiones del mundo entonces conocidas: Europa, Asia y Africa.

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Todo esto con ser interesante no pretende eclipsar lo fundamental, que es la necesidad de portarse bien todo el año para poder merecer mañana un regalo más apetecible que el carbón. En todo lo demás nos van a faltar seguridades, pruebas y detalles, pues claro que sí. Como en casi cualquier asunto importante nos faltan pruebas concluyentes. Hoy nos pasamos todo el día discutiendo lo que pasó ayer como para pretender tener absolutamente claro un suceso ocurrido en una aldea remota de Judea hace 2.000 años. Algo muy importante debió pasar sin embargo, para que incluso de aquel lugar y de aquel momento haya llegado una historia con tantos detalles discutibles hasta nuestros tiempos, o para que incluso haya unos Reyes Magos de Playmobil. La cuestión es si hay un relato alternativo con más pruebas o menos interrogantes o si algunas de las hipótesis alternativas que se proponen, incluyendo la de que no pasó nada, no demandan mucha más “fe” para creer en ellas que la narración principal cuestionada.

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Aquí estamos de todos modos, celebrando una tradición orientada a los niños, dos mil años después de aquella primera noche de reyes enfocada hacia un Niño. Alguna magia tiene que haber de por medio porque, como pasa con casi todas las cosas importantes de la vida, la locura que se va a desatar desde esta tarde hasta mañana por la mañana no se explica fácilmente sólo mediante la Ley de la Gravedad o por el preciso rigor racional del Teorema de Pitágoras.

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