¿Por qué las eléctricas y los bancos son impopulares? El portavoz de VOX para asuntos económicos, Rubén Manso, aportaba ayer en el Congreso una buena explicación al respecto. Son impopulares primero porque su actividad es necesaria. O sea, nadie se queja mucho del precio de lo innecesario, sino del precio de lo necesario, lógicamente, puesto que de lo necesario no se puede prescindir y hay que pagarlo. En segundo lugar, señalaba el portavoz de VOX, las eléctricas y los bancos son impopulares por su maridaje con la política. No es popular pagar precios y comisiones crecientes al mismo tiempo que las puertas giratorias no dan abasto. Paradójicamente, la izquierda sostiene que la solución a los problemas de la banca y la energía es maridar todavía más esos negocios con la clase política, al punto de llegar a estatalizarlos. Las cajas de ahorros fueron un buen ejemplo del resultado. En cuanto a las bondades de la sovietización de la energía, sin necesidad de hablar de Venezuela o Chernobil, el gobierno español presume todos los días de lo barata que es la energía en España respecto a países de nuestro entorno como Francia o Italia, en los que hay empresas públicas de energía. ¿Pero en qué quedamos entonces? ¿No deberían ser entonces estos países los que tuvieran una energía más barata que la nuestra?
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Las comparaciones en el sector eléctrico, en todo caso, siempre resultan complicadas porque si no estatalizado al menos es un sector extraordinariamente intervenido, al igual que el bancario. La intervención masiva sobre estos sectores, sin embargo, lejos de solucionar problemas no deja de generarlos, como constantemente estamos experimentado, de hecho toda la crisis energética que estamos atravesando es el resultado de una planificación energética fallida. Cuanto más estado y menos mercado hay en estos sectores peor funcionan, pero para la izquierda el mal funcionamiento no es culpable de la creciente intervención sino del menguante mercado en el sector. A más intervención más problemas, y a más problemas más intervención. No tiene mucho sentido, pero tampoco vamos a pedirle a la izquierda de un siglo para otro que empiece a decir cosas con sentido. Cuando Manso se amarra los guantes de boxeo hay leña para todos, por lo que tampoco evitó propinar un merecido castigo al hígado de las eléctricas y los bancos, convertidos en promotores y patrocinadores de la Agenda 2030 por lo que en su pecado llevan también su penitencia, aunque a la vista de los sueldos de sus timoneles no a su costa sino a la de sus clientes y accionistas. Obviamente siempre hay negocio a la sombra del BOE y del estado, pero un negocio que ya no es estrictamente la banca ni la energía y en el que no se prospera dejando satisfecho al cliente sino dejando satisfecho al gobierno.
Por lo demás, el debate de ayer sobre los impuestos extraordinarios a la banca y las eléctricas se vio sobreanimado por un dictamen del BCE que viene a calificarlos de ocurrencia disparatada. Tampoco es que al BCE, otro gran responsable de la crisis actual, le falten las ocurrencias disparatadas, pero en este caso le sobran las razones para criticar un impuesto cuya falta de rigor supera incluso los holgados estándares al respecto de este gobierno. Para empezar, en rigor la banca y las eléctricas no están teniendo beneficios extraordinarios según la calificación contable de este tipo de beneficios. Una cosa es que los beneficios suban y otra que los beneficios sean extraordinarios; por una venta de activos, por ejemplo. Obviamente cuando los beneficios suben también crece la cantidad a pagar en concepto de impuestos, por lo que no hace falta un impuesto extraordinario para que las eléctricas y los bancos paguen más en el escenario actual, como si estuvieran gozando una inexistente tarifa plana fiscal. Por otro lado, si se crea un impuesto extraordinario cuando suben los beneficios de las empresas, ¿se va a crear también una rebaja fiscal extraordinaria cuando bajen? ¿Cuándo van a poder ganar dinero las empresas? ¿Nunca? Lo que estamos viendo últimamente en muchas empresas españolas, incluidas las eléctricas, es que los beneficios suben, pero por los resultados fuera de España, donde de hecho sus resultados bajan. En el caso de Iberdrola, por ejemplo, durante los primeros nueve meses del año su beneficio ha crecido un 29% pero por el negocio exterior, dándose la circunstancia de que el beneficio en España ha caído un 14%. Delirante es también que se pretenda aplicar el impuesto no como un porcentaje sobre los beneficios sino sobre los ingresos. Çomo todo el mundo menos algún diputado de la izquierda sabe, los beneficios son la diferencia entre los ingresos y los costes. Los ingresos de una empresa no significan nada. Una empresa puede tener grandes ingresos y pérdidas. Una empresa que tiene ingresos no es una empresa que necesariamente gana dinero, sino simplemente que tiene actividad. ¿Cómo va a pagar una empresa un impuesto sobre los ingresos si tiene pérdidas? ¿Con más pérdidas? No hace falta que nadie venga de Fráncfort a señalar que es una barbaridad. Una barbaridad que se multiplica si tenemos en cuenta que hablamos de un impuesto que sólo existiría para las empresas españolas, dinamitando su competitividad.
🔴🔴 #ÚLTIMAHORA | El BCE urge al Gobierno a frenar su impuesto a la banca porque pone en riesgo el crédito
El BCE entiende que puede provocar «efectos contraproducentes» sobre la estabilidad financiera y el crecimiento del país
https://t.co/1u3CUmYWau— El Debate (@eldebate_com) November 3, 2022
El capítulo final de esta extravagancia fiscal es el intento de prohibir la repercusión del impuesto sobre la clientela. ¿Y cómo se hace eso? ¿Cómo se impide que un coste empresarial se repercuta sobre el precio? De entrada sería una práctica muy peligrosa de tener éxito, porque la base de una empresa es precisamente poder repercutir los costes sobre el precio, ¿o cómo si no podría haber beneficio? Y sin expectativa de beneficio, ¿cómo va a haber inversión? Volviendo a la intervención de Manso, el portavoz alertó con buen criterio del peligro obvio de cara al futuro y la garantía del suministro de desincentivar la inversión en un sector tan estratégico como el de la energía. Por lo demás, la única forma de impedir un traslado de costes a la clientela por el incremento fiscal sería congelando todos los costes de todos los productos y servicios que ofrece la empresa, lo que una vez más no hace falta que venga nadie de Fráncfort a decirnos que es un invento disparatado, si triunfa porque hunde a la empresa, y si fracasa porque hunde a la clientela. La conclusión es que cerramos la semana sin poder ver una vez más a la izquierda presentando algún tipo de iniciativa beneficiosa para la humanidad, y con pocas esperanzas de que la cosa de cara a las siguientes semanas pueda cambiar.