Esto puede resultar una reflexión extemporánea ante la gravedad de los problemas que nos ocupan, pero por otro lado gran parte de los problemas que nos ocupan y su gravedad tienen que ver precisamente de un modo u otro con esto: el lugar que ocupan los animales en el mundo, por no hablar de los espacios naturales o de la naturaleza salvaje y, un poco más allá, nuestro propio lugar en el mundo.
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Por no alargar demasiado la presentación de la tesis central de este escrito polémico diremos sin más que la existencia de los animales no tiene una importancia objetiva. Es decir, a fin de cuentas qué importa si existen o no existen los animales. Si algún día hubieran existido hipotéticamente animales o formas de vida en Marte y se hubieran extinguido, ¿qué importancia objetiva tendría eso? Seguramente en la Tierra han existido y se han extinguido en el pasado especies de las que ni tenemos noticia de su existencia. Como mucho su importancia sería el papel en la cadena de acontecimientos que han llevado a nuestra propia aparición en la Tierra. Pero eso no los haría tener tampoco una importancia objetiva, serían subjetivamente importantes para nosotros. En realidad este es el núcleo del debate. Si los animales pueden ser importantes de otra forma que importantes para nosotros, o sea subjetivamente importantes, o si nosotros mismos somos objetivamente importantes. O sea, si nosotros mismos no somos objetivamente importantes, malamente podrán serlo los animales.
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Hay dos formas de enfocar el asunto. O la súbita desaparición de este planeta por un evento cataclísmico del tipo que fuera sería un asunto objetivamente importante o no. Hay en el universo constantes eventos cataclísmicos que significan el fin de planetas, estrellas y galaxias enteras sin que eso tenga una importancia objetiva para nosotros ni para nadie. Es posible que algunos de esos planetas que estallan en llamas hayan estado llenos de ríos, prados y hermosos animalitos. ¿Y? ¿A quién le importa su existencia o su inexistencia? Un paisaje maravilloso en una reserva natural a la que, para protegerla, ningún humano pudiera acceder para observarlo y disfrutarlo, en realidad nos da igual que exista o que no. Como un remoto planeta lleno de unicornios el minuto antes de extinguirse y el minuto después.
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Si hay algo en este planeta que tenga una importancia objetiva y que nos distinga de cualquier otro rincón explosivo del universo sin duda somos nosotros, siquiera porque porque tenemos consciencia lo cual marca una importancia decisiva de cara a la resolución del problema que planteábamos. O sea, ser consciente convierte al ser consciente en sujeto y a lo que tiene alrededor en objeto. A diferencia de todo el espacio que nos rodea y todo lo que hay en él nosotros tenemos la exclusiva peculiaridad de poder ser sujeto de observación consciente, mientras todo el resto de cosas y seres existentes tan sólo tienen la cualidad de poder ser objeto de observación. Todo lo que no puede ser autoconsciente sólo puede ser objeto. A diferencia del observador consciente el paisaje sólo puede ser objeto. Nada puede ser más radicalmente distinto que un paisaje y todo lo que contiene que la persona consciente que lo contempla. Ser sin saber que se es equivale prácticamente a no ser. Un animal o un árbol se mueren, o se pudren, pero no saben que se mueren. Un universo inexistente es casi indistinguible a efectos prácticos de un universo existente sin nadie consciente de su existencia. O la consciencia es lo que da sentido a todo lo existente o nada de lo existente tiene sentido. Morir, a fin de cuentas, es perder la consciencia para siempre.
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Respecto a la importancia subjetiva de los animales o de la naturaleza, sin embargo, no cabe debate. Los necesitamos de múltiples formas incluyendo la de alimentarnos y garantizarnos la subsistencia. Pero si de lo que se trata es de determinar su importancia objetiva, si nuestra existencia no tiene importancia objetiva nada la tiene. Igualarnos a los humanos y los animales, por tanto, sólo nos puede igualar por abajo. O pese a ser conscientes carecemos de importancia objetiva igual que los animales, o ser conscientes nos coloca en un punto totalmente distinto del de los animales. Un bosque frondoso no es objetivamente mejor que un bosque arrasado por las llamas, ni un rebaño de ovejas vivas respecto a un rebaño de ovejas muertas, salvo desde nuestro punto de vista. El polvo no es peor que la oveja que se convierte en polvo. Lo que nos hace distintos del polvo es o nada o nuestra consciencia. Objetivamente un planeta vivo o post nuclear es indiferente ante un cosmos ciego salvo para los seres humanos que lo habitan. O salvo para la consciencia de un Observador exterior. La verdad es que nuestra importancia objetiva exige a su vez que seamos conscientemente observados. Si o la naturaleza es antropocéntrica o no es nada, nuestra propia existencia es o nada o el resultado creador de un misterioso Primer Observador.
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