Toma Mariúpol y acaba con esto

Mariúpol ha caído. El fin de la resistencia en ese reducto insuperable en que se había convertido la acería de Azovstal puede resultar un hito significativo en esta contienda, si algo lo es. Más allá de que esa fortaleza se hubiera convertido en un pequeño símbolo y del tanto de Putin al tomarla, lo cierto es que la propia Mariúpol es un elemento clave en toda la guerra y no se podía considerar definitivamente tomada la ciudad mientras no cayera toda bolsa de resistencia. La importancia de Mariúpol, más allá de que para Ucrania signifique el acceso al Mar de Azov, para Rusia significa unir por tierra Crimea con los terºritorios del Dombás. A su vez, o esto se convierte en el gran logro de Putin, acaso el único logro de Putin, o resulta difícil entrever la consecución de qué otro objetivo podría dar lugar a un cese de las hostilidades y a un acuerdo de paz. Si Putin no se detiene por tomar totalmente Mariúpol y conseguir ese corredor terrestre entre sus territorios conquistados, ¿qué otra cosa tendría que pasar para que pudiera tomar en consideración un punto final a esta locura? A la vista de los progresos en el campo de batalla, más bien a la falta de progresos, salta a la vista que siendo realista Rusia no puede aspirar a objetivos más ambiciosos y no desde luego sin pasar a otro nivel en la escalada militar, ya sea utilizando armas nucleares o recurriendo a una movilización general.

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Evidentemente para los ucranianos no sería un plato de gusto renunciar a los territorios tomados por Rusia, pero deberían estudiar sus alternativas. Cabe recordar que en la primera semana de guerra Zelenski se iba a un búnker por la noche en Kiev diciendo al despedirse que no sabía si estaría vivo por la mañana. Desde entonces ha mejorado mucho la situación ucraniana, además de por su valor por la llegada masiva de material militar de Occidente, pero si hay que hacerse de forma realista la pregunta de qué es una salida aceptable para Rusia, también hay que hacerse la pregunta de qué es una salida aceptable para Ucrania. A fin de cuentas, exceptuando Mariúpol, casi todos los territorios que ahora no controla Ucrania tampoco los controlaba antes de la invasión actual. Ucrania además se puede encontrar con que Occidente acabe viendo con cansancio un empecinamiento indefinido en una guerra que no puede avanzar mucho más, y Ucrania para resistir, no digamos avanzar, depende del material y la inteligencia que le brinda Occidente. Obviamente no son tampoco los carros de combate ucranianos los que van a entrar en Moscú, luego volvemos a plantarnos ante el hecho de que o esto que tenemos ahora es más o menos una salida aceptable para todos, en la que todo el mundo se deja pelos en la gatera pero puede presentar algún logro, o resulta difícil otra situación en la que haya una derrota total de uno de los contendientes o haya mejores posiciones para un acuerdo. La alternativa es prolongar la situación indefinidamente, lo que tampoco parece un escenario deseable ni para Rusia ni para Ucrania, ni desde luego para el resto del mundo.

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Por lo demás, si alguien quiere que la OTAN crezca, que gaste más en armamento, que se haga más influyente y poderosa y que se extienda por más territorios, le tiene que hacer un monumento a Putin. Sensu contrario, no tiene sentido que alguien simpatice con Putin porque deteste a la OTAN. Putin, aunque sea de forma involuntaria, no sólo se ha convertido en el mejor comercial de la OTAN, sino que también se ha convertido en el gran vendedor de gas estadounidense en Europa. Todo lo que ha hecho Putin no ha servido para otra cosa que para debilitar a Rusia, fortalecer a China y fortalecer también a la OTAN. Quería alejar a la OTAN de Ucrania y el gran estratega ha conseguido echar en sus brazos a Suecia y Finlandia. Para amar a Putin hay que odiar a Rusia y amar a la OTAN. Si odias a los yankis y a su negocio de gas, odias a Putin. Si odias al régimen chino, del que Rusia se ha hecho más dependiente, odias a Putin. Ser Putin es ya la única hipótesis racional para amar a Putin. Eso, estar en la nómina del Kremlin o temer su pastel de polonio.

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