Abortos, suicidios y violencia de género

Hace algún tiempo se publicó que la primera causa de muerte en España era el aborto. No cabe extrañarse demasiado, ya que la cifra anual de abortos en España ronda los 100.000 fallecimientos. Seguramente esto mismo pasa en casi todos los países de nuestro entorno y todos los años. O sea, que el aborto se ha convertido en la primera causa de muerte en todo el mundo “civilizado”.

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El suicidio constituye, por otra parte, la segunda causa de muerte no natural tras el aborto y una de las causas de muerte más importantes. En el caso de España todos los años mueren del orden de 3.500 personas de las que, por cierto, alrededor de tres cuartas partes son hombres.

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Finalmente tenemos en esta comparativa las llamadas muertes por violencia de género, entendidas como tales sólo las muertes de mujeres a manos de hombres que o son su pareja o lo han sido. Estadísticamente hablaríamos de unas 50 muertes de mujeres al año.

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A la vista de las magnitudes resulta inevitable sorprenderse por la distinta importancia que se les da totalmente al margen de su relevancia numérica. Atendiendo a su presencia en el discurso político, a las campañas de publicidad o a los medios que se les dedican, cualquiera debería suponer que la causa de muerte más importante es la violencia de género, que casi tiene hasta su propio ministerio con 500 millones de presupuesto. Por el contrario, las muertes por violencia de género sólo representan el 1,4% de las muertes por suicidio y el 0,05% de las muertes por aborto. No existe por tanto ninguna relación entre la atención que recibe como causa de muerte la violencia de genero y la que reciben las otras dos, siendo sin embargo mucho más importantes.

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Dicen que hay que visibilizar la violencia de género y concienciar a la población para que no se asuma como algo normal agredir o matar a las mujeres. En realidad cabe preguntarse en qué momento pasado se asumía como algo normal pegar o matar a las mujeres sino todo lo contrario, pero de lo que desde luego no cabe duda es de que actualmente los más invisibilizados y normalizados son sin duda los 100.000 homicidios prenatales que se producen anualmente en España.

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El suicidio constituye asimismo un caso curioso porque lo que nos encontramos aquí es una invisibilidad deliberada. Se supone que no hay que hablar de los suicidios para evitar un efecto contagio, pero realmente nadie sabe si esto funciona para evitar suicidios. La pregunta, de hecho, es cómo combatimos un problema del que no hablamos. Y no existe aquello de lo que no se habla y desde luego no se le presta atención en la política, no da votos y no se presupuesta al respecto.

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Podría parecer un poco frívolo establecer comparativas numéricas entre la violencia contra la mujer, los abortos y los suicidios, pero es que en términos de género también esas otras violencias son mucho más relevantes para la mujer que la mal llamada violencia de género (no se mata por lo general a mujeres cualesquiera, como sucedería si realmente fuera violencia de género, sino a mujeres con las que se tiene o se ha tenido una relación de pareja, por lo que sería más preciso hablar de crímenes pasionales).

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Volviendo al apartado numérico y a su traslación al género, de los 100.000 abortos 50.000 corresponden por pura estadística a niñas. Por lo que se refiere al género, aunque tres cuartas partes de los suicidas sean hombres seguimos hablando de unas 1.000 mujeres que se suicidan al año, veinte veces más de las que mueren por violencia de género. Entre los suicidios masculinos y femeninos hay una brecha de unos 1.800 hombres, por lo que sólo la brecha son 36 veces más que las mujeres muertas por violencia de género. Esto no quita que matar a una mujer por la causa que sea no se trate de una abominación, por supuesto no menor, pero acaso tampoco mayor que cualquier otro asesinato. Irónicamente no son los partidos que más presumen de combatir la violencia de género los que más duramente castigan con la ley a quienes comenten violencia contra la mujer o violencia en general.

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Atendiendo a las cifras, parece evidente que cualquier gobernante prudente atendería los problemas estableciendo un orden de magnitudes y dedicaría más recursos al problema que provoca más muertes, para tratar de rebajarlas. Es por tanto el problema al que dedicaría más tiempo, más medios, más mensajes y más campañas. Es obvio que aquí no sucede eso. Es más, es obvio que aquí sucede todo lo contrario. Claro que esto sólo es obvio cuando, como sucede raramente, se visualizan las cifras o no se invisibilizan las víctimas.

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