No se trata de quitarte el vino de la carta del restaurante, sino de nacionalizar tu mente

Si alguien abandonó los 10 mandamientos pensando que otras religiones, como el socialismo, podían ofrecerle mayor libertad, menudo negocio hizo. Esta es una de esas noticias que hay que leer varias veces y buscarla en varios medios para confirmar que es real. El titular es que el gobierno recomienda eliminar el vino y la cerveza de los menús diarios de los restaurantes.

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La noticia, lógicamente, ha suscitado un encendido debate en las redes sociales, por lo que Sanidad ha tenido que ha aclarar que su objetivo es conseguir mejorar la salud cardiovascular de la población y promover la adopción de hábitos de vida saludable estableciendo una serie de recomendaciones, «no prohibiciones de ningún tipo», por lo que es «falso que se vaya a eliminar de los menús del día bebidas como el vino o la cerveza».

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Pues sí, pero no.

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Aunque por un lado se niegue que el gobierno vaya a limitar el consumo de alcohol por la vía de las prohibiciones, la nueva Estrategia en Salud Cardiovascular del sistema sanitario español contempla desplegar sus efectos a través de políticas fiscales, medidas de concienciación social y refuerzos en la atención sanitaria. Sanidad también dice que contempla acciones como «colaborar con establecimientos de restauración» para promover la dieta mediterránea como modelo de alimentación cardiosaludable «sin incluir en ella el consumo de alcohol».

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La clave de todo este asunto es si el gobierno necesita prohibir el consumo de alcohol en restaurantes estableciendo la Ley Seca o tiene canales más sutiles y eficaces para conseguir un efecto semejante, a través por ejemplo, como se cita expresamente, de la fiscalidad.

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En España no está prohibida la venta de coches con motores de combustión, o con motores diésel, pero por un lado se han establecido una serie de medidas (la Euro4, Euro 5, etc) que claramente limitan lo que se puede vender y a qué coste se puede vender. No se ha prohibido la venta de coches de combustión, pero se les ha impuesto una fiscalidad salvaje, que va desde la matriculación hasta el precio del combustible. No se ha prohibido todavía venderlos, pero se ha limitado y se limitará más su entrada en el centro de las ciudades, el número de días o las condiciones en las que pueden circular, aparcar, etc. El gobierno no ha puesto a un policía con una pistola deteniendo a todos los conductores, pero ha generado las condiciones para que acceder a los vehículos nuevos de combustión (y mantenerlos) cada vez sea para el trabajador español medio cada vez más costoso y difícil. Por cierto, sin facilitar paralelamente el acceso barato a un vehículo eléctrico o híbrido.

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Efectivamente es cierto que el gobierno no va a prohibir el alcohol en los menús de los restaurantes, pero entre la prohibición y dejarnos en paz hay muchos peldaños, alguno de los cuales ya está empezando a subirlos con el nuevo plan estratégico. La recomendación de implantar una dieta mediterránea sin alcohol, por ejemplo, puede ir acompañada de medidas de bonificación y penalización fiscal. Algo parecido podemos pensar cuando se nos habla de «regular la presencia y contenido de alimentos y bebidas en las cafeterías y máquinas expendedoras de las instituciones de la administración pública y todos los centros educativos, públicos o privados, de forma que mayoritariamente se oferten productos saludables y bebidas libres de alcohol». No lo llamemos obligación (o sí), pero tampoco libertad.

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Lo que al final subyace en todas estas medidas es la pretensión del gobierno de ir no sólo regulando nuestras vidas, sino de ir haciéndolo hasta en los más pequeños detalles. Naturalmente todo esto es incompatible con la libertad, por más o menos sutil que sea el camino elegido para restringirla. En 2030 no vamos a comer gusanos de forma voluntaria y feliz. Es ridículo que nadie pretenda que este tipo de cosas las vamos a hacer si no se nos coacciona o se nos hace casi imposible el acceso a una comida alternativa. El Colectivo decidirá lo que es bueno para la humanidad que comamos. Por supuesto lo que bebamos. O cómo nos desplacemos. O cómo vistamos. Si el gobierno cree que puede conseguir de nosotros hasta que nos sometamos a una dieta de gusanos, ¿qué no pensará el gobierno que puede conseguir de nosotros? ¿Vamos a poder votar, leer o escuchar lo que queramos si no podemos elegir no comer gusanos? Es más, a los gusanos sólo podremos empujarlos garganta abajo con agua del grifo. ¿Dónde vamos a poder poner la línea de hasta dónde dejamos llegar al gobierno a controlar nuestras vidas? ¿Por qué es el gobierno el que nos va poniendo cada vez más límites a nosotros en vez de ser nosotros los que cada vez le vamos poniendo más límites al gobierno? No es que a este paso vayamos a acabar siendo esclavos del estado, es que igual ya lo somos.

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Un comentario

  1. Pasó lo mismo con el tabaco. No se prohibió, pero se demonizó de tal manera y se restringió tanto su uso, al tiempo que se subían los impuestos al mismo de tal manera, que ha sido casi como una prohibición en toda regla.
    Sin embargo con la gran disminución del numero de fumadores y la prohibición de fumar casi en todas partes por el motivo del humo pasivo asesino, no se ha conseguido frenar en absoluto ni el aumento del cáncer ni de las enferme3dadeds cardiovasculares, que siguen creciendo de forma geométrica. Porque su origen es otro que no saben o no nos cuentan.
    Lo del tabaco fue «la gran prueba» para ver como y a cuanta gente se podía someter a cualquier cosa.

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