La «liberté» no ha ganado en Francia

 

Una vez más, los comicios presidenciales de nuestros vecinos franceses han suscitado un interés bastante elevado más allá de sus fronteras. Pero no solo por cuestiones de vecindad, sino por lo que pueda significar ante la relevancia de Francia en la oficialmente denominada Unión Europea.

Este domingo 24 de abril ha tenido lugar una segunda vuelta entre las mismas personas que hace un lustro. La diferencia es que uno aspiraba a la reelección la otra habría moderado su programa electoral. Hablamos de Emmanuel Macron y Marine Le Pen.

A estas horas, solo se tiene constancia de los sondeos a pie de urna y de un escrutinio considerablemente avanzado así como de las reacciones de ambos rivales. Eso sí, parece que se puede afirmar (sí, afirmar, sin más) que el chico de Rothschild seguirá 5 años más en el Elíseo.

Eso sí, la diferencia de votos entre Le Pen y Macron sería mucho menor que en 2017. La candidata nacionalista supera el 40% mientras que la abstención aumenta en cierta medida con respecto a la jornada anterior. Mientras, Emmanuel Macron pierde apoyos.

Ahora bien, mi intención no es hacer un mero análisis de resultados aritméticos. Quiero ir, humildemente, un poco más allá. Quiero compartir mi impresión frente a aquello que se nos quiere hacer creer por parte del agitprop progre-sociata y de determinadas corrientes.

Nadie es negacionista de nada

Alguno que otro, no necesariamente por ingenuo malminorismo, ha llegado a esgrimir que quienes defendemos la libertad de la sociedad tanto en lo social como en lo económico teníamos que conformarnos con una victoria electoral de Emmanuel Macron (incluso rogar por ella en la medida de lo posible, por todos los medios).

Incluso se ha llegado a afirmar que si Le Pen ganaba, Putin se reconfortaba. Sí, pese a que Francia y Alemania no han sido tan contundentes contra Rusia como Polonia y las tres repúblicas bálticas. Sí, pese a que otros se dejan guiar por el Partido Comunista Chino o «maman» del Foro de Sao Paulo y los acuerdos de La Habana.

De todos modos, aquí nadie está negando nada. No se desmiente que el lepenismo le interesa al Kremlin para causar disrupciones en el continente europeo. No se pone en duda que el lepenismo sea muy favorable al intervencionismo económico (sectores de producción, peso del sector «público», intercambio de bienes con otros países…). Quienes niegan cosas son los del «bando contrario».

La liberté no ha salido favorecida

Empecemos hablando de economía, aunque sea cierto que algunos impuestos que pagamos los españoles no se pagan en Francia. Basta con atender a las conclusiones de la edición de 2022 del Índice de Libertad Económica de The Heritage FoundationAlgunas de estas serán enunciadas a continuación, por su interés:

  • La deuda pública supera el 113% del Producto Interior Bruto (PIB).
  • El promedio de libertad económica se corresponde con niveles propios de una economía insuficientemente libre.
  • La presión fiscal promedio supone más del 45% de la renta doméstica total.
  • El déficit presupuestario supone unos cinco puntos del PIB.
  • El gasto estatal es superior al 55% del PIB.
  • Se aprecia aún cierta rigidez en la legislación laboral.

A eso se podría añadir que Macron no ha cuestionado políticas proteccionistas eurocráticas como la Política Agraria Común (PAC), que ahoga a los agricultores europeos. Tampoco le ha parecido mal que Bruselas apueste por una armonización legislativa, presupuestaria y fiscal que no supondrá una descarga, sino un aumento del estrangulamiento sobre la sociedad.

Pero es que, aparte de ello, no se ha visto ninguna garantía de libertad en otros aspectos. Podemos hablar sobre su gestión política de la crisis ocasionada por el «virus chino» conocido como un coronavirus con la codificación SARS-COV-2 o COVID-19. Como sabemos, apostó por estrangular la economía, por vulnerar la libre circulación y la privacidad y por desarrollar un estatismo policial muy fuerte en la vía pública.

De igual modo, cabe insistir en que el multiculturalismo que tan alegremente defiende no ha sido fructífero para Francia. La invasión musulmana y la proliferación de no-go zones han convertido las urbes francesas en territorios de alta inseguridad (disturbios, ataques contra la integridad física y moral…). De igual modo, han florecido ataques a lugares de culto no solo por parte de islamistas sino, también, por parte de satanistas.

Con lo cual, no se puede afirmar que los franceses gocen de mayor libertad. Lo que podemos denominar como «soberanía social» (términos propios del político carlista Vázquez de Mella) ha sido mucho más pisoteado y vilipendiado en estos cinco años y no parece que vayan a dar marcha atrás (no es necesario tener constancia del compromiso del Elíseo con la social-comunista y deicida Agenda 2030).

Un perfecto hijo de la Ilustración

Todo lo que representan tanto Emmanuel Macron como quienes le apoyan viene a ser el fruto de la Ilustración, que partiendo de las consecuencias del relativismo luterano, sentó las bases intelectuales para esa eclosión conocida como Revolución Francesa, que es madre de males como el socialismo, el laicismo y el estatismo.

Incluso, aunque no quieran reconocerlo, Marine Le Pen también bebe de lo ilustrado. Lo que viene a ser el Estado-nación, que ella ensalza alegremente, fue algo que fructificó en la segunda fase de la Revolución tal y como la explicase Plinio Correa de Oliveira. Por otro lado, da la casualidad de que su agenda cultural no es un compromiso con la cosmovisión cristiana (aunque haga bien en denunciar la islamización de Europa).

Igual mencionar a Marine no tenía mucho sentido, pero hay que tener en cuenta que la contrarrevolución no es ir a la contra, sino atacar las raíces del problema. De hecho, prefiero ir más allá del electoralismo y poner mi esperanza en otros fenómenos más espirituales como el dinamismo de la minoría católica, algo que en verdad da para otro artículo.

 

Una vez dicho todo esto, cabe reiterarse en que hoy no ha ganado el mundo libre (un concepto de sociedad abierta contrarrevolucionario, distinto al planteamiento de Karl Popper). Francia seguirá recorriendo el camino de servidumbre, aunque ello no ha de suponer ningún motivo para perder la esperanza ni en lo cultural ni en lo político ni en lo económico. El Bien y la Verdad vencerán.

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