La web de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria pide el fin de la excepcionalidad

En la web de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria se ha publicado un editorial que rápidamente se está viralizando, significativamente titulado “Hacia el fin de la excepcionalidad”. Incluimos al final de este resumen un enlace al texto íntegro del editorial, articulado en seis puntos con los siguientes epígrafes.

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El virus no va a desaparecer

El escenario más probable, se nos advierte, es que el SARS-CoV-2 conviva con nosotros durante muchos años. El editorial explica que “Los virus mutan constantemente y la selección natural favorece aquellas mutaciones que devienen en una mayor contagiosidad (y, en menor medida, aquellas que provocan menos gravedad). La variante ómicron cumple ambas condiciones, y podría representar un paso en la evolución de SARS-CoV-2 hacia un coronavirus catarral; solo el tiempo dirá si es así. En sentido inverso, los humanos nos infectamos (o más recientemente nos vacunamos) y en este proceso desarrollamos una respuesta inmunológica que nos protege de nuevas infecciones y especialmente de enfermar de forma grave en el futuro”. Es decir, con los virus con los que ya llevamos mucho tiempo conviviendo las infecciones leves y repetidas durante la infancia y la juventud van construyendo una buena inmunidad que nos protege de infecciones potencialmente graves en la edad avanzada. El problema con el COVID es que ha aparecido de repente y muchas personas de edad avanzada o más vulnerables han entrado en contacto con el virus sin ningún tipo de inmunidad previa. El editorial señala que “por suerte” vivimos en una época en la que “las vacunas pueden simular esas infecciones leves iniciales y generar inmunidad en personas mayores sin los riesgos que representaría una infección natural”. Volviendo al principio, lo esperable sería, una vez vacunadas las personas vulnerables, que todos nos contagiemos múltiples veces en nuestros repetidos contactos con el virus y que este hecho vaya mejorando nuestra inmunidad individual y colectiva.

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Vacunación basada en la evidencia y la equidad

Como evidencian todas las estadísticas, el editorial subraya que “el riesgo de enfermedad grave no es homogéneo, siendo la edad avanzada el principal factor de riesgo para hospitalización y muerte”. El texto indica que “disponemos de varias vacunas que han demostrado ser muy efectivas para la prevención de la enfermedad grave”, pero que “no lo son tanto contra la infección y la enfermedad leve, especialmente con ómicron”. Por este motivo, la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria expresa que “como profesionales sanitarios, debemos intentar convencer a todas las personas de riesgo de que se vacunen, muy especialmente a aquellas que aún no se han infectado, porque estamos seguros del beneficio de las vacunas”. Sin embargo, distingue que a la gente joven y sana se les debe ofrecer la vacuna, pero vacunarlos no debe ser una prioridad del sistema de salud, sino que hay que introducir valoraciones de beneficio-riesgo y en el caso particular de la población infantil, “la vacunación debería valorarse caso a caso entre la familia y su equipo de salud”. El editorial argumenta que “vacunar a toda la población, incluyendo a la de muy bajo riesgo y la infantil, no va a evitar la circulación del virus. Vacunarse o no es una decisión individual, y no se debe presionar a nadie para que se vacune en aras de un beneficio colectivo que no sabemos hasta qué punto existe y cuánto tiempo podría durar. No lo hemos hecho nunca antes y no debemos hacerlo ahora”. Asimismo, se señala que los certificados de vacunación, además de las dudas éticas respecto a su implantación, “carecen de evidencia científica sobre su utilidad en la disminución de contagios y casos graves”.

Comunicación para una sociedad adulta

La Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria denuncia que algunos gobiernos y medios usan el miedo como estrategia comunicativa o de ventas, hablando por ejemplo del incremento de los contagios sin aclarar que “la mitad son asintomáticos y que la inmunidad conseguida y la llegada de ómicron han roto por completo la relación entre contagios, enfermos, ingresos y muertes”. Lo importante, se señala, siempre deberían haber sido las defunciones, y en este sentido “nunca volveremos a la situación catastrófica de marzo y abril de 2020”. Por otro lado, no obstante, se nos advierte de que “tendremos que admitir como sociedad (igual que hacemos con la gripe, el tabaquismo, los suicidios o los accidentes, entre otras muchas causas) que durante los próximos años habrá un número de defunciones por o con COVID que serán inevitables”.

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Otra consideración interesante del editorial en este mismo epígrafe es que “Al miedo se le une a menudo la culpabilización”. En este sentido señala que si los casos suben, no es porque «nos hayamos relajado» o porque «nos portemos mal», que la dinámica de una epidemia es mucho más compleja, que en ella influyen multitud de factores y que no se pueden obviar determinantes sociales como la imposibilidad de teletrabajar, la necesidad de desplazarse en transporte público, el hacinamiento o imposibilidad de aislarse en la vivienda, la dificultad laboral para hacer aislamientos y cuarentenas, etc. Conclusión: “Los gobiernos no pueden traspasar a los ciudadanos sus responsabilidades en estos ámbitos”.

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Recuperación de la (vieja) normalidad

Desde el inicio de la pandemia se han experimentado en el mundo todo tipo de medidas para tratar de combatirla, medidas que han ido desde el confinamiento domiciliario inicial hasta confinamientos perimetrales, limitación de aforos o cierre de negocios, toques de queda, uso obligatorio de mascarillas, educación superior no presencial o limitación de reuniones. La Sociedad Española de Medicina de Familia considera que hasta el momento no tenemos “una evaluación clara y rigurosa de cuál es la efectividad de cada una de ellas en términos de hospitalizaciones y defunciones, y cuáles son sus potenciales efectos nocivos: pérdidas económicas y de puestos de trabajo, conculcación de derechos fundamentales (circulación, reunión, propia imagen, educación), aumento de trastornos de salud mental, etc”. Por el contrario, la sociedad recomienda a los gobiernos que “deben centrar sus esfuerzos en proteger a las personas más vulnerables en lugar de tratar de frenar, probablemente con poco éxito, la circulación del virus a nivel poblacional, circulación que, por otra parte, sabemos que mejora nuestra inmunidad”. Esta protección focalizada, continúa explicando el editorial, se puede conseguir a partir de tres ejes: vacunación de las personas de riesgo, recomendaciones específicas para las personas vulnerables (minimizar contactos cercanos con personas con sintomatología respiratoria, valorar el uso de mascarillas FFP2 en situaciones de alto riesgo de contagio en momentos de incidencia elevada) y actuaciones específicas en ámbitos como las residencias geriátricas, que en algunas comunidades autónomas han concentrado más de la mitad de todas las defunciones por COVID-19.

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Dejar de hacer para poder hacer

La parte final del editorial viene a analizar la explosión de contagios durante la última oleada con la variante ómicron y el colapso al que se aboca a la atención primaria tratando de mantener los criterios de actuación de las oleadas anteriores, menos contagiosas y más mortales. Ante la actual eclosión de contagios, los testeos y rastreos empiezan no sólo a carecer de sentido, sino a resultar inviables: “Este sistema consume mucho tiempo y recursos y, como se ha vuelto a demostrar en la sexta ola, cuando aumenta de forma importante el número de casos deja de ser viable y colapsa rápidamente”. En España, el sistema pivota sobre la Atención Primaria. La detección de casos, el estudio de los contactos más cercanos, la prescripción de las bajas correspondientes y la atención a los enfermos de COVID-19, añadida a la atención habitual, “han supuesto una carga en muchas ocasiones insoportable para los centros de salud”.

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El editorial cita un artículo de Juan Simó, médico de familia del Centro de Salud Rochapea, titulado “Dejar de hacer para poder hacer”, en el cual se concluye que “dejemos de visitar y testar a personas sanas con síntomas menores, dejemos de rastrear y testar a sus contactos, abandonemos los aislamientos y las cuarentenas. Todas estas actividades, que tuvieron sentido en el pasado, se han visto superadas con la inmunidad adquirida (tanto por infección como por vacunación) y la llegada de ómicron”. Ni el sistema de salud ni la sociedad en su conjunto pueden permitirse continuar testando a personas asintomáticas o con síntomas leves y aislando a todos los positivos, con las consecuencias que ello conlleva a nivel social y económico por las bajas laborales masivas de personas sanas. Debemos empezar por tanto a “acabar con la excepcionalidad” de la COVID-19 y empezar a tratarla como hacemos con la gripe: “diagnóstico clínico y recomendaciones generales sobre autocuidado y prevención de contagios a personas vulnerables, reservando la atención sanitaria para las personas que lo necesiten por su sintomatología o vulnerabilidad. Solo así podremos atender debidamente a quien de verdad lo necesite, por COVID o por cualquier otra dolencia”.

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Como decíamos al principio añadimos al final un enlace al texto original por si quieren leer el editorial en su integridad. Por otro lado no se trata sino de una expresión más de las que están teniendo lugar en las últimas semanas en España y fuera de España, por parte de médicos y asociaciones de médicos, todas las cuales vienen a coincidir en grandes líneas con estas mismas conclusiones y con la necesidad de poner fin a la excepcionalidad. Porque sanitariamente el escenario ha cambiado, porque no es útil y porque tampoco nos la podemos permitir. Podría añadirse además que corremos el riesgo de quedar sometidos a una excepcionalidad que nada tenga ya que ver con la sanidad, sino con la dominación política, el recorte indefinido de derechos fundamentales y la comodidad para gobernar.

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https://amf-semfyc.com/web/article/3063

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Un comentario

  1. Magnífico análisis de un informe lleno de sentido común. Ya va siendo hora de que alguien diga que el rey está desnudo. Y sobre todo cosas que la gente de la calle piensa pero que no se atreve a decir por que no le llamen negacionista.

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