Aunque el gobierno socialchavista lo presente como la culminación del discurso progresista e izquierdista en materia de vivienda, lo cierto es que esto de limitar los alquileres no es que no sea una idea nueva, sino que es una idea franquista. Como suena, franquista, o por lo menos aplicada por Franco en los años 60.
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Muchas personas recordarán, o por lo menos habrán oído hablar de las rentas antiguas. Esto es, rentas irrisorias que a veces un inquilino estaba pagando por un inmueble soberbio, sin ninguna relación con la realidad del mercado inmobiliario y con las rentas nuevas que se estaban pagando, con grave perjuicio para el propietario, desalentando la oferta de alquiler por completo. Aquel lío fenomenal de las rentas antiguas, que por supuesto exterminó el mercado del alquiler, fue una ideíca franquista. La Ley de Reforma de Arrendamientos Urbanos de 1964 comienza con estas palabras que ahora podrían firmar PSOE y Podemos:
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“El movimiento liberalizador de la propiedad urbana ha de atemperarse, no sólo al ritmo determinado por las circunstancias económicas del país, sino también a las exigencias ineludibles de la justicia social, que constituyen la médula y razón de ser de nuestro régimen político”.
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Entre las causas por las que España es uno de los países con mayor porcentaje de vivienda en propiedad y menos cultura del alquiler, no falta quien señala precisamente como uno de los principales motivos esta estupenda idea de limitar los precios. Por un lado quedaron las viviendas ya alquiladas con unas rentas absolutamente ridículas y desfasadas respecto a la realidad, arruinando a los propietarios, que no podían ni subir los precios ni echar a los inquilinos, y por otro lado un absoluto vacío en la nueva oferta de vivienda de alquiler. ¿Quién iba a ser el loco que quisiera poner una vivienda en alquiler a unos precios totalmente fuera del mercado? Lo mismo el Generalísimo era tan progresista en la política de vivienda como el socialpodemismo, o el socialpodemismo es tan reaccionario como el Caudillo. Otra forma de verlo es que una política equivocada da resultados desastrosos la aplique quien la aplique, ya sea Pedro Sánchez o Francisco Franco. Las políticas no fallan básicamente por la persona que las aplica, sino por su propia inconsistencia económica.
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Cuando se limita desde el gobierno el precio de algo, existen tres posibilidades. Acertar con el precio de churro, de forma que el precio impuesto por el gobierno coincida por casualidad con el precio real de mercado. En este caso la limitación de precios será perfectamente inútil. Obviamente esta feliz casualidad es sumamente improbable, con lo que sucede casi siempre es uno de los otros dos escenarios, por no mencionar que la realidad es tan compleja como cambiante y el precio fijado hoy de forma acertada pasaría a ser desacertado mañana. Los otros dos escenarios, evidentemente, son que el precio fijado se salga de la realidad por exceso o por defecto. Si tratando de rebajar el precio de mercado el gobierno fija un precio por encima del precio de mercado, obviamente estaría haciendo un pan con unas tortas, por lo que siempre que el gobierno fija el precio suele marcarlo groseramente por debajo del precio de mercado. A fin de cuentas no va a intervenir el mercado para dejar los precios casi iguales, no digamos para subirlos, ¿pero qué pasa cuando se fijan los precios desde el gobierno por debajo de los precios de mercado? La respuesta es de primero de Economía: se produce desabastecimiento. Puedes fijar el precio de los BMW serie 3 en 5.000 euros, pero lo que sucederá no es que todo el mundo podrá comprar un BMW por 5.000 euros, sino que desaparecerán todos los BMW de los concesionarios y para comprar un BMW serie 3 habrá que ir al mercado negro y pagar, ante la escasez, 60.000 euros por uno viejo. Lo estamos viendo en Venezuela no ya con los BMW, aunque la lógica viene a ser la misma, sino con todo tipo de productos.
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Aplicar una política de fijación de precios en el siglo XXI, en vez de intentar aumentar la oferta para bajar los precios ya no es a estas alturas de la historia un error sino una estupidez. O sea, fijar los precios desde el gobierno podía ser simplemente un error las primeras 50 veces que se ha intentado en el mundo, pero la 51 ya no es error, es estupidez. Sólo falta para rematar la jugada que el anterior estúpido en intentarlo fuera nada menos que Franco.
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