A cuenta de la situación en Afganistán se está desplegando mundialmente una campaña (“I Welcome”/ “Yo acojo”) promovida por Amnistía Internacional “para exigir que los Estados brinden a las personas refugiadas la protección que necesitan y garanticen que sus derechos humanos son respetados”. Por supuesto la campaña con el hastag correspondiente ha tenido el previsible éxito en las redes sociales, aunque quizá tampoco tanto como podría pensarse. En cualquier caso lo suficiente como para que merezca la pena salpimentar esta campaña con algún tipo de reflexión.
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En primer lugar y para empezar lo engañoso del propio nombre, que podría dar lugar al equívoco de pensar que se trata de un registro, en el que los interesados se inscriben para acoger refugiados en sus domicilios particulares, comprometiéndose a su cuidado y manutención. Esto sí que sería solidaridad y acogimiento de verdad. ¿Pero a cuántos afganos acogeríamos si tuviéramos que meterlos en nuestra casa y ocuparnos de ellos personalmente? ¿Cuántos solidarios de pacotilla darían el paso de escribir un tuit a acoger a un afgano? Claro, es mucho más fácil exigir que lo haga el estado. Es tan fácil como exigir que se ocupe del problema el vecino, sólo que el vecino también exige que se ocupe de ello el estado. Como al final nadie tiene que meter a un afgano en su casa es la típica campaña que no resuelve ningún problema, pero secundarla nos hace sentir maravillosos. Es lo liberador que tiene la solidaridad estatal frente a la solidaridad personal.
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El estado evidentemente no puede acoger a todos los afganos que huyen de los talibanes más a los afganos compinchados con los talibanes para infiltrarse entre nosotros y formar células terroristas en el corazón de Occidente. Hay unos 35 millones de afganos y no es cuestión de meterlos a todos en Europa, junto a 1.200 millones de africanos, 19 millones de sirios ó 200 millones de hindúes pobres, esto sin incluir cubanos, venezolanos y otros desdichados hermanos hispánicos. Al parecer vivimos rodeados de barcos que se hunden, ¿pero podemos recoger a todos los naúfragos sin hundir nuestro propio barco bajo su peso? ¿Y de qué serviría entonces eso? ¿No hay además ya algunas vías de agua evidentes en nuestro propio navío? ¿No habría que intentar en primer lugar reparar las vías de agua de los demás barcos en vez de pretender meter a todo el mundo en nuestro barco? ¿No es además lo mejor que cada uno conserve su barco? Y a las mujeres de los afganos, ¿no tendrían que defenderlas un poco y primero que los demás los propios afganos? Lo fácil es decir “Yo Acojo”, pero sin ensuciarse las manos. El problema de intentar solucionar los problemas en origen, eso sí, es que menudo eso tiene un alto precio, y no sólo un alto precio económico. Tampoco nos hagamos muchas ilusiones, se ha vuelto a demostrar que democratizar un país islámico es una especie de oxímoron. O islámico o democrático. ¿Cómo hacer que un país avance 20 siglos en 20 años? Lo que no tiene sentido es pretender acoger a millones de afganos. Si se hace preciso proteger a millones de afganos lo suyo sería intervenir en Afganistán, pero lo que estamos haciendo es justo huir de Afganistán. Como poco deberíamos aclararnos.
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Por supuesto la puerta de salida del aeropuerto de Kabul es sólo un hilito que está a punto de romperse. Por allí no van a salir millones de personas. Ni todas las mujeres, ni todos los colaboradores, ni todos los cristianos. Puede que ni todos los soldados americanos. Pero no nos sentimos muy mal porque aunque no resolvemos ningún problema escribimos unos tuits y secundamos unas campañas de propaganda que nos hacen sentir mejor. Como si los muyahidines afganos fueran vulnerables a los tuits de Gerardo Tecé o a los hagstags de Amnistía Internacional.
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