El yugo contradictorio y la libertad de elección

Con bastante frecuencia, al menos a través de las redes sociales y algunos medios de comunicación, nos enteramos de una categoría de los variopintos ejemplos de incoherencias que se pueden apreciar en este mundo, en nuestro día a día.

Quienes ansían por planificar en cierta medida nuestras vidas, desde las esferas del poder político, de manera centralizada, así como quienes avalan a los primeros y hacen campaña activa por ellos y por lo que proponen, se comportan de una manera muy distinta, siempre que les resulta posible, en la realidad.

Podría dar nombres y ejemplos concretos, pero no creo que sea necesario. El artículo, nos guste o no, tiene un contexto atemporal mientras que, por otro, muy en líneas generales, nos interesa más criticar la conducta que señalar a las personas (no digo que cuando convenga haya que hacerlo, en cierta medida).

Entre otras cosas, el hombre quiere jugar a ser Dios

Aunque cada cual a su manera, todos esos publicanos tienen en común el hecho de secundar el socialismo, que tiene muchos grados y, en cualquier caso, pasa por entenderse como planificación centralizada y top-down, ya sea de las mentes, de la vida social de cada uno de nosotros o de la economía en general.

Pero es que este complejo ideológico, que fue gestado por ese mismo proceso revolucionario de subversión del orden natural y de antítesis contra Dios, resulta estar definido por los pecados definidos como «capitales» por las Sagradas Escrituras.

Cierto es que también, en la era del modernismo, no pocos hombres tienen un ansia tremenda de creerse Dios, al mismo tiempo que existe una crisis de valores y principios que tiene como cuadro sintomático primario la falta de espiritualidad, de confianza en el más allá.

Pero es que, sin necesidad de ser «absurdamente purista» y considerar que o se es «demasiado bueno o, por el contrario, la persona más perversa del mundo», ya que uno ha de tener caridad con el prójimo, sin género de duda alguno, hay cierto grado de atribución a esos pecados capitales.

Por lo general, la ira, la envidia, la avaricia y la soberbia pueden ponerse de manifiesto entre quienes dudan de la concepción austriaco-tomista de libertad negativa, no soportan que haya desigualdad natural (libertad de oportunidades) o tienen otras ansias de resentimiento o perversión.

En la vida real, pueden rendirse ante el orden espontáneo

Sí, en sus programas políticos, en sus teorías de laboratorio politológico (totalmente desvirtuadas del orden natural y espontáneo) o en su acción gubernamental, pueden, como mínimo, espantar o engañar a quienes no creen en la responsabilidad y el más allá, o ser nocivos en un sentido extendido.

Ahora bien, en la realidad no es que se contradigan, sino que pueden exaltar más el disfrute que aquellos que no solo se lo pueden permitir sin más, sino que no tienen problema con los fundamentos de la libertad y la prosperidad material, económica, social, moral y espiritual.

Tampoco renuncian a desarrollar aquellas actividades económicas que son factibles siempre y cuando se desarrollen las garantías espontáneas de la propiedad privada y la libertad de mercado. Puede que, sin duda, haya casos de amplio resentimiento y envidia, mientras que otros pecan de mera ignorancia.

En cualquier caso, lo que resulta darse es una imposición de la realidad y una evidencia del orden natural del curso de las cosas frente a todas esas voraces y agresivas distorsiones que promueven y predican desde distintos ámbitos.

Con lo cual, por mucho miedo, confusión o envidia que pueda haber (o mera ansia de dominar), uno, consciente o no, acaba participando en esas ventajas de lo verdaderamente natural y moral, por mucho que pretenda distorsionarlo, aplicando la necesaria ingeniería social, con los correspondiente peligros.

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