¿Una revolución de colores cubana?

Esta semana inició agitada para la región hispanoamericana: desde el domingo, en redes sociales se hizo eco del hashtag #SOSCuba, buscando generar apoyo mediático a las protestas que estaban iniciando en la isla caribeña, uno de los últimos bastiones del comunismo en el mundo.

Tras más de setenta años viviendo bajo el puño de hierro de la familia Castro y de sus sucesores espirituales en el Partido Comunista Cubano, el pueblo insular finalmente salió a las calles a protestar bajo los gritos de ‘¡Libertad!’ y de ‘¡Patria y Vida!’, revirtiendo con este último el lema de su República, ‘¡Patria o Muerte, Venceremos!’.

Las reacciones no se hicieron esperar, comenzando con la pronta huida a Venezuela (el otro gran estado bajo control de la izquierda marxista en la Hispanósfera) de Raúl Castro, líder fáctico de la Cuba comunista y hermano de su fallecido tirano, Fidel, dejando al presidente Miguel Díaz-Canel a cargo del manejo de la inminente crisis política.

El contexto de las protestas tampoco es casual: para un país que se ufana de tener los mejores médicos y el mejor servicio de salud pública del mundo, parece que la pandemia de COVID-19 ha demostrado que eso no era más que otra mentira de la propaganda de su régimen, mentira que incluso medios del progresismo estadounidense como el New York Times ha tenido que tragarse a regañadientes, aunque volteando su significado al de una protesta por cuestiones sanitarias y no una revuelta contra el régimen revolucionario y comunista cubano.

Y hablando de Estados Unidos, el tema de Cuba también es otra causa de controversia y división entre facciones de izquierda y derecha: desde el propio Joe Biden, que sospechosamente tardó en manifestarse al respecto y que cuando lo hizo fue visiblemente tibio, hasta congresistas y senadores de la talla de Marco Rubio, Ted Cruz o María Elvira Salazar, muchos de ellos incluso de origen cubano, que han condenado abiertamente al gobierno insular como una tiranía socialista y que han llamado a un apoyo oficial del gobierno estadounidense a las protestas.

Para añadir al asunto, cubano-americanos residentes en Miami y en la Florida (el Estado de la Unión más cercano a la isla) han empezado a partir en lanchas y armados hacia Cuba para proveer de equipamiento a los manifestantes, en lo que podría parecer una acción impertinente pero también podría ser el inicio de un conflicto mucho mayor entre un pueblo harto de la pobreza y de la opresión y un gobierno abusivo y enquistado al poder conseguido tantas décadas atrás mediante violencia e insurrección.

Las contingencias en las que se encuentra Cuba en este momento son dignas para llamarla una potencial revolución de colores, ya que recuerdan mucho a las que se dieron en los países de la antigua órbita soviética, como en Ucrania y Georgia, o las que han fracasado en países de Oriente Medio y África, en las que el pueblo mismo se toma las calles para enfrentar y presionar al gobierno para que se den reformas o para directamente tomar el poder y hacerlas ellos mismos, generalmente en pos de una democratización y una liberalización reclamadas por la petrificación de las estructuras de poder y su control de la economía por parte del partido gobernante.

La principal teoría que avalaría esta visión es la de una potencial intervención encubierta para disparar el descontento popular y conseguir el cambio de régimen en el gobierno de Cuba, liberando a la isla del socialismo, lo que convendría enormemente al gobierno de Joe Biden frente al electorado de origen cubano, especialmente numeroso en un Estado que actualmente es firme bastión del Partido Republicano.

Si nos adherimos a la teoría del poder de Bertrand de Jouvenel, así como al estudio de las revoluciones de Donoso Cortés, las protestas cubanas efectivamente podrían entenderse como un ejercicio revolucionario más que como una mera manifestación popular, ya que implican ciertos elementos propios de los fenómenos revolucionarios y de su represión.

Primero, tenemos una estructura de arriba y abajo contra el medio, siendo arriba el gobierno comunista cubano y abajo los jóvenes reclutados para reprimir en otros pueblos de la isla, y el medio, por supuesto, con la masa manifestante, en lo que ni siquiera formalmente se podría considerar una clase media por la pobreza de la isla.

De misma forma, se debe considerar que el propio gobierno cubano es otro abajo en su propio ejercicio del poder en la eterna revolución promovida por el marxismo, siendo su arriba aquellos que ostentan ciertos capitales invertidos en la isla, casualmente grupos españoles, estadounidenses y canadienses, contrario a lo que se cree en la historia del bloqueo comercial (derogado por Barack Obama en 2016, por cierto).

Con la identificación de al menos el grupo que materialmente ostenta soberanía, los manifestantes se van organizando contra este, buscando deponerlo y remplazarlo.

Esto igualmente implicaría un cambio en la estructura de élites, y potencialmrnte un reinicio del ciclo revolucionario, como ya pasó con los propios comunistas que hasta ahora gobiernas Cuba y el anterior dictador, Fulgencio Bastista, además de representar un cambio ideológico en el manejo de la isla y de su política.

Sin embargo, no se ha manifestado aún alguna estructura de liderazgo formal en las manifestaciones, lo que daría a entender que no se trata de un fenómeno organizado sino de un estallido social volátil y reprimido por mucho tiempo, lo que descartaría, al menos formalmente, la teoría de una revolución de colores.

Pero de todas formas, si existe una influencia importante de los cambios que se han dado en Occidente para entender la razón por la que el estallido cubano se ha dado apenas recientemente, que no suelen ser los más obvios.

El primer elemento a considerar en este aspecto es la influencia de las telecomunicaciones en las protestas cubanas, ya que ha sido gracias a internet que se las han podido conocer (así como su desarrollo), incluso si el gobierno ha buscado cortarlo para impedir que puedan seguir organizándose, siguiendo las directrices del Arte de la Guerra de Claus von Clausevitz sobre cortar comunicaciones de las tropas enemigas para impedir su movilización y estrategia en el campo.

Las telecomunicaciones también podrían estar al origen del estas protestas, ya que, al contrario de lo que se conoce popularmente, Cuba solo tiene una restricción formal en el flujo de información que se difunde en la isla, con los medios oficiales bajo censura del gobierno como su manifestación.

Dentro de la isla existen redes de difusión de programación pirateada desde Estados Unidos que se actualiza con cierta regularidad y se difunde en lo que se conoce como ‘el Paquete Semanal’, con los ciudadanos que lo adquieren (a precios relativamente módicos, considerando la pobreza en la que el socialismo los mantiene) pudiendo acceder a la actualidad y entretenimiento más reciente.

Esto se ha dado sobre todo en los últimos años, coincidiendo con una creciente apertura de Cuba frente al Occidente liberal, tiempo en el que se dió la muerte de Fidel Castro, el paso del poder de su hermano Raúl a una nueva guardia del Partido Comunista Cubano, la apertura formal del bloqueo por Obama y ciertas reformas constitucionales que han buscado transformar el régimen marxista en uno progresista, aunque manteniendo el espíritu totalitario de los Castro y del asesino Ernesto ‘Che’ Guevara.

Los cubanos en la actualidad no son como lo fueron en tiempos de la Guerra Fría, incluso si la isla parece haberse quedado congelada en ese pasado. La diáspora cubana ha generado comunidades con un arraigo cultural y tradicional fuerte a su tierra de origen, y en sincretismo con la de sus países de acogida, se ha formado una suerte de cubanismo paralelo, que preserva todo lo que la Cuba representa, menos el comunismo nefasto.

Estos cubanos de ultramar han podido difundir un espíritu distinto al de la dictadura en Occidente, y su influencia es la que ha marcado la percepción de fuera de como muchos cubanos sufren la tiranía marxista dentro de la nación insular, encendiendo una chispa que parece que recién está estallando.

Las protestas sin duda han sido orgánicas y espontáneas, de carácter verdaderamente popular, ya que van tanto contra el gobierno como contra los intereses que este ha permitido prosperen en la isla, especialmente los de los capitales invertidos en turismo y de los cuales se han alimentado tristes y industrian que atentan contra la dignidad humana, como la de la prostitución en Varadero.

Para muchos, los eventos en Cuba pueden ser el verdadero inicio de una contrarrevolución, y no solo por la oposición de una población que reclama libertad contra un gobierno tiránico, sino también porque parece que va acompañada de un despertar religioso que inspira a grupos de manifestantes a cargar efigies y representaciones de la Virgen María en sus movilizaciones callejeras.

No es sorpresa esta asociación, puesto que en círculos tradicionalistas e integralistas el ideal contrarrevolucionario suele ser recurrente e inspirador, lo que compensa las inclinaciones liberales y heterodoxas que suelen encontrarse en ellos.

No sabemos aún si las protestas en Cuba son una revolución de colores o un verdadero levantamiento popular. Lo que si sabemos es que no son un fenómeno de violencia provocada por la izquierda regional, como sí lo han sido en Colombia, Chile o Ecuador.

Si esta es la semilla para la liberación de Cuba de las cadenas del comunismo, lamentablemente esta semilla estará sembrada en una tierra ensangrentada, porque en lo que intente resistir el régimen de los Castro y sus sucesores, la violencia institucionalizada para mantenerse en el poder no va a faltar y las víctimas de la represión van a ir aumentando, de las que ya han comenzado a ser identificadas.

Los cubanos gritan ‘¡Patria y Vida!’ pero tal vez tendrán que poner los pies sobre la tierra y entender que su isla solo podrá tener libertad cuando entiendan que para vencer al comunismo sólo funciona ‘¡Patria o Muerte!’.

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