Consideraciones sobre la vacunación contra el «virus chino» y su ¿obligatoriedad?

De acuerdo con el portal Our World In Dataun 44’7 por ciento (%) de la población española habría recibido ya una dosis de vacunación contra el coronavirus mientras un 26’1% ya habría recibido las pautas completas. Se están suministrando viales de las compañías farmacéuticas Pfizer, JannsenBioNTech y Jannsen.

En algunos casos ha habido efectos secundarios (trombos y edemas en algunos de los casos peores), si bien es cierto, en alguna medida, que ninguna solución farmacológica existente en el mercado está exenta de contraindicación alguna, y que en alguna que otra ocasión, a lo largo de la historia, se ha retirado temporal o indefinidamente algún producto de las cadenas de distribución.

Vacunarse en sí no es malo. Si bien, en ciertos contextos, especialmente entre jóvenes sin riesgo alguno, conviene desarrollar anticuerpos por sí mismo (igual que se puede esperar, sin problema alguno, el refuerzo de la inmunidad natural), uno se puede vacunar contra distintas enfermedades: alergias, influenza, polio, meningococo, tétanos, etc.

De igual modo, pese a ciertos efectos adversos, los mismos datos oficiales señalan una caída en la hospitalización y las tasas de contagios y fallecidos, si bien es cierto que siempre, creo yo, se han inflado en base a la dudosa fiabilidad de los PCR (no aptos para diagnosticar la carga viral específica del COVID-19) y el interés en mantener en alza una histeria colectiva que alentase ciertos atropellos.

Con lo cual, a pesar de ciertos pesares, ¿qué inconvenientes tan incómodos tenemos algunos con la vacunación contra el COVID-19, SARS-CoV-19 o «virus chino» y la posibilidad de que sea obligatoria o no? Que conste que, al menos, quien redacta este ensayo no es antivacunas por principio (algo que se da en ciertos sectores), no teniendo tampoco ganas de entrar en «conspiranoia».

La vacunación, obligatoria por norma social no espontánea

Reconozco que voy a tener que vacunarme tarde o temprano, lo considere o no necesario. Pero no es por que tenga demasiado miedo al más allá como consecuencia de lo que ni de lejos es una de las mayores causas de mortalidad en muchos países de nuestro entorno (los accidentes cerebrovasculares y los ataques cardíacos están en primer plano del listón).

Lo cierto es que, en gran medida, ya sea por las sintonías ideológicas del crony capitalism o la presión ejercida por esta histeria colectiva que emana de la ingeniería social estatista, uno va a acabar viendo la vacuna como un requisito esencial para poder viajar sin muchas trabasacudir a grandes eventos o estar en las oficinas laborales como Pedro por su casa.

Sí, pese a no ser tan letal en la realidad y a que muchos catalogados como infectados han sido asintomáticos (no hay mucho rigor serio sobre la conveniencia de considerar a estas personas como enfermas de COVID). En cambio, este criterio en sí no se libra de contradicciones en otros contextos (si los cuestionas, la progresía te puede «condenar», dentro de su criterio dictatorial).

Hay más vía libre para las masas migratorias invasoras del norte de África que para viajar por Europa o para estar de fiesta con tu pareja a las cinco de la mañana. Además, parece que está proscrito reconocer que haría falta un mecanismo de seguridad de infraestructura más potente en Ceuta y Melilla, como sí se ha hecho en la frontera serbo-húngara.

De igual modo, pese a que el VIH puede degenerar en SIDA y tiene mayor propagación entre parejas no heterosexuales, no hay ningún requisito sanitario a la hora de entrar en muchos lugares de alterne de los barrios arcoíris ni se exige, antes de participar en los grandes aquelarres del «Orgullo», ningún certificado sobre estas cuestiones. Pero no digas nada de esto, que si no…

Dudas legítimas, más allá de la mera libertad de elección

Uno debe de tener libertad a la hora de elegir aquellos tratamientos con los cuales pueda ver mejoras en su salud física y mental. Eso para empezar aunque, adicionalmente, conviene indicar que, en lo concerniente a estas vacunas, hay motivos para que surjan dudas que pueden llevar, de una u otra forma, a la objeción de conciencia.

La puesta en circulación productiva de estas vacunas se ha hecho mediante un procedimiento autorizado de emergencia, sin suficientes ensayos clínicos (además, es algo sugestivo que haya habido normas estatales para evadir responsabilidades legales en caso de que hubiese una alta tasa de letalidad derivada del efecto secundario).

Encima, hay preocupación ante el hecho de que algunas de estas vacunas pudieran contener células de fetos asesinados en vientre materno, aunque no existe una tesis clara sobre esto (ni siquiera hay unanimidad en los entornos que con absoluta coherencia defienden la santidad de la vida humana). En cualquier caso, es comprensible que uno pueda poner reparos incluso morales.

Un nicho para monitorizar más a la población

En sí, no hay problema con exigir a alguien que certifique sus vacunaciones (aunque de manera no digital, esto se daba ya, por ejemplo, con las resultantes del calendario de vacunación infantil). Tampoco si una entidad en sí maneja datos estadísticos de carácter epidemiológico (no olvidemos que los datos pueden ser sujetos a técnicas de anonimización).

Lo que pasa es que con medidas como la promoción de los radares COVID o el desincentivado del pago en metálico así como con la imposición indirecta de los «pasaportes COVID«, aparte de fomentarse otras modalidades de apartheid, se da pie a nuevas oportunidades para generar nuevos datos de distinta índole que permitan al Estado vulnerar en mayor medida nuestra privacidad.

Con la salud no se juega, Papá Estado

Ante todo esto, lo que hemos de hacer es denunciar, sin descanso, todo atropello contra nuestras libertades y contra nuestra privacidad. Al mismo tiempo, sin necesidad de negar la existencia de lo que fue fruto de la acción humana en Wuhan (China), conviene denunciar toda pretensión cientifista, que nada tiene que ver con la ciencia en sí, sujeta a una libre discusión que a muchos desagrada.

Hemos de exigir a los Estados que no regulen la cuestión de las vacunas, que dejen a cada cual encontrar, en el mercado, la que más convincente le resulte, si así lo desea. Pero no hay que alimentar más la histeria colectiva. Lo que pretenden los Estados modernos es aprovechar esta situación para hacer un ensayo social que favorezca sus causas liberticidas, socialistas y totalitarias.

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